Paz y Bien.
¿Qué está sucediendo en Belorado?
Escribo sólo para mi entorno franciscano, pues que tanto nos duele esta separación de nuestras hermanas, a las que queremos de todo corazón, con las que hemos compartido momentos preciosos, campamentos inolvidables, y nuestra mutua oración nos ha sostenido en tantos momentos de este camino.
Hay un episodio, con cierto parecido, en el nuevo testamento, en aquella primera comunidad que Hechos describe tan idílicamente, donde “todos se mantenían constantes a la hora de escuchar la enseñanza de los apóstoles, de compartir lo que tenían, de partir el pan y de participar en la oración. En cuanto a los creyentes, vivían todos de mutuo acuerdo y todo lo compartían”.
Todos conocéis la historia de Ananías y Safira, que a la hora de compartir con la comunidad, ellos se guardaron la mitad para sí, y mintieron sobre ello a Pedro y a todos, y esta mentira les llevó a la muerte.
¿Eran realmente malos Ananías y Safira? ¿O habrían visto algo en aquella comunidad que les hizo desconfiar de ella y temer no ser protegidos y bien guardados por ella?
Hay un pecado que arrastramos en la vida religiosa y en la misma iglesia, y es la falta de confianza mutua. Si todos sirviéramos a los demás como Cristo nos sirvió, dando la vida unos por otros, no habría razón para la desconfianza. Y seríamos todos UNO, como pidió el Señor. Pero algo hay en nosotros que nos impide confiar.
Las hermanas tenían un sueño de llevar la comunidad a Orduña, y ese sueño no fue escuchado y apoyado o, corregido si no era De Dios, por nuestra Madre Iglesia, que somos todos nosotros. ¿Pecó Safira, como responsable de esta familia, por anteponer su sueño personal (y por extensión de su comunidad) a la obediencia a su obispo y a la Iglesia? Puede que sí, y un pecado muy grande por querer construir su sueño por encima del proyecto diocesano o sin hablarlo humildemente desde un principio para dejarse ayudar y acompañar.
Pero también hemos pecado nosotros, Pedro, la iglesia, de la cual yo también soy parte, por no haber estado atento al sueño por el que estaban luchando. No es cuestión de propiedades, ni de dinero, sino de sueños. Tenemos una vida en esta vida, y todos queremos emplearla de lleno en aquello en lo que creemos, y es un dolor que tantos hemos vivido en algún momento, como soñadores mal acompañados, cada vez que quienes deben ayudarte o corregirte, no se ve el momento para ello, o no hay tiempo, o no consideran tus prisas, tus expectativas, tu vocación, tu precioso tiempo por encima de tantas otras urgencias. Y te quedas sin quien te ayude y guíe para conducir y vivir la obra de Dios en ti.
Estoy hablando de mi mismo, yo soy el primero que siento que no he acompañado, sea la excusa de la distancia, de la pandemia, sea la excusa de que la Iglesia tiene cosas más urgentes que atender, pero el caso es que no hemos acompañado. En palabras de Juan Manuel de Prada: “pecamos de ser una Iglesia rutinizada, burócrata e impersonal, con poco amor y sin perspicacia para corregir y consolar, que deja enfermar a sus miembros más selectos sin advertir su decaimiento, su dolencia íntima, su agonía espiritual”. Estas hermanas han recibido una formación en los pecados de nuestra Iglesia sin recibir de nuestra parte, a la vez, una formación en su santidad y en el por qué de nuestra liturgia y nuestro ser lo que hoy somos, gracias a la acción del Espíritu Santo.
Y del gran valor que daba San Francisco a la obediencia, aún cuando yo tuviera una mejor visión del futuro que mis superiores.
Nuestras hermanas de Belorado no son herejes, ellas están convencidas de amar a Nuestro Señor, y seguro que lo aman más que yo. Pero se ven en un punto de hartazgo, desde mi lado se llamaría soberbia, que las ha llevado por otro camino, junto a la casualidad de toparse con otros inoportunos y equivocados pastores que se les han cruzado.
Sólo nos queda rezar, y dejarles ver nuestro cariño, para que cuando nos necesiten nos encuentren con la puerta abierta y el corazón reconciliado.
Dejo este testimonio en nuestra web, como la cicatriz que me queda en el corazón, por no haber estado ahí en el momento oportuno para acompañar. Y esta foto de nuestros mutuos hábitos franciscanos, un día antes de que, quizás, dejemos de ser hermanos de hábito.
Las mejores mantecadas q puedas probar las encontrarás en este monasterio.
Dibujo q me hizo sor Isabel para mi profesión solemne. Armado soy caballero del pobre Señor Jesús. Hace ya unos años.
Curiosa imagen de la erosión en el monasterio que hace la hermana lluvia sobre la piedra, gota a gota. Así es la vida cuando no estamos atentos para restaurarla a cada momento.
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