Jeremías 20
Jeremías es alternativamente majestuoso y sabio y, a la vez, temeroso y enfadado y frustrado. Vive en un amplio rango de emociones.
Jeremías, el profeta, no es el tipo que desde el principio está centrado y seguro.
Es una persona como nosotros, a veces en conflicto y confundido.
Vive en la presencia de Dios pero sin saber lo que eso significa.
Jeremías es un jovencito. Y se queja.
“Mira, Señor, soy muy joven. Créeme, tú no deseas que sea yo”.
Y Dios dice: “No digas que eres muy joven. Yo te he elegido”.
Desde el comienzo está dubitativo, como inseguro de lo que Dios desea.
Y luego el Señor le da esta terrible carga.
No le dice: “Ey, Jeremías, vas a anunciar buenas y maravillosas noticias, y por causa de ello, vas a ser la persona más popular en Israel”.
Al contrario, se le hace entregar un mensaje terrible: que Israel va a caer bajo el juicio de Dios. Dios va a utilizar a los babilonios para castigar a Israel por su infidelidad, su idolatría, su maltrato a los pobres y no hay escapatoria.
Todo lo que pueden hacer es aceptar este juicio, rendirse a este invasor extranjero y aceptar su exilio y derrota.
Ese es el mensaje. ¿Esto lo volvió popular?
No; por el contrario, todos odiaban a Jeremías.
Jonás anuncia que deben arrepentirse, y Nínive se arrepiente. Lo aceptan. Incluso las reses se arrepintieron. Jonás es el profeta más exitoso de la historia de Israel.
Jeremías, lo opuesto. No lo escuchan. Lo persiguen.
Lo echan dentro de una cisterna.
Y es muy probable que haya sido ejecutado por su propio pueblo.
Así que esa es la carrera profética que tiene.
Así que con eso en mente, escuchamos a la frase inicial de nuestro pasaje de este fin de semana. Este es Jeremías mismo hablando:
“Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir;
fuiste más fuerte que yo y me venciste.
He sido el hazmerreír de todos;
día tras día se burlan de mí”.
Este no es alguien que se para serenamente en la presencia de Dios, ofreciendo una simple oración al Altísimo. Es alguien que está diciendo, “te aprovechaste de mi. Me diste esta terrible carga y ahora la estoy cargando y todos me odian. Desde que comencé a hablar, he tenido que anunciar a gritos violencia y destrucción”.
Anuncia la palabra de Dios en el medio de una cultura, de un pueblo, que no quiere escucharla.
¿no te sientes identificado?
la cultura occidental actual no es precisamente abierta a la fe. Es bastante escéptica, bastante crítica de la religión.
Hitchens, número 1 en ventas en 2005 dice: “La Religión lo Envenena Todo”. Presenta la religión como una sarta de mitologías de la Edad de Bronce. La presenta como un viejo sinsentido precientífico, superstición, incluso abuso de niños y de conciencias, engañar a la gente.
Noah Harari, autor del superventas 'Sapiens' se pregunta: ¿Cómo va a tener alma semejante monstruo que toda la historia ha estado batallando y matando?
El mundo, y especialmente internet está lleno de discípulos de Hitchens y semejantes. Hablar sobre Dios , y sobre todo, hablar de cómo debería cambiar tu vida debido a tus creencias religiosas, hablar sobre la dignidad infinita de toda persona humana desde la concepción hasta la muerte natural… es ir contracorriente! TE hará sentir como Jeremías.
Decir hoy que tienes responsabilidades morales,
que existe una estructura para tu vida moral y sexual que debe ser respetada.
intentar anunciar que existen verdaderos valores morales objetivos que deben regir la manera de vivir.
…En una cultura que dice: “todo ha de ser como yo quiero; es mi prerrogativa determinar quién soy y cómo vivo”,
Te hará ser, como Jeremías, “el hazmerreír de todos; día tras día se burlan de mí . . . Por anunciar la palabra del Señor, me he convertido en objeto de oprobio y de burla todo el día”.
Jeremías no halló éxito gozoso en la obra que estuvo realizando. Encontró escarnio y burla y rechazo.
De acuerdo, entonces, ¿abandonamos?
No.
Y aquí viene el mensaje último y más importante:
habiendo dicho todo eso de la dimensión del “miedo en todas partes” por ser un profeta, dice: “He llegado a decirme: ‘Ya no me acordaré del Señor ni hablaré más en su nombre’´
“…Pero había en mí como un fuego ardiente, encerrado en mis huesos; yo me esforzaba por contenerlo y no podía”. Tremendo.
Esta es la otra cara de la experiencia de Jeremías. Toda la negatividad, -es completamente honesto sobre ella- no la esconde, no la desmiente, no simula. La admite plenamente. Y es tentado.
Está tentado de decir, “Me rindo. No voy a hacer más esto”.
Todos lo hemos experimentado.
Pienso que todos los que han estado envueltos en predicación y enseñanza de un modo público han sentido eso: “Olvídate. Ya está. Es muchísima crítica. Sólo quiero abandonar”. “Pero había en mí como un fuego ardiente, encerrado en mis huesos; yo me esforzaba por contenerlo y no podía”.
¿Cómo es la palabra de Dios?
Es como este fuego.
Los profetas usan esta imagen a menudo, de un pergamino de la palabra de Dios que se consume, y es como miel en la boca. Es la dulzura de la palabra de Dios.
¿Qué dice San Pablo?
Él fue también un personaje muy al estilo de Jeremías, ¿San Pablo se encuentra siempre con el éxito? Al contrario. Lo apedrearon y lo echaron de las ciudades y lo persiguieron. Finalmente lo ejecutaron. Pablo tuvo la misma experiencia que tuvo Jeremías, pero aún así Pablo dice, “Ay de mí si no evangelizara”.
Es doctrina católica básica, toda persona bautizada es ungida como sacerdote, profeta y rey. Tu sacerdocio es ejercido cada vez que vas a Misa, cada vez que rezas, cada vez que intercedes; ese es tu sacerdocio.
Realeza, toda vez que ordenas las cosas en función del reino de Dios.
Profecía, toda vez que pronuncias la palabra de Dios.
¿Es solo para gente rara como Jeremías y Pablo?
No, cada uno de vosotros, cada uno de vosotros que está bautizado es un profeta.
Especialmente hoy, cuando anuncias la palabra de Dios, cuenta que tendrás oposición. Si permites que la palabra de Dios penetre hondo en tu corazón, mente y cuerpo, Dios no te abandonará.
Tú también eres Jeremías, llamado a servir a un mundo que no te quiere comprender, porque no le es fácil aceptar a Dios.
Dios es un fuego que arde dentro de ti y no puedes contenerlo y nadie puede contenerlo.
Dirás: “Ay de mi si no evangelizo”.
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