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El antiguo convento de San Lourenzo de Trasouto en Compostela



Fue el compostelano Martín Arias, siendo obispo de Zamora, quien buscó un lugar, en las inmediaciones de Santiago, para volver a su tierra, morir aquí y, también, en este lugar, ser enterrado. Todo esto sucedió antes de 1216, el año en que se data una carta de confirmación del Rey Alfonso IX relativa a la que ya es, entonces, iglesia de San Lorenzo de Trasouto; de este modo una devoción propia de aquel prelado daría nombre a este espacio. De aquel templo se conservan los tres tramos que constituyen lo fundamental de su nave. Una casa para tres capellanes atendería a aquella iglesia que, de no ser de la familia de Martín Arias ninguno de tales clérigos, pasaría a depender del cabildo catedralicio compostelano.


Habrá que esperar, pues, a los años finales del siglo XIV para que llegue el momento en que el Cabildo ceda este espacio a los Frailes Menores quienes, cien años después, verán como los Condes de Altamira les otorgan el bosque inmediato y otros bienes, por lo que se constituyen en patronos tanto de la iglesia como del convento.


En la nave, en el lado del evangelio, se dispone el sepulcro de doña Ines de Orion, con un epitafio datado en 1592 y una curiosa representación que evoca, en un medallón, el tema de Hércules y el león de Nemea, a relacionar, simbólicamente, con el triunfo de la virtud sobre el vicio. Cuando se inicia el siglo XVII el cardenal Jerónimo del Hoyo, refiriéndose a Trasouto, alude a una casa que “… no es con exceso grande…. tiene un claustro bueno y en medio una fuente a modo de alberca”.


Ya en el siglo XVIII el convento se amplia con nuevas celdas; también aquí llega el mecenazgo del arzobispo Monroy. Se construirá, por entonces, primero, la capilla mayor – con un nuevo retablo, contratado en 1700, hoy perdido- y, después su sacristía (1735-1740), un magnífico espacio cubierto por bóveda plana, obra levantada por Fray Manuel de la Peña, que se dispone en la cabecera de su iglesia. A continuación, se levantará el crucero, enlazándolo con la nave de la construcción originaria.


Se ha reconocido el quehacer de Lucas Ferro Caaveiro en las obras del añadido realizado a los pies del templo que cubre la antigua portada. También a este arquitecto se debe la disposición de una nueva portada, en el lado sur, en el tramo inmediato de la nave; ahí podemos ver, ahora, una imagen de San Lorenzo que se ha relacionado, en este caso, con José Gambino, autor con el que se vinculan, igualmente, las figuras de San Francisco y Santo Domingo que se guardan en el templo, en donde también se conservan otras dos relativas a San Lorenzo, un San Antonio de Padua y un San Pascual Bailón, todas ellas de notorio interés y a vincular con este momento de vida franciscana en Trasouto, al igual que los dos Crucificados – uno, en la nave; y otro, en la sacristía- y la pequeña Inmaculada que centra, actualmente, el presbiterio. La caja del órgano – sita en el coro que se dispone a los pies del templo- se adorna con formas rococós propias de los años medios del siglo XVIII, y se corona con tres escudos; dos de ellos son característicos de la Orden; el otro, de este convento: una parrilla alusiva al instrumento de martirio de su santo titular.


Ya en el exterior del espacio propiamente conventual, en la robleda inmediata, puede verse, cerca del muro de cierre, un crucero, datado en 1683.



TRAS LA EXCLAUSTRACIÓN

La marcha de los frailes supuso su puesta en venta y serán los duques de Medina de las Torres, descendientes de los condes de Altamira, quienes adquieran esta propiedad. De este modo lo que fue convento se tornará en pazo. Pero, aún siendo así, los frailes no dejan, al menos en un principio, de tener allí una cierta presencia y así será fr. José Mera -“…un venerable religioso, lector jubilado que había sido del convento grande de S. Francisco” - a quien se confíe su guardia.


Los nuevos dueños se harán querer en Compostela, especialmente la duquesa, doña Eulalia Osorio de Moscoso y Carvajal. Se debe a un arquitecto, que viene desde Madrid, de apellido Villarejos, la dirección de la restauración del antiguo convento; esto sucede a partir de 1879. Será en ese mismo año cuando se trasladen desde Sevilla tanto el retablo como los sepulcros – traídos, de este modo, hasta aquí por sus descendientes- de los marqueses de Ayamonte, D. Francisco de Zúñiga y Guzmán y Doña Leonor Manrique de Castro, obra de 1532 vinculada a los lombardos Antonio y Giovanni de Aprile con Pier Angelo Della Scala. Este conjunto proviene de la iglesia de San Francisco de Sevilla, con lo cual fue realizado para un espacio franciscano y se dispondrá, ahora, en otro que también lo fue; es más, en ambos casos tuvo una colocación principal dentro del espacio sacro ya que formaban parte de la capilla mayor, cuestión a relacionar con el patronato que la familia tenía en el caso hispalense.


Ahora bien, en su reubicación en Compostela, las tumbas de los marqueses dejan de estar en el presbiterio para disponerse en la parte inicial de la nave; de este modo esta obra, de carácter funerario, en su conjunto, asume, en cierta medida, como una especie de panteón este templo, al menos en su parte mas moderna: capilla mayor, crucero, arranque de la nave... Es más, y en este mismo sentido, al fallecer la Duquesa promotora de la obra se trasladará su cuerpo para ser enterrada en el “… panteón de la familia de la Iglesia de San Lorenzo”. Por otra parte ese punto de partida de este conjunto funerario, en una iglesia franciscana de Sevilla, justifica parte de las devociones que se nos muestran en su imaginería; concretamente las de Francisco, Buenaventura, Antonio y, por extensión, en lo concerniente a poner en valor las órdenes de los predicadores, Santo Domingo, tantas veces relacionado con el propio Francisco. También San Lorenzo tiene aquí un lugar.


Evidentemente el montaje de toda esta obra en Santiago resultó un tanto arbitrario disponiendo más de una pieza en lugares diferentes para los que fueron concebidas. Fue tal labor de reutilización, sin embargo, ciertamente meritoria, en la que está al frente un franciscano, fray José Rodríguez, que cuenta con el trabajo, en lo constructivo, de Agustín Rodríguez y Vicente Picón, a la hora de hacer alguna restauración – a él se deben, por ejemplo, las cabezas de las figuras de San Lorenzo y San Pablo-. También se debe a este momento la decisión de que esta obra en alabastro muestre su blancura a la vista ya que, al llegar hasta aquí, mantenía restos de policromía. El 9 de agosto de 1883, víspera de San Lorenzo, se abriría al culto esta iglesia siendo especialmente reconocida la labor restauradora de la entonces marquesa de Medina de las Torres, doña María Eulalia Osorio de Moscoso y Carvajal (1834-1892). Tras las obras, por 1885, se valora a la Marquesa de las Torres como “… acreedora á la gratitud y cariñoso respeto que los santiagueses le profesan. Sin su piadosa solicitud tal vez sólo escombros anunciarían la existencia del antiguo eremitorio que dio tantos santos al cielo”.


De origen sevillano son, también, los dos retablos, con su correspondiente imaginería, que se encuentran en el crucero. El del lado del Evangelio - que, en lo fundamental, responde al gusto manierista de fines del XVI- encuadra la magnífica representación, del mismo tiempo y estilo, de la conocida como Virgen de la Silla, atribuida a Jerónimo Hernández. En tanto el cuadro que puede verse en la parte alta es una copia de una obra de Murillo, los Niños de la Concha (Museo del Prado), de 1670-1675.


El retablo que puede verse en la parte de la Epístola responde a formas que cabe relacionar con el segundo tercio del siglo XVIII. En su calle central presenta la devoción de Santa Ana enseñando a leer a la Virgen; sigue una formulación próxima a la que, por aquellos momentos, estaba desarrollando en Sevilla el escultor José Montes de Oca. También se corresponden con la misma mano las figuras de San José y San Joaquín, en los laterales.


La remodelación de lo que fue convento en pazo conllevó obras que afectaron, fundamentalmente, a la parte más elevada del claustro debiéndose a Agustín Rodríguez los arcos del nivel superior de sus cuatro lados. También responde a una adecuación al gusto pacego tanto la ornamentación de buena parte de los espacios interiores como el remate que, en forma de torre almenada, se dispone hacia la zona septentrional en donde puede verse, además, en disposición angular, un escudo que cabe relacionar con los restauradores de esta construcción.


Hoy esta edificación es utilizada, esporádicamente y en una parte, por la familia propietaria. Tanto la iglesia como parte de su edificación y jardines son marco, de cuando en cuando, de diferentes tipos de eventos. También cuenta con un horario de visita.

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