Hoy, la Iglesia celebra un evento misterioso y milagroso de enorme importancia para el plan de Dios para nuestra salvación en Cristo y que sucedió de una manera que pasó prácticamente desapercibido. Este evento es la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María. La Inmaculada Concepción se trata de cómo Dios actuó de manera extraordinaria en la vida de la Santísima Virgen María, de modo que desde el primer momento de su concepción, fue “preservada inmune de toda mancha del pecado original” (Pío IX, citado en CIC 491).
¿Qué significa esto?
El pecado original es un hecho de nuestra existencia, un hecho triste, que caracteriza la condición humana. Oscurece nuestro intelecto, distorsiona nuestra imaginación y debilita nuestra voluntad para que sea más susceptible al pecado. Somos concebidos en pecado original y no podemos por nuestros propios esfuerzos remediar esta situación.
Vivimos con esta inclinación al pecado que nos afecta física, emocional, psicológica e intelectualmente. Por eso se habla del pecado original como condición de la existencia humana. El pecado es nuestro rechazo de Dios, y nuestros rechazos de Dios se manifiestan en la facilidad con la que demostramos que no estamos dispuestos a amar y perdonar.
Es en nuestras negativas a amar que vemos el gran indicador de las consecuencias del pecado original como una condición opresiva y terrible. Dios tiene un plan a través del cual trata con el pecado original. Este plan se desarrolla en las Escrituras y culmina en la revelación de Cristo el Señor. Cuando hablamos de Cristo “salvándonos” o nos referimos a Cristo como nuestro redentor, de lo que nos está salvando y librando es del pecado original y sus efectos.
La Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María es parte del plan de Dios.
Cristo, que recibe su carne humana de su madre, recibe esta carne de una persona que, por un don singular de Dios, ella misma viene a este mundo sin pecado original. Esta exención es un regalo de Dios para la mujer que libremente elegiría ser su madre. El regalo destaca la naturaleza extraordinaria de la misión de la Madre de Dios: nadie tendría la relación que Dios en Cristo tiene con la Santísima Virgen María. Nadie será jamás la Madre de Dios excepto la Santísima Virgen María.
.La Inmaculada Concepción no era una especie de complemento decorativo sino una realidad que sería imprescindible para que la Madre de Dios cumpliera su misión. Se expresaría en una capacidad de amar que habría superado con creces la nuestra.
Y esto no habría puesto las cosas fáciles. La Inmaculada Concepción de la Madre de Dios tuvo lugar en un mundo lleno de pecado. Su libertad del pecado no la habría vuelto fría y distante, sino que la habría avivado a la vida con una profunda compasión que habría penetrado en su corazón. Habría sido para este mundo un signo de contradicción, una extraña, alguien que siempre habría estado en las periferias, profundamente enamorada, pero acosada por el dolor de cuánto se niega el amor de Dios en un mundo caído. Lo que sea que sintamos de los efectos de la negat iva del mundo a amar se habría intensificado para la madre de Cristo. Ella sabría, mejor que nosotros, la necesidad desesperada de la humanidad por un salvador, y las consecuencias de nuestro rechazo a Dios habrían sido abrumadoras si no fuera por la gracia que recibió en su relación con su Hijo divino.
La Inmaculada Concepción no significa que la Madre de Cristo no necesitaba un salvador o que de alguna manera se salvó a sí misma. De hecho, significa lo contrario. Cristo la salvó de manera extraordinaria y le dio una santidad que ella no logró por sí misma. Él hizo esto por ella, por el bien de su misión, una misión que solo ella soportaría. Este don de la santidad es de lo que se trata la Inmaculada Concepción. La Inmaculada Concepción no es algo fácil, es misterioso y milagroso, pero sin embargo es un don hermoso y extraordinario, un don a través del cual Dios en Cristo actuó para salvar a su Madre, y a nosotros, de nuestros pecados, de todos nuestros rechazos al amor.
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