Si una familia te preguntara: 'Dime un colegio al que enviar a mi hijo para que reciba una educación cristiana, viva la fe, y adquiera un hábito de vida según el evangelio? ¿Qué responderías?
¿Los responsables de los colegios, los superiores de nuestras instituciones, son conscientes de la necesidad que hay de 'TESTIMONIOS' para conseguir transmitir la fe? ¿Conoces algún superior o provincial que siga pensando que vivimos en una sociedad cristiana y que solo tenemos que preocuparnos de que haya dinero para mantener nuestros gastos??
Los presupuestos en obras, mantenimiento, recursos humanos,... dedicados a la formación en colegios católicos, merecerían algún nivel de éxito: las cifras empleadas en sostener esa colosal estructura son astronómicas. Y aún más el desgaste de personas que deberían estar felices evangelizando y están deseando que se acabe el horario escolar para tomarse un café.
Estamos asistiendo al amargo desengaño de tantísimos padres que, habiendo confiado la educación religiosa de sus hijos a las instituciones de la Iglesia, descubren, ¡tarde ya!, que incurrieron en un error gravísimo. Como el que descubre en el lecho de muerte, que confió su salud a médicos ya jubilados anticipadamente.
Tantos padres actuaron convencidos de que confiaban la formación religiosa de sus hijos a los mejores profesionales y vocacionales en esas disciplinas. Pero resulta al fin que la decepción que han de afrontar, es de las que te destrozan la vida y te hacen perder la fe en el descomunal tinglado que tiene montado la Iglesia desde su más alta cúpula, colegios enormes, equipos humanos enormes, pero sin un proyecto de fe.
¿Se han rendido TODAS las instituciones religiosas que tienen colegios? ¿Se han rendido a la imposibilidad de transmitir la fe, y ni siquiera a VIVIRLA?
Esto es como tener un sistema de enseñanza que, en vez de enseñar, profundiza el nivel de ignorancia de los alumnos; o un servicio técnico de mantenimiento que no consigue mantener las instalaciones en funcionamiento, dando la penosa imagen de decadencia irreversible del negocio.
Ante este fenómeno, uno no puede dejar de preguntarse qué pintan ahí tantos obispos y superiores reunidos para hablar de Enseñanza y de pastoral... si nuestros jóvenes salen del colegio renegando de la fe. Y las familias no han recibido apenas nada. ¿Para qué hacemos mantenimiento y pintamos fachadas cada verano, si no hay proyecto cristiano dentro de esas paredes?
La imagen de decrepitud que ostentan tantas instituciones que mantienen colegios llamados cristianos pero que no han dado una sola vocación a la iglesia, es lamentable. Son muchos decenios de ejercicio cayendo por el despeñadero sin que nadie se dé por enterado. ¿Qué hacen los superiores o provinciales para reavivar la fe en un claustro de profesores y en su alumnado?
Porque los padres que confían sus hijos a un colegio religioso se están quejando de que sus hijos no reciben nada que les haga fuertes frente a la increencia de la sociedad.
¿Será que nuestras instituciones se han centrado en en la preocupación por la mera supervivencia, no ya de las estructuras, sino de las personas, rendidas ya a 'no podemos hacer nada', o quizás es que hayamos perdido la fe?
Y cuando uno ve la absoluta inutilidad de tantos recursos volcados por la Jerarquía de la Iglesia para mantener vivo un colegio, pero sin jóvenes cristianos, cae en la cuenta de que la familia es el gran recurso para mantener viva la llama de la fe; cae en la cuenta de que si no contamos con la familia, es decir con nosotros mismos, es decir con la Iglesia de base, sin títulos y sin poder; si no contamos con la fe que nos transmitieron nuestros padres, no nuestros superiores, estamos en el abandono total. Ni los profesores de religión en los colegios… ¡religiosos!, son capaces de cubrir esta imperiosa necesidad de nuestros hijos. Si no están ahí los padres y los abuelos transmitiendo la fe a los más jóvenes, ninguno de esos espectaculares esfuerzos de las instituciones sirven para nada. Nada como la humilde aportación de la familia.
¿Y si resulta que muchos padres han renunciado también a transmitir la fe a sus hijos, e incluso a vivirla en su persona?
¿A qué juegan pues nuestras instituciones, y qué sentido tiene hacer obras y sostener esos ingentes gastos?
¿Será que hay que dejar a un lado los colegios y las estructuras de formación para centrarnos en el apoyo a las familias desde la parroquia?
¿como pueden nuestros colegios ser restaurados para que vuelvan a ser sal de la tierra y luz del mundo?.
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