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Próxima canonización de los mártires franciscanos de Damasco

Actualizado: 18 oct 2023

La Iglesia maronita de Damasco ha comunicado en la Navidad de 2022, a través de su patriarca, el cardenal Beshara Raï, que el Papa Francisco aprobó el decreto que proclama "mártires de la fe" a los tres hermanos Francis, Abdel Mohti y Raphaël Massabki . Martirizados en la masacre de 1860 en Damasco y serán incorporados a la asamblea de los santos de la Iglesia universal, independientemente del reconocimiento de un milagro que se habría producido por su intercesión.


"Este es nuestro regalo de Navidad", dijo el cardenal de la Iglesia maronita. La fecha de la ceremonia de canonización, que normalmente se celebra en Roma, todavía no se ha fijado oficialmente.


Los hermanos Massabki encontraron la muerte en Damasco, en las masacres cuyas causas históricas se remontan a ciertas rivalidades en el Monte Líbano entre drusos y maronitas fomentadas por la injerencia extranjera, y en las que el gobernador otomano Ahmed Pasha fue uno de los principales protagonistas. Los tres hombres fueron asesinados el 10 de julio de 1860 dentro del convento franciscano, tras negarse a renegar de su fe cristiana. Esto ocurrió en el marco de una revuelta popular que duró entre el 9 y el 18 de julio -que sólo en Damasco se cobró entre 4.000 y 6.000 víctimas cristianas-. y posiblemente unos 20.000 en la región. Además de destrucción de iglesias, conventos, vivendas y comercios de cristianos.


Los tres hermanos Massabki fueron declarados beatos por el Papa Pío XI el 7 de octubre de 1926. Desde entonces la Iglesia maronita celebra cada año a los beatos hermanos Massabki el domingo siguiente al 12 Julio.


La archieparquía de Damasco de los maronitas (en latín: Archieparchia Damascena Maronitarum y en árabe: مطرانية دمشق المارونية‎) es una sede episcopal de la Iglesia católica perteneciente a la Iglesia católica maronita en Siria, inmediatamente sujeta al patriarcado de Antioquía de los maronitas. Extiende su jurisdicción sobre los fieles de la Iglesia católica maronita residentes en las gobernaciones de Damasco, Campiña de Damasco, Dar'a, Quneitra y As-Suwayda.

La sede archieparquial está en el barrio de Bab Tuma en la ciudad de Damasco, en la misma manzana que nuestra parroquia de San Francisco.


La Custodia Franciscana de Tierra Santa pide al Papa Francisco la canonización conjunta de estos 3 hermanos maronitas y de los 8 frailes franciscanos, ya beatificados.

La comunidad de Damasco de aquella época se hallaba compuesta por Fr. Manuel Ruiz (natural de San Martín de Ollas, Burgos), Guardián y director del colegio, Fr. Carmelo Volta (párroco y profesor de árabe, de Gandía), Fr. Engelberto Kolland (coadjutor parroquial, natural de Austria), Fr. Nicanor Ascanio (de Villarejo de Salvanés, Madrid) y los hermanos Fr. Juan Jacobo Fernández (de Carballeda de Cea, Orense) y Fr. Francisco Pinazo (natural de Alpuente, Valencia).

Tras la Semana Santa de 1859, habían llegado también al colegio los nuevos moradores Fr. Nicolás Alberca (de Aguilar de la Frontera, Córdoba) y Fr. Pedro Soler, de Lorca (Murcia), religiosos jóvenes procedentes del Colegio de Misioneros de Priego (Cuenca). Ambos enviados para aprender las lenguas árabe y griega, necesarias para su tarea misionera en Tierra Santa.


Pero tras la Paz de París de 1856 (firmada tras la Guerra de Crimea) algo no funcionaba bien en Siria, y poco a poco fue gestándose el germen de la Revolución de Damasco de 1860, que provocó la persecución y martirio de los religiosos y de los cristianos árabes, así como la quema del convento-colegio franciscano y varios barrios anejos.

El problema de fondo era que el Imperio Otomano (Turquía) tenía a su suerte y como súbditos a los cristianos de la zona, y la cuestión religiosa fue originando tensiones entre la población turca y cristiana.

En 1860 el barrio cristiano de Damasco contaba con 30.000 cristianos y 140.000 musulmanes. Escribe el padre Ruiz el 2 de marzo al custodio de Tierra Santa, comunicándole los previsibles síntomas del inminente desastre: "Ante todo, cúmplase la voluntad de Dios".

La situación en Damasco se hace por momentos insostenible, y en una nueva carta del 2 de julio, el padre Ruiz comunicaba al procurador de Tierra Santa que "nos hallamos en gran conflicto al presente, amenazados por los drusos y el bajá de Damasco, que les da los medios para quitar la vida a todos los cristianos, sin distinción de personas y ya sean europeos o árabes".

Al día siguiente comenzó el populacho a provocar audazmente a "los perros cristianos" (así llamados por los drusos), lanzando en el barrio cristiano de Damasco "perros pintados con los colores de algunas banderas europeas y con cruces de madera colgadas del cuello de dichos animales".

Los soldados del emir Abd el Kader, que patrullaban por las calles para poner a salvo a los cristianos, se ofrecieron a la comunidad franciscana para retirarlos del peligro. Pero éstos rehusaron el ofrecimiento, prefiriendo permanecer en el convento a fin de acoger a los cristianos europeos y maronitas que buscaran refugio, confiando en la robustez del edificio conventual, capaz de resistir las embestidas turcas.

Así llegó el 9 julio 1860, fecha en que algunos grupos cantaban por las calles la Mahla debh in Nassarah (lit. el Dulce y Agradable Sacrificio de Cristianos). Y poco después del mediodía, empezaba el asalto.

La turba drusa invade frenética el barrio cristiano (que contaba con 3.800 casas), cerrando todas las salidas y dando inicio a incendios y saqueos. Conforme se expandía la revolución, y previendo el emir Abd el Kader que los asesinatos afectasen a los religiosos, acude con sus patrullas y logra poner a salvo a los jesuitas, paúles e Hijas de la caridad, y a la mayor parte de los cristianos, tanto católicos como maronitas. Pero los franciscanos, sin embargo, rehusaron abandonar a quienes tenían refugiados en su convento.

Entre los que corrieron a refugiarse al Convento de San Francisco, estaban los hermanos maronitas: Francisco Mooti y Rafael Massabeki, a los que siguieron los niños de la escuela parroquial y más de 100 cristianos maronitas. Mooti (el maestro parroquial) exhortó a sus alumnos a morir antes que apostatar, y a los más pequeños les pidió que fuesen a refugiarse al Palacio de Abd el Kader.

El 10 julio 1860 por la mañana, el guardián entró en la iglesia y consumió las especies sacramentales. Los cristianos maronitas fueron las primeras víctimas de las cimitarras turcas, seguidos por los religiosos y el resto de alumnos del colegio. .

Los cuerpos de todos los franciscanos fueron sepultados por los maronitas en el templo conventual del actual Convento San Francisco de Damasco, en el que actualmente se veneran.

El 10 octubre de 1926 Pío XI beatificó oficialmente a los mártires franciscanos de Damasco.


BEATIFICACION: Pío IX beatificó a los "Mártires de Damasco" en 1926.

Fecha de beatificación: 10 de octubre de 1926, 8 franciscanos mártires y tres laicos maronitas: Francisco, Abdel Moti y Rafael Masabki, hermanos de sangre de la familia Masabki. Uno de ellos era profesor en la Escuela de los Padres Franciscanos, los otros dos eran comerciantes; habían acudido al convento en busca de asilo y protección.


CANONIZACIÓN:


La Iglesia católica Maronita ha obtenido del Papa Francisco el visto bueno a la canonización de tres mártires laicos maronitas. Con esta ocasión la Custodia de Tierra Santa ha promovido también el proceso de canonización de los religiosos franciscanos, que tendrá lugar, Dios mediante, en Roma y con fecha por determinar.


La Fiesta de estos santos mártires se celebra cada 10 de julio


Carta del Patriarca Maronita al Papa Francisco sobre los beatos Massabki

E nombre de Su Eminencia el Cardenal Bechara Pedro Raí, Patriarca de Antioquía y de todo el Oriente y del Sínodo de los Obispos Maronitas para la canonización de los Beatos Mártires: los Tres Hermanos Massabki: Francisco, Abdel Moati y Rafael Protocolo, 1/2022 Santo Padre, Después de haber implorado la Santa Bendición Apostólica, es con una inmensa esperanza que ponemos nuestra petición en sus paternales manos, y como Sucesor de San Pedro, pedimos a Su Santidad, después de estudiar los archivos, los testimonios y las necesarias consultas canónicas y eclesiales, que acepte elevar a los tres «Beatos Mártires: Hermanos Massabki» al rango de Santos. Fueron auténticos testigos de la fe y su canonización podría ser una buena ocasión para «levantar la cabeza y reconocer a nuestros hermanos como "el prójimo" para tomar partido por el que ha caído en el camino» (cf. Fratelli tutti, § 16). 1. La vida y el martirio de Francisco, Abdel Moati y Rafael Massabki son una personificación conmovedora de la encíclica «Fratelli tutti» sobre la fraternidad y la amistad social en un Oriente que no deja de ser la encrucijada de la mayoría de los conflictos geopolíticos del mundo. De hecho, Oriente, además de albergar los lugares sagrados de las tres religiones monoteístas, posee la mitad de las reservas de hidrocarburos del mundo y está situado en la encrucijada de las principales rutas comerciales mundiales. Y desgraciadamente, debido a la virulencia de los conflictos y a las exacerbaciones, a causa de las diversas ideologías y del nacionalismo fragmentado, deconstruido, vaciado (aunque la lista no es exhaustiva), vislumbramos nuestro futuro nada halagüeño. 2. Santo Padre, en 1860 por primera vez ortodoxos y católicos occidentales y orientales se unen en un mismo martirio; el de las masacres de Siria, y 66 años después, en 1926, el Papa Pío XI beatifica a los ocho franciscanos y tres laicos maronitas martirizados en Damasco. Al mismo tiempo, en 1993, el Sínodo de Antioquía de la Iglesia Ortodoxa proclamó la santidad del padre Youssef Mhanna el Haddad, caído el mismo día en las mismas circunstancias. Todos estos mártires se conmemoran el 10 de julio. Como si visiblemente el Espíritu Santo nos instara a celebrar el «ecumenismo de la sangre» tan querido por su corazón. 3. Con este espíritu pedimos la canonización de los beatos hermanos Massabki y, a través de ellos, indirectamente de los religiosos franciscanos. Los pueblos de nuestros países necesitan desesperadamente un soplo de esperanza para redescubrir el sentido de su vocación de laicos y confirmar su presencia, su papel de vínculo, de unidad y de pivote en este Oriente enfermo de tantas fragmentaciones. Sobre todo porque todos los relatos de las masacres de 1860 en Damasco mencionan el valor de muchos musulmanes que arriesgaron su vida para proteger a los cristianos. Entre estos musulmanes destaca la figura del emir argelino Abdel Kader, entonces exiliado en Damasco. Según el entonces cónsul francés, salvó la vida de casi 11,000 cristianos en Siria. Recordar estos hechos forma parte del planteamiento conjunto que usted lanzó con el Gran Imán de el Azhar, el jeque Ahmed Al Tayeb en «La fraternidad humana, por la paz mundial y la convivencia» en febrero de 2019. Y lleva la conciencia a todos los hombres de buena voluntad de que su garantía depende del cuidado que tengan los unos de los otros. 4. Incluso en su entierro, los hermanos Massabki simbolizan la inquebrantable unidad de las Iglesias católicas de Oriente y Occidente, al confundir involuntariamente sus huesos con los de los ocho religiosos franciscanos y probablemente también con los de muchas otras personas desconocidas que recibieron el honor del martirio ese día. Todos ellos fueron asesinados sólo por ser cristianos y negarse a renegar de su fe. 5. Desde el punto de vista de su vida personal, los hermanos Massabki se llevaban bien con todos los que les rodeaban; eran conocidos por su generosidad hacia los necesitados y los «waqfs» (tierras de las comunidades) tanto cristianos como musulmanes. En cuanto a los compromisos civiles y políticos, eran buenos ciudadanos y nunca se vieron implicados, ni ellos ni sus correligionarios de Damasco, en los acontecimientos que tuvieron lugar en el Líbano. Su vida ejemplar de piedad y su voluntad de servir a los demás y a la Iglesia, así como su fidelidad a Cristo, les han convertido en buenos y santos laicos. además, dos de ellos estaban casados y eran padres; Francisco con ocho hijos y Abdel Moati con cinco. 6. Fueron los primeros fieles de una Iglesia católica oriental, la maronita, en ser beatificados en 1926, según el procedimiento vigente en la Iglesia romana. Antes de ellos, nuestros santos eran reconocidos como tales sobre la base de tradiciones populares. Hubo que esperar 39 años para la beatificación por el Vaticano del monje, futuro San Charbel Makhlouf, OLM (1965). Luego de la monja Santa Rafka Choboq Ar-Rayès, OB (1985), y de los monjes, Santa Nemetallah Al-Hardini, OLM (1998), el Beato Esteban Nehme, OLM (2010) y el Beato Yaacoub Haddad, OFM Cap (2008). El 4 de junio de 2022, otros dos capuchinos libaneses, Leonardo Melki y Tomás Saleh, han sido declarados beatos. 7. Sin embargo, enseguida nos damos cuenta de que de toda esta hermosa lista de santos y beatos, no hay ningún laico ni padre, excepto en los Massabki. Sin embargo, ellos habían abierto la serie. Puede ser un recordatorio de Dios de que el terreno fértil para los santos es, efectivamente, la familia. Con usted, Santo Padre, rezamos en este momento crucial de nuestro tiempo para que se realicen todas sus aspiraciones, especialmente la de la fraternidad y el encuentro entre las diferentes civilizaciones para el bien común de todos. Que el Señor impida que nuestros días se asemejen a la inestabilidad, a las incomprensiones, a las divisiones, a la corrupción y a las desviaciones, y les inyecte la savia de una renovación auténtica y duradera, sostenida por tu bendición paterna y apostólica, y por la de los santos. Amín.

Y por favor, acepte, Su Santidad, nuestra filial devoción al servicio de nuestra Madre Iglesia, e implorando su Bendición Apostólica le aseguramos nuestras oraciones.


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BEATO JUAN SANTIAGO FERNÁNDEZ Mártir. (1860)

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Beato Juan Jacobo Fernández
Beato Juan Jacobo Fernández

Juan Jacobo Fernández nació en Galicia (España) hijo de Benito y María Fernández el 25 de julio de 1808, día consagrado al Apóstol Santiago, patrono de España. Transcurrió la infancia y la juventud en el santo temor de Dios, dedicado al estudio y luego al trabajo manual. Tenía 22 años cuando, habiendo conocido el mundo, tomó el hábito de los Hermanos Menores.

Juan Jacobo tomó el hábito franciscano como lego en el convento de Herbón, no era sacerdote. Terminado el año de noviciado, emitió la profesión religiosa. En 1859 pidió y obtuvo permiso para ir como misionero a Palestina. Después de sólo 16 meses inmolaba su vida por el Señor en el convento de Damasco.

En su martirio fue precipitado desde el tejado de la iglesia. Aún vivo suplicó a Dios con fervor que aceptase su sacrificio, hasta que con una cuchillada lo remataron.


Restos de los mártires conservados en la iglesia franciscana de Bub Tuma. foto de 1218.


Circular del Mtro Provincial Fr. José Furelos en mayo de 1960:


Altar de los mártires de Damasco en la iglesia conventual de Bab Tuma, Damasco.


Fray José Furelos Mato, de la Orden de Frailes Menores, Ministro Provincial de la Seráfica de Santiago de Compostela :

A los RR PP. Custodio, definidores, delegado provincial, guardianes, superiores y demás religiosos de esta amada provincia: paz y bien

Cumpliéndose en este año el primer centenario del martirio de 8 frailes franciscanos, inmolados en Damasco (Siria), y perteneciendo tres de ellos a esta provincia de Santiago, nos corresponde honrarlos con especiales cultos y celebrar solemnemente su glorioso triunfo, que podemos considerar, de alguna manera, nuestro.


Los 3 mártires particularmente nuestros son: el B. Nicolás alberca, el B. Pedro Soler y el B. Juan Jacobo Fernández.


Este último, nacido en 1808, en Moire, parroquia de Santa María de Carballeda de Cea, obispado y provincia de Orense, vistió el hábito franciscano e hizo su profesión religiosa, en calidad de hermano lego, en el convento de Herbón, en los años 1830-1831. En aquel convento permaneció hasta 1835 en que la funesta exclaustración le obligó a abandonarlo. A pesar de este contratiempo permaneció fiel a su santa vocación, que cultivó con ejemplar fervor entre sus parientes y paisanos, alimentando la ilusión de poder volver al amado retiro conventual. Cuando se convenció de que no podría realizar sus deseos tan pronto, pidió y obtuvo de su superiores licencia para incorporarse a las misiones de Tierra Santa.


El B. Pedro Soler, nacido en Lorca, Murcia, en 1827, y el B. Nicolás Alberca, en Aguilar de la Frontera, Córdoba, en 1832, fueron recibidos en la Orden de Menores en su colegio de Priego, en 1856, donde tuvo la primera etapa de su existencia el colegio de misioneros para Tierra Santa y Marruecos, trasladado a la ciudad del apóstol Santiago en 1862.


Los tres nombrados religiosos, formando parte de la primera expedición de misioneros enviados por el dicho colegio a Palestina, se embarcaron en Valencia a mediados de enero de 1859 para llegar a Jafa el 19 del mes siguiente.


En el mismo año 1859, los PP. Pedro y Nicolás, y en comienzos de 1860 fr. Juan Jacobo. fueron destinados al convento franciscano de Bab Tuma, en Damasco, donde le sorprendió la sangrienta persecución movida por los musulmanes contra los cristianos y en la que perdieron sus preciosas vidas por confesar la fe católica, en la noche del 9 al 10 de julio del dicho año. Con ellos fueron sacrificados de igual manera otros 5 franciscanos, que con los tres mencionados componían el total de la comunidad de Bab Tuma.


Los ejemplos de heroísmo que estos esclarecidos confesores de nuestra Santa Fe dieron en esta ocasión no desmerece en nada de los que nos dejaron los mártires de los primeros siglos del cristianismo.

El papa Pío IX los beatifico solemnemente el 10 de octubre de 1926. En el mismo año en que se celebraba el séptimo centenario de la muerte de N.S.P. San Francisco.


Este glorioso acontecimiento se celebró en toda la orden seráfica con singulares muestras de regocijo y, por lo que atañe a nuestra Provincia de Santiago, se organizaron cultos especiales en honor a los nuevos bienaventurados, mereciendo recordarse los que se celebraron en el pueblo natal del B. Juan Jacobo, por iniciativa del santo obispo Dr. Cerviño, el cual había nombrado previamente de entre el Cabildo Catedralicio una comisión con el encargo de organizar las fiestas, y en el día señalado intervino personalmente el mismo Señor Obispo oficiando la Misa Pontifical y pronunciando el panegírico del Beato.


Al cumplirse ahora el primer centenario del glorioso martirio no debemos permanecer indiferentes. Al efecto, se trató oportunamente con el Excmo. y Rcdmo. Sr. obispo de aquella diócesis de la posibilidad y conveniencia de celebrar algunos cultos en Carballeda de Cea. Su Excia. Rvma. acogió benévolamente la idea y delegó al padre superior del convento franciscano de Orense para que se pusiera de acuerdo con el Sr. cura párroco de dicha feligresía acerca de lo que se puede hacer y de la fecha más conveniente.


Por lo que respecta a nosotros, ruego a los padres superiores que, con ayuda de los PP. procuradores de la U.M.F. organicen algunos cultos, un triduo, por ejemplo, en honor de nuestros insignes mártires, dando a conocer su vida y culto entre los fieles.


Aprovechen esta ocasión para hacer resaltar el valor e importancia de la vocación al estado religioso, la gloria de nuestra orden como depositaria en nombre de la Iglesia de los Santos Lugares desde hace siete siglos y el honor que corresponde a nuestra provincia en la noble y ardua empresa de servir y defender este sagrado tesoro de la Cristiandad, por el compromiso que tiene de enviar misioneros a la Custodia de Tierra Santa.


En esta misma coyuntura exhorten a los fieles a que oren por la conservación de aquellos lugares santificados por la presencia mortal de Cristo nuestro Señor y de su Santísima Madre, a que hagan propaganda en favor de los sacrificados misioneros encargados de custodiarlos contra los enemigos de la Iglesia Católica y a que ayuden con sus limosnas a la preparación de los futuros misioneros, cuyas casas o seminarios de formación mayor y menor radican en nuestra provincia.

De los actos que se celebren en honor de nuestros mártires y del éxito de los mismos den cuenta al P. Director de «Acta provincial» y al P. Secretario provincial.

Léanse estas letras en pública comunidad, copiense en el libro correspondiente y, firmadas y selladas, devuelvanse a la Secretaria provincial.


Santiago 31 de mayo 1960

Affmo en Cristo Jesús, Fray José Furelos ofm. Min. Prov.

Por mandato de S.P.M.R. Fr. Serafín García. Secret. Prov.


Fr. Bahjat Karakach, Guardian del convento de Bub Tuma, ante el altar de los mártires de Damasco en nuestra iglesia conventual de Compostela.
Fr. Bahjat Karakach, Guardian del convento de Bub Tuma en 2018, ante el altar de los mártires de Damasco en nuestra iglesia conventual de Compostela.

Otras crónicas:

Beato Manuel Ruiz y compañeros mártires en Damasco por Guillermo Mirecki

Uno de los legados más preciados que han recibido los franciscanos de parte de la Santa Sede, a partir de Clemente VI con la bula Gratias Aqimus, fue la custodia y culto de los Santos Lugares que recuerdan los misterios de la Redención de Jesucristo. LA COMUNIDAD DE SAN FRANCISCO DE DAMASCO En el convento de San Francisco de Damasco, al que eran enviados los religiosos para aprender árabe y griego antes de iniciar su misión en Palestina, fue donde, en 1860, fueron martirizados ocho franciscanos y dos maronitas. La comunidad de Damasco se hallaba compuesta por los padres Manuel Ruiz, superior y director del colegio, nacido en San Martín de Ollas (Burgos), Carmelo Volta, párroco y profesor de árabe, de Gandía (Valencia), Engelberto Kolland (austriaco), coadjutor parroquial, Nicanor Ascanio, de Villarejo de Salvanés (Madrid), y los hermanos Juan Jacobo Fernández, de Santa María de Carballeda de Cea (Orense), y Francisco Pinazo, de Alpuente (Valencia). Después de la Semana Santa de 1859 llegaron los nuevos moradores Nicolás Alberca y Pedro Soler, religiosos jóvenes procedentes del colegio de Misioneros de Priego (Cuenca). El primero, oriundo de Aguilar de la Frontera (Córdoba), y el segundo de Lorca (Murcia), nacido en 1827. Ambos religiosos habían sido enviados para aprender las lenguas árabe y griega, necesarias para su tarea misionera en Tierra Santa. Los religiosos gozaban de la alta estima de los árabes, incluso de los no cristianos, por su labor religiosa, educativa y social. La «Paz de París», firmada el 30 de marzo de 1856, después de la guerra de Crimea, constituye el germen de la revolución de 1860 suscitada en Damasco, y que provocó la persecución y martirio de los religiosos y de los cristianos árabes y de la quema del convento-colegio franciscano y de barrios anejos. El problema de fondo que latía desde años atrás en el imperio otomano era la suerte de los súbditos cristianos. La cuestión religiosa era fuente de constantes conflictos en la relación de Turquía con los demás países, originando, a veces, tensiones entre la población turca y cristiana. A partir del día 2 de marzo, sobre el barrio cristiano de Damasco, se fueron adensando negros nubarrones, presagio de la tormenta revolucionaria. El censo era de 30.000 cristianos frente a los 140.000 musulmanes. La situación de amenaza inmediata no parece inquietar, por el momento, a los misioneros católicos que, fieles a su compromiso, deciden no abandonar sus residencias. El padre Manuel Ruiz escribe el día 2 de marzo al custodio de Tierra Santa, comunicándole los previsibles síntomas del inminente desastre. El colofón de la breve carta, «Cúmplase, ante todo, la voluntad de Dios», manifiesta la aceptación de la muerte que hacía el superior, en nombre propio y de su comunidad. La situación en Damasco se hace por momentos insostenible. El padre Manuel Ruiz, de nuevo, escribía el 2 de julio de 1860 al procurador de Tierra Santa, diciéndole: nos «hallamos en gran conflicto al presente amenazados por los drusos y del Bajá de Damasco que les da los medios para quitar la vida a todos los cristianos, sin distinción de personas, sean europeos o árabes». Al día siguiente comenzó el populacho a provocar audazmente a «los perros cristianos», así llamados por los drusos, lanzando en el barrio cristiano de Damasco «perros pintados con los colores de algunas banderas europeas y con cruces de madera colgadas del cuello de dichos animales». Los soldados de Abd-el-Kader, que patrullaban por las calles para poner a salvo a los cristianos, se ofrecieron a la comunidad franciscana para retirarlos del peligro. Estos rehúsan el ofrecimiento, al preferir permanecer en el convento, a fin de acoger a los cristianos europeos y maronitas que buscan refugio, confiados en la robustez del edificio conventual, capaz de resistir las embestidas turcas. REVOLUCIÓN Y MARTIRIO Así llegó el 9 de julio de 1860, fecha en que algunos grupos sospechosos cantaban por las calles: La mahla debh in nassaraH, o sea, «qué dulce, qué agradable sacrificar cristianos. Y poco después del mediodía empezaba el temido asalto. La turba fanatizada invade frenética, en grupos masivos de 500 a 600 personas, el populoso barrio cristiano, que contaba con 3.800 casas, cerrando todas las salidas del mismo. Los cristianos supervivientes de la revolución sangrienta contaban después las dantescas escenas «de asesinato, incendios y saqueo que tuvieron lugar entonces. Los hombres decapitados, violadas las mujeres en presencia de sus esposos o de sus padres, rotos los muebles, robado todo lo que valía…, hubo casa donde un solo turco mató más de cincuenta cristianos robándoles sus joyas y mujeres. Todavía se ven las ruinas y los escombros en el barrio cristiano». Conforme se expandía la revolución, previendo el emir Abd-el-Kader que los asesinatos afectasen a los religiosos, acude con sus patrullas y logra poner a salvo a los jesuitas, paúles e hijas de la caridad y a la mayor parte de los cristianos. Los franciscanos, sin embargo, rehusaron la ayuda. En efecto, muchos cristianos, habiendo percibido los primeros síntomas de la persecución, corrieron, según costumbre, a refugiarse tras los sólidos muros del convento franciscano, siendo de los primeros los tres hermanos maronitas Francisco, Mooti y Rafael Massabeki con su familia, a los que siguieron los niños de la escuela parroquial y más de un centenar de cristianos. Mooti, el maestro parroquial, después de exhortar a sus alumnos a morir antes que apostatar, los envió, junto a otros cristianos, al palacio de Abd-el-Kader, como lugar más seguro. Antes de su partida, el superior franciscano Manuel Ruiz, con el templo repleto de cristianos, expuso el Santísimo «para impetrar del cielo que alejase aquella amenazadora tempestad, o concediese el acierto y auxilio necesarios para sufrirla con valor». En este sentido dirigió desde el altar ferviente discurso a los presentes que, temblando y con lágrimas en los ojos, se habían refugiado allí. Habiendo abandonado el templo los niños y algún grupo de cristianos para refugiarse en el palacio del emir, el resto del personal con la comunidad franciscana aguardaron el desenlace de los acontecimientos con paciente y temerosa espera. El 10 de julio de 1860 por la mañana, en un instante, la iglesia, los claustros, las celdas y las azoteas quedarán anegadas de sangre. Momentos antes, ante el peligro inminente, el superior entró en la iglesia y consumió las especies sacramentales. Los cristianos Massabeki fueron las primeras víctimas de las cimitarras turcas, seguidos por los religiosos y el resto de los cristianos. De éstos, «sólo entre los escombros del convento de San Francisco, había ciento veinte (cadáveres) amontonados». Entre los religiosos, el primero martirizado fue el padre Ruiz en el altar de la iglesia. Le siguió el padre Carmelo Volta que, aprovechando la confusión, se ocultó en un rincón oscuro; y al ser descubierto, fue asesinado a golpes de maza. El padre Engelberto Kolland, que ante el peligro había huido del convento, saltando de una azotea a otra, fue descubierto en una casa vecina, donde pereció con un golpe de cimitarra en la cabeza; y en parecidas circunstancias también lo fue el padre Nicanor Ascanio. A su vez, el padre Nicolás M.a Alberca murió en el convento de un disparo en la cabeza. Los hermanos legos Juan Jacobo Fernández y Francisco Pinazo fueron sorprendidos cuando, para huir del incendio, subían la escalera del campanario. En la azotea les rompieron la espina dorsal con una maza de madera, y después de atravesarlos con un arma punzante, arrojaron sus cuerpos al patio. A cada uno de los religiosos, antes de producirse el martirio, se les intimaba a abrazar la fe mahometana, y ante su postura negativa, les sobrevenía el martirio. MARTIRIO DEL LORQUINO PEDRO SOLER El último en afrontar el martirio fue el murciano Pedro Soler. En la noche del 9 de julio de 1860, el padre Soler, al asegurarse de que los turcos drusos estaban reduciendo a sangre y fuego lo que encontraban en el convento, decidió refugiarse en la escuela. Entonces, tomando de la mano a un niño de doce años, llamado José Massabeki, hermano de Naame, e hijo de Mooti, maestro de la escuela parroquial franciscana, y a otro llamado Antonio Taclagi, dijo al primero: —Ven conmigo, y si yo no entiendo bien lo que los turcos me dicen, tú me lo explicarás. Mas, pensando el padre Soler que exponía a la muerte a aquellos niños, corrió a esconderlos en la escuela parroquial. Mientras ellos cruzan del convento a la escuela, a través del patio, fueron divisados por un turco, desde una azotea próxima al convento y los denunciaron. Y los turcos irrumpieron en la escuela. Allí encontraron al padre Soler. Los drusos, agarrando del hábito por la espalda, y sin mediar palabra, arrastraron el cuerpo del religioso hasta el centro del aula. En este momento, sacando fuerza de la debilidad, gritó con fuerte voz: ¡Viva Jesucristo! El jefe de la turba, Kaugiar, lo apremia con saña y sarcasmo: —Pero, tú, que eres cristiano, puedes salvar la vida si renuncias a tu falsa religión y abrazas la de nuestro gran profeta Mahoma. —No, «habibi», esto es, «amigo mío»; jamás cometeré tal impiedad. Soy cristiano y prefiero mil veces morir. Los dos niños, desde la oscuridad donde estaban escondidos, contemplaron con sus propios ojos la crueldad con que se ejecutó el martirio: «superior al del padre Alberca», asegura uno de los testigos. El padre Pedro Soler, para mostrar más claramente su inmutable determinación, se puso de rodillas e hizo la señal de la cruz, en actitud de ofrecer a Dios el holocausto de su vida. Luego, inclinando su cuello, lo ofreció al verdugo Kaugiar, jefe de los asesinos, el cual, según el niño José, le asestó una «gran cuchillada» con la cimitarra, cayendo al suelo boca abajo el cuerpo del Beato Soler. Los restantes correligionarios turcos se arrojaron sobre el cuerpo, consumando el holocausto a fuerza de crueles golpes en la cabeza y espalda. No satisfechos todavía, un joven componente del grupo asesino, apunta el otro niño, Antonio Taclagi, coronó el martirio del padre Soler, cortándole la cabeza y mostrándola, orgulloso, como un trofeo. Sus cuerpos, restaurando el convento de San Francisco, fueron sepultados en el templo conventual en el que actualmente se veneran. BEATIFICACIÓN El día 10 de octubre de 1926, el Beato Pío XI proclamó oficial y públicamente la beatificación de los mártires franciscanos. El pontífice, con un vigor y entusiasmo «que nos produce impresión profunda», habló del orgullo de España al contar entre los suyos a siete de estos mártires y de su heroicidad, «mereciendo el cielo y el honor de la Iglesia universal», e invitándonos «a imitarlos en la robustez de la fe y en la simplicidad de sus vidas». --

Ruiz López, Manuel. San Martín de las Ollas (Burgos), 5.V.1804 – Damasco (Siria), 10.VII.1860. Franciscano (OFM), mártir y beato.

Nació en el seno de una sencilla familia rural, recibiendo los primeros rudimentos del latín en su pueblo natal e ingresando en los franciscanos, en el Convento de San Miguel de las Victorias de Priego (Cuenca) en 1825. Ordenado sacerdote en 1830, fue destinado con otros diecinueve compañeros a las misiones de Tierra Santa, desembarcando en Jaffa (Israel) el 3 de agosto de 1831 y trasladándose pronto a Damasco para estudiar el árabe. Nombrado párroco de la iglesia de la Conversión de San Pablo, enfermó al poco, por lo que sus superiores lo enviaron al Convento de Luca (Italia) para restablecerse. Como no lo consiguió, marchó a España, primero a su pueblo natal y luego a la ciudad de Burgos, donde en 1847 fue nombrado profesor de Hebreo y Griego en el Seminario Diocesano. Deseando volver a la actividad parroquial, fue nombrado párroco de Para (Burgos), un minúsculo pueblo al norte de la diócesis, donde estuvo por muy poco tiempo, porque en 1856 decidió su vuelta a Damasco.

Al año siguiente fue nombrado superior de la comunidad franciscana de aquella ciudad, pero la situación había cambiado mucho en sus años de ausencia.

Los cristianos del Líbano y Siria eran objeto de persecución violenta por parte de los rusos y en 1860 fueron destruidas muchas aldeas maronitas y asesinados sus habitantes. La violencia llegó también a Damasco; el 9 de julio el barrio cristiano, donde vivían unas treinta mil personas, fue asaltado y miles de cristianos degollados. Muchos se refugiaron en el Convento franciscano, confiando en la solidez de sus muros.

No queriéndolos dejar abandonados a su suerte, los franciscanos decidieron no aceptar la propuesta del gobernador turco de refugiarse en su residencia.

Con el padre Manuel estaban siete religiosos, todos ellos españoles menos uno: Carmelo Bolta [Real de Gandía (Valencia), 1803]; Nicanor Ascanio [Villarejo (Madrid), 1814]; Nicolás María Alberca [Aguilar de la Frontera (Córdoba), 1830]; Pedro Nolasco Soler [Lorca (Murcia), 1827]; Francisco Piñazo Peñalver [Alpuente (Valencia), 1812] y Juan Fernández [Carballeda (Orense), 1808], además del austríaco, padre Engelberto Kolland. Todos fueron asesinados junto a otros muchos cristianos; el padre Manuel, que había acudido a la iglesia a vaciar el sagrario, fue obligado a colocar su cabeza sobre la mesa del altar y así fue decapitado.

Su cuerpo pudo ser recuperado por los cristianos supervivientes doce días después de la masacre.

En 1872 comenzó su causa de beatificación, introducida en Roma en 1885. La pérdida de documentos producida por la Primera Guerra Mundial obligó a reiniciar los trabajos, creándose un nuevo tribunal en Damasco en 1922. Finalmente, el 10 de octubre de 1926 los ocho franciscanos y tres católicos maronitas seglares, víctimas de la misma persecución, fueron beatificados en la basílica vaticana por el papa Pío XI.

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Alberca Torres, Nicolás María. Aguilar de la Frontera (Córdoba), 10.IX.1830 – Damasco (Siria), 10.VII.1869. Beato, misionero franciscano (OFM), mártir.

Nació en Aguilar de la Frontera el 10 de septiembre de 1830, en el seno de un hogar profundamente cristiano.

Cursó las primeras letras en su pueblo, pero terminada la instrucción primaria se puso a trabajar, ya que la economía familiar era precaria. Comenzó de dependiente de un comercio, pero tal menester no le permitía atender sus prácticas de piedad, y lo dejó y se dedicó a las tareas agrícolas, ayudando a su padre y luego a un tío suyo.

Frecuentaba los sacramentos y leía asiduamente el Año Cristiano, se entusiasmaba por las vidas de los santos, y especialmente por las gestas de los mártires.

Deseaba ser sacerdote, pero la situación económica de la familia le impedía cursar los estudios eclesiásticos.

Tampoco podía ingresar en una orden religiosa, ya que estaban suprimidas en España a raíz de la Ley de Desamortización de Mendizábal.

Por consejo de su confesor ingresó en el noviciado de los Hermanos del Hospital de Jesús Nazareno de Córdoba. En atención a sus revelantes cualidades profesó antes del tiempo reglamentario y poco después elmismo Hospital lo envió a Madrid, a representar sus intereses. Allí vivió algo más de dos años. De principios de 1854 hasta julio de 1856. El 22 de julio de 1854 fue admitido en la Escuela de Cristo, institución que tenía como fin promover la santificación de sus miembros, mediante el cumplimiento de la voluntad de Dios.

Durante su estancia en Madrid se estaba gestando el abrir un convento franciscano para surtir de religiosos a Tierra Santa. El 13 de julio de 1856 se tomaba posesión del convento de Priego (Cuenca).

Entre los asistentes se encontraba Nicolás María Albenca.

Al día siguiente comenzaba el noviciado con otros cuatro compañeros. Al año siguiente hizo la profesión religiosa. En noviembre de 1857 empezó los estudios de Filosofía. Recibió el subdiaconado en septiembre de 1857; el diaconado en diciembre del mismo año y el presbiterado el 27 de febrero de 1858. El día 19 de marzo inmediato celebró su primera misa.

A principios de 1859 recibió la noticia de que tenía que partir a Tierra Santa. Por la premura de tiempo, no pudo ir a despedirse a Aguilar de la Frontera de su madre y familiares. De Priego salieron los misioneros en dos grupos los días 11 y 12 de enero. El día 25 embarcaron en el puerto de Valencia, y el 19 de febrero llegaron al puerto de Jaffa y dos días después entraban en la ciudad de Jerusalén.

Recorrió, según costumbre, los santuarios confiados al cuidado de la Orden franciscana. Pasada la Semana Santa fue destinado a Damasco para estudiar la lengua árabe, junto con dos compañeros de navegación: Nicanor Ascanio y Pedro Soler. Allí se encontraban sus futuros compañeros de martirio: los padres Manuel Ruiz, su

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Manuel Ruiz López nació en el seno de una sencilla familia rural, recibiendo los primeros rudimentos del latín en su pueblo natal e ingresando en los franciscanos, en el Convento de San Miguel de las Victorias de Priego (Cuenca) en 1825. Ordenado sacerdote en 1830, fue destinado con otros diecinueve compañeros a las misiones de Tierra Santa, desembarcando en Jaffa (Israel) el 3 de agosto de 1831 y trasladándose pronto a Damasco para estudiar el árabe. Nombrado párroco de la iglesia de la Conversión de San Pablo, enfermó al poco, por lo que sus superiores lo enviaron al Convento de Luca (Italia) para restablecerse. Como no lo consiguió, marchó a España, primero a su pueblo natal y luego a la ciudad de Burgos, donde en 1847 fue nombrado profesor de Hebreo y Griego en el Seminario Diocesano. Deseando volver a la actividad parroquial, fue nombrado párroco de Para (Burgos), un minúsculo pueblo al norte de la diócesis, donde estuvo por muy poco tiempo, porque en 1856 decidió su vuelta a Damasco.

La comunidad de Damasco se hallaba compuesta por los padres: Manuel Ruiz, superior de la comunidad, Carmelo Bolta (Real de Gandía, Valencia, 1803), párroco y profesor de árabe; Engelberto Kolland, (Ramsau, Austria, 1827) coadjutor parroquial, Nicanor Ascanio (Villarejo, Madrid, 1814), Juan Jacobo Fernández (Carballeda, Orense, 1808), hermano franciscano, y Francisco Pinazo Peñalver (Alpuente, Valencia, 1812), también hermano franciscano. En 1859 llegaron los nuevos moradores: Nicolás María Alberca (Aguilar de la Frontera, Córdoba, 1830) y Pedro Nolasco Soler (Lorca, Murcia, 1827), religiosos jóvenes procedentes del Colegio de Misioneros de Priego (Cuenca); habían sido enviados para aprender las lenguas árabe y griega para su futura misión en Tierra Santa.

Después de la guerra de Crimea, la Asamblea francesa exigió ciertas reformas al imperio otomano, en particular por lo referente a la tolerancia de las minorías cristianas. En 1856, el sultán publicó un decreto por el que todos los súbditos del imperio, sin distinción de raza ni de religión, quedaban en pie de igualdad en materia de impuestos y con derecho a ocupar puestos públicos. Ello constituyó un ultraje a los sentimientos de los mahometanos que, durante doce siglos, habían considerado las comunidades de cristianos como guetos de razas inferiores excluidas de la ley, a las que el decreto del sultán ponía en pie de igualdad con los hijos del Profeta. Por otra parte, las noticias del motín de la India no hicieron más que aumentar el resentimiento de los mahometanos. El padre Manuel Ruiz ya había advertido a sus superiores de su situación, pero no por ello abandonaron el convento.

Los drusos hicieron una incursión en Damasco, y asaltaron el convento de los franciscanos en la noche del 9 de julio de 1860. Gracias al trabajo misionero de los hijos de san Francisco, esta zona se había convertido en el barrio cristiano más próspero y fue la causa de la codicia de los kurdos que les hicieron optar entre la muerte o la conversión al Islam. El guardián, Manuel Ruiz respondió "nosotros no tenemos más que un alma. Perdida, se ha perdido todo. Somos cristianos y queremos morir cristianos". En el convento se habían refugiado tres cristianos maronitas, que fueron martirizados junto con ocho franciscanos. Eran los tres hermanos Francisco, Mooti y Rafael Massabeki, con su familia. Mooti era maestro parroquial, después de exhortar a sus alumnos a morir antes que apostatar, los puso a salvo.

Entre los religiosos, el primero fue Manuel Ruiz, que murió en el altar de la iglesia después de sumir el Santísimo Sacramento, le siguió Carmelo Bolta, que fue asesinado a golpe de maza; Engelberto Kolland, huyó saltando por una azotea y fue descubierto y lo mataron a golpes de cimitarra, también murió así Nicanor Ascanio. Nicolás María Alberca murió en el convento de un disparo en la cabeza. Los hermanos legos Juan Jacobo Fernández y Francisco Pinazo les rompieron la espina dorsal con una maza y después los atravesaron con un arma punzante. Todos los religiosos fueron conminados a abandonar su fe y al negarse los mataron.

El último en afrontar el martirio fue el murciano Pedro Nolasco Soler. El padre Soler, al asegurarse de que los turcos drusos estaban reduciendo a sangre y fuego lo que encontraban en el convento, decidió refugiarse en la escuela. Entonces, tomando de la mano a un niño de doce años, llamado José Massabeki, hermano de Naame, e hijo de Mooti, maestro de la escuela parroquial franciscana, y a otro llamado Antonio Taclagi, dijo al primero: —Ven conmigo, y si yo no entiendo bien lo que los turcos me dicen, tú me lo explicarás.

Mas, pensando el padre Soler que exponía a la muerte a aquellos niños, corrió a esconderlos en la escuela parroquial. Mientras ellos cruzan del convento a la escuela, a través del patio, fueron divisados por un turco, desde una azotea próxima al convento y los denunciaron. Y los turcos irrumpieron en la escuela.

Allí encontraron al padre Soler. Los drusos, agarrando del hábito por la espalda, y sin mediar palabra, arrastraron el cuerpo del religioso hasta el centro del aula. En este momento, sacando fuerza de la debilidad, gritó con fuerte voz: ¡Viva Jesucristo!

El jefe de la turba, Kaugiar, lo apremia con saña y sarcasmo: —Pero, tú, que eres cristiano, puedes salvar la vida si renuncias a tu falsa religión y abrazas la de nuestro gran profeta Mahoma.

—No, «habibi», esto es, «amigo mío»; jamás cometeré tal impiedad. Soy cristiano y prefiero mil veces morir.

Los dos niños, desde la oscuridad donde estaban escondidos, contemplaron con sus propios ojos la crueldad con que se ejecutó el martirio: «superior al del padre Alberca», asegura uno de los testigos.

El padre Pedro Soler, para mostrar más claramente su inmutable determinación, se puso de rodillas e hizo la señal de la cruz, en actitud de ofrecer a Dios el holocausto de su vida. Luego, inclinando su cuello, lo ofreció al verdugo Kaugiar, jefe de los asesinos, el cual, según el niño José, le asestó una «gran cuchillada» con la cimitarra, cayendo al suelo boca abajo el cuerpo del Beato Soler. Los restantes correligionarios turcos se arrojaron sobre el cuerpo, consumando el holocausto a fuerza de crueles golpes en la cabeza y espalda. No satisfechos todavía, un joven componente del grupo asesino, apunta el otro niño, Antonio Taclagi, coronó el martirio del padre Soler, cortándole la cabeza y mostrándola, orgulloso, como un trofeo.

Sus cuerpos, restaurando el convento de San Francisco, fueron sepultados en el templo conventual en el que actualmente se veneran.

En 1872 comenzó su causa de beatificación, introducida en Roma en 1885. La pérdida de documentos producida por la Primera Guerra Mundial obligó a reiniciar los trabajos, creándose un nuevo tribunal en Damasco en 1922. Finalmente, el 10 de octubre de 1926 los ocho franciscanos y tres católicos maronitas seglares, víctimas de la misma persecución, fueron beatificados en la basílica vaticana por el papa Pío XI.


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