¿Qué es la «metafísica de la mística» en san Buenaventura?
- Fray Dino
- hace 8 horas
- 16 Min. de lectura
La «metafísica de la mística» en san Buenaventura es una manera de decir que para él, la experiencia mística no está separada del pensamiento filosófico, sino que la plenitud del conocimiento metafísico se da en el amor, la contemplación y la unión con Dios.
(La metafísica es la rama de la filosofía que se pregunta por lo más fundamental de la realidad. No por cosas particulares (como un árbol, una estrella o un gato), sino por lo que hace que todo eso sea, por lo que está “detrás” o “más allá” de lo físico. De ahí el nombre: meta (más allá) + physiké (naturaleza)).
¿Qué es la «metafísica» para Buenaventura?
No es simplemente especulación abstracta como en Aristóteles. Para san Buenaventura, la metafísica es un camino para entender el ser desde su origen divino. Todo lo creado remite al Creador, porque todo lleva impresa una huella de Dios (la vestigia Dei). Por eso, el ser no se comprende en sí mismo, sino en referencia al Ser Supremo.
¿Y qué es lo «místico» en su pensamiento?
Lo místico es el culmen del conocimiento, cuando la mente humana, iluminada por la gracia, trasciende los conceptos y entra en comunión con Dios. Esto no anula la razón, pero sí la transfigura. Como dirá en su famosa obra Itinerarium mentis in Deum (El itinerario del alma hacia Dios), el alma viaja del mundo exterior al interior, del interior al eterno, y del eterno al amor total.
Entonces, ¿qué significa «metafísica de la mística»?
Es una forma de hacer metafísica que se orienta hacia la unión con Dios. Para Buenaventura, el conocimiento verdadero no culmina en la lógica o la razón, sino en el éxtasis amoroso. Por eso, su metafísica está impregnada de oración, humildad y contemplación.
Podemos resumir así:
No se trata de saber más, sino de amar mejor. Porque el Ser se comprende plenamente sólo en el Amor que lo origina: Dios Trino.
Todo ser creado refleja el Ser Supremo.
El alma puede elevarse desde las cosas sensibles hasta contemplar al Ser Absoluto, que es Dios.
De la Catequesis de BENEDICTO XVI
Sobre San Buenaventura.
Miércoles 3 de marzo de 2010
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy quiero hablar de san Buenaventura de Bagnoregio. Os confieso que, al proponeros este tema, siento cierta nostalgia, porque pienso en los trabajos de investigación que, como joven estudioso, realicé precisamente sobre este autor, especialmente importante para mí. Su conocimiento incidió notablemente en mi formación. Con gran gozo, hace algunos meses hice una peregrinación a su lugar natal, Bagnoregio, una pequeña ciudad italiana del Lacio, que custodia su memoria con veneración.
Nació probablemente en 1217 y murió en 1274; vivió en el siglo XIII, una época en la que la fe cristiana, que había penetrado profundamente en la cultura y en la sociedad de Europa, inspiró obras imperecederas en el campo de la literatura, de las artes visuales, de la filosofía y de la teología. Entre las grandes figuras cristianas que contribuyeron a la composición de esta armonía entre fe y cultura destaca Buenaventura, hombre de acción y de contemplación, de profunda piedad y de prudencia en el gobierno.
Se llamaba Giovanni da Fidanza. Un episodio que sucedió cuando todavía era un muchacho marcó profundamente su vida, como él mismo relata. Se veía afectado por una grave enfermedad y ni siquiera su padre, que era médico, esperaba ya salvarlo de la muerte. Entonces, su madre recurrió a la intercesión de san Francisco de Asís, canonizado hacía poco. Y Giovanni se curó.
La figura del "Poverello" de Asís llegó a ser todavía más familiar para él algunos años más tarde, cuando se encontraba en París, donde estudiaba. Había obtenido el diploma de maestro de Artes, que podríamos comparar con el de un prestigioso instituto de nuestros tiempos. En ese momento, al igual que muchos jóvenes del pasado y también de hoy, Giovanni se planteó una pregunta crucial: "¿Qué debo hacer con mi vida?". Fascinado por el testimonio de fervor y radicalidad evangélica de los Frailes Menores, que habían llegado a París en 1219, Giovanni llamó a las puertas del convento franciscano de esa ciudad, y pidió ser acogido en la gran familia de los discípulos de Francisco. Muchos años después, explicó las razones de su elección: en san Francisco y en el movimiento que él inició reconocía la acción de Cristo. En una carta dirigida a otro fraile escribía lo siguiente: "Confieso ante Dios que la razón que me llevó a amar más la vida del beato Francisco es que esta se parece a los comienzos y al crecimiento de la Iglesia. La Iglesia comenzó con simples pescadores, y después se enriqueció de doctores muy ilustres y sabios; la religión del beato Francisco no fue establecida por la prudencia de los hombres, sino por Cristo" (Epistula de tribus quaestionibus ad magistrum innominatum, en Opere di San Bonaventura. Introduzione generale, Roma 1990, p. 29).
Por lo tanto, alrededor del año 1243 Giovanni vistió el sayal franciscano y asumió el nombre de Buenaventura. En seguida fue destinado a los estudios, y se matriculó en la Facultad de teología de la Universidad de París, donde siguió un conjunto de cursos muy arduos. Obtuvo varios títulos requeridos por la carrera académica, los de "bachiller bíblico" y de "bachiller sentenciario". Así Buenaventura estudió a fondo la Sagrada Escritura; las Sentencias de Pedro Lombardo, el manual de teología de aquel tiempo; y los autores de teología más importantes y, en contacto con los maestros y los estudiantes que afluían a París desde toda Europa, maduró su propia reflexión personal y una sensibilidad espiritual de gran valor que, a lo largo de los años sucesivos, supo infundir en sus obras y en sus sermones, convirtiéndose así en uno de los teólogos más importantes de la historia de la Iglesia. Es significativo recordar el título de la tesis que defendió para ser habilitado a la enseñanza de la teología, la licentia ubique docendi, como se decía entonces. Su disertación llevaba por título: Cuestiones sobre el conocimiento de Cristo. Este tema muestra el papel central que Cristo tuvo siempre en la vida y en las enseñanzas de Buenaventura. Sin duda podemos decir que todo su pensamiento fue profundamente cristocéntrico.
En aquellos años en París, la ciudad de adopción de Buenaventura, estalla una violenta polémica contra los Frailes Menores de san Francisco de Asís y los Frailes Predicadores de santo Domingo de Guzmán. Se contestaba su derecho a enseñar en la universidad, e incluso se ponía en duda la autenticidad de su vida consagrada. Ciertamente, los cambios introducidos por las Órdenes Mendicantes en el modo de entender la vida religiosa, de los que he hablado en mis catequesis anteriores, eran tan innovadores que no todos llegaban a comprenderlos. Se añadían también, como alguna vez sucede incluso entre personas sinceramente religiosas, motivos de debilidad humana, como la envidia y los celos. Buenaventura, aunque rodeado por la oposición de los demás maestros universitarios, había comenzado a enseñar en la cátedra de teología de los Franciscanos y, para responder a quien criticaba a las Órdenes Mendicantes, compuso un escrito titulado La perfección evangélica; en el que demuestra como las Órdenes Mendicantes, especialmente los Frailes Menores, practicando los votos de pobreza, de castidad y de obediencia, seguían los consejos del Evangelio. Más allá de estas circunstancias históricas, la enseñanza de Buenaventura en esta obra y en su vida sigue siendo actual: la Iglesia es más luminosa y bella gracias a la fidelidad a la vocación de estos hijos suyos y de aquellas hijas suyas que no sólo ponen en práctica los preceptos evangélicos, sino que por gracia de Dios, están llamados a guardar los consejos y así testimonian, con su estilo de vida pobre, casto y obediente, que el Evangelio es fuente de gozo y de perfección.
El conflicto se apaciguó, por lo menos durante algún tiempo, y, por intervención personal del Papa Alejandro iv, en 1257, Buenaventura fue oficialmente reconocido como doctor y maestro de la universidad parisina. Sin embargo, tuvo que renunciar a este prestigioso cargo, porque en ese mismo año el capítulo general de la Orden lo eligió ministro general.
Desempeñó ese cargo durante diecisiete años con sabiduría y entrega, visitando las provincias, escribiendo a los hermanos, interviniendo alguna vez con una cierta severidad para eliminar abusos. Cuando Buenaventura inició este servicio, la Orden de los Frailes Menores se había desarrollado de modo prodigioso: los frailes esparcidos por todo Occidente eran más de 30.000, con presencias misioneras en el norte de África, en Oriente Medio, e incluso en Pekín. Era necesario consolidar esta expansión y, sobre todo, conferirle unidad de acción y de espíritu, guardando plena fidelidad al carisma de Francisco. De hecho, entre los seguidores del santo de Asís había distintos modos de interpretar el mensaje, existía realmente el riesgo de una fractura interna. Para evitar este peligro, en 1260, el capítulo general de la Orden en Narbona aceptó y ratificó un texto propuesto por Buenaventura, en el que se recogían y se unificaban las normas que regulaban la vida diaria de los Frailes Menores. Buenaventura intuía, sin embargo, que las disposiciones legislativas, si bien se inspiraban en la sabiduría y la moderación, no eran suficientes para asegurar la comunión del espíritu y de los corazones. Era necesario que se compartieran los mismos ideales y las mismas motivaciones.
Por esta razón, Buenaventura quiso presentar el auténtico carisma de Francisco, su vida y su enseñanza. Por eso recogió con gran celo documentos relativos al "Poverello" y escuchó con atención los recuerdos de quienes habían conocido directamente a Francisco. Nació así una biografía del santo de Asís bien fundada históricamente, titulada Legenda Maior, redactada también de forma más sucinta, y llamada por eso Legenda minor. La palabra latina, a diferencia de la italiana, no indica un fruto de la fantasía, sino, al contrario, "Legenda" significa un texto autorizado, "para leer" oficialmente. En efecto, el capítulo general de los Frailes Menores de 1263, reunido en Pisa, reconoció en la biografía de san Buenaventura el retrato más fiel del fundador y se convirtió en la biografía oficial del santo.
Cuál es la imagen de san Francisco que brota del corazón y de la pluma de su hijo devoto y sucesor, san Buenaventura? El punto esencial: Francisco es un alter Christus, un hombre que buscó apasionadamente a Cristo. En el amor que impulsa a la imitación, se conformó totalmente a él. Buenaventura señalaba este ideal vivo a todos los seguidores de Francisco. Este ideal, válido para todo cristiano, ayer, hoy y siempre, fue indicado como programa también para la Iglesia del tercer milenio por mi Predecesor, el venerable Juan Pablo II. Ese programa, escribía en su carta Novo Millennio ineunte, se centra "en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste" (n. 29).
En 1273 la vida de san Buenaventura conoció otro cambio. El Papa Gregorio X lo quiso consagrar obispo y nombrar cardenal. Le pidió también que preparara un importantísimo acontecimiento eclesial: el II concilio ecuménico de Lyon, que tenía como objetivo restablecer la comunión entre la Iglesia latina y la griega. Se dedicó a esta tarea con diligencia, pero no logró ver la conclusión de esa asamblea ecuménica, porque murió durante su celebración. Un notario pontificio anónimo compuso un elogio de Buenaventura, que nos da un retrato conclusivo de este gran santo y excelente teólogo: "Hombre bueno, afable, piadoso y misericordioso, lleno de virtudes, amado por Dios y por los hombres... De hecho, Dios le había concedido una gracia tan grande, que todos los que lo veían quedaban invadidos por un amor que el corazón no podía ocultar" (cf. J.G. Bougerol, Bonaventura, en A. Vauchez (a cura), Storia dei santi e della santità cristiana. Vol. vi. L'epoca del rinnovamento evangelico, Milano 1991, p. 91).
Recojamos la herencia de este santo doctor de la Iglesia, que nos recuerda el sentido de nuestra vida con las siguientes palabras: "En la tierra... podemos contemplar la inmensidad divina mediante el razonamiento y la admiración; en la patria celestial, en cambio, mediante la visión, cuando seremos hechos semejantes a Dios, y mediante el éxtasis... entraremos en el gozo de Dios" (La conoscenza di Cristo, q. 6, conclusione, en Opere di San Bonaventura. Opuscoli Teologici /1, Roma 1993, p. 187).

Cristocentrismo: Cristo es el centro de todo el cosmos y de toda historia.
Iluminación: El conocimiento verdadero proviene de la luz divina, no solo del estudio.
Escalera del alma hacia Dios: En su obra Itinerarium mentis in Deum, describe el camino místico hacia la unión con Dios.
Teología del afecto: El amor es más importante que la razón. ¡La sabiduría nace del corazón!
Creación como huella de Dios: El mundo refleja la Trinidad.
Visión sacramental de la historia: Todo tiene sentido en Cristo.
Resumen de:
"El esplendor de la verdad en el Breviloquium de Buenaventura"
Autora: Anneliese Meis Wörmer
Publicación: Iter Ensayos (2005), pp. 79–112
Introducción:
La pregunta por la verdad —quid est veritas?— ha sido una constante inquietud humana. Aunque Cristo afirma “Yo soy la Verdad”, el ser humano sigue preguntando, debido a la dificultad de descubrirla en un mundo cargado de mentiras. La autora examina cómo Buenaventura aborda no tanto el "qué" o "quién" es la verdad, sino cómo se manifiesta.
El Breviloquium, escrito en 1255/56, es una obra clave en la que la verdad no es abstracta, sino revelada, luminosa, esplendorosa, confiable y transformadora.
I. La verdad en su origen fundante
La verdad se remonta al misterio trinitario. En la teología bonaventuriana, se apropia la unidad al Padre, la verdad al Hijo y la bondad al Espíritu Santo.
Esta verdad trinitaria no es estática: se da como relación y donación. De ahí nace su confiabilidad y carácter relacional.
II. La imagen deformada por el pecado
El ser humano fue creado a imagen de Dios, pero el pecado desfigura esta imagen.
Esta deformación ocurre cuando se prefiere un bien mutable al Bien inmutable. Se pierde el esplendor original.
No obstante, la gracia de Dios, en Cristo, permite la reforma de la imagen humana, devolviéndole el resplandor de la verdad
III. El esplendor de la verdad en la imagen reformada
Cristo, Verbo encarnado, es “plenitud de gracia y de verdad” (Jn 1,14). Él comunica esta plenitud a los justos.
En la 5ª parte del Breviloquium, Buenaventura desarrolla cómo la verdad reforma el alma, ilumina el entendimiento, da vigor a la virtud y se une con la caridad.
La verdad en este contexto es operativa, transformadora y pneumatológica, y nos hace semejantes a Dios.
IV. La realidad transformada por el esplendor de la verdad
La verdad no solo transforma al individuo, sino a toda la realidad, sobre todo mediante los sacramentos.
La verdad reluce en los signos sacramentales como fuentes de vida y de salvación, configurando el mundo como ámbito de gracia
V. La verdad entre regreso y egreso
En clave escatológica (7ª parte del Breviloquium), el itinerario del alma humana va del "egreso" (salida de Dios) al "regreso" (retorno a Dios).
Este retorno solo es posible por la plenitud de la verdad, que revela la justicia divina, resucita la carne y culmina en la vida eterna
Conclusiones filosófico-teológicas:
Buenaventura no piensa la verdad como mera adaequatio intellectus et rei, sino como relación trinitaria que se da, se dona y transforma.
La verdad se entrelaza con la libertad, la justicia, la misericordia, la contemplación y la caridad.
En esta visión, el esplendor de la verdad no es una idea, sino una persona: Cristo, Verdad encarnada, que nos invita a unir fe, razón y vida.
Tal como concluye el artículo: “La promesa hecha por la Verdad corona lo anunciado en el Prólogo: Que mi gozo sea cumplido”.
-----------------------
VISITA PASTORAL A VITERBO Y BAGNOREGIO
ENCUENTRO CON LA POBLACIÓN
DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
Plaza de San Agustín - Bagnoregio Domingo 6 de septiembre de 2009
Queridos hermanos y hermanas:
La solemne celebración eucarística de esta mañana en Viterbo abrió mi visita pastoral a vuestra comunidad diocesana, y nuestro encuentro aquí, en Bagnoregio, prácticamente la cierra. Os saludo a todos con afecto: autoridades religiosas, civiles y militares, sacerdotes, religiosos y religiosas, agentes pastorales, jóvenes y familias, y os doy las gracias por la cordialidad con la que me habéis recibido. Renuevo mi agradecimiento en primer lugar a vuestro obispo por sus afectuosas palabras, que han recordado mi vínculo con san Buenaventura. Y saludo con deferencia al alcalde de Bagnoregio, agradecido por la cortés bienvenida que me ha dirigido en nombre de toda la ciudad.
Giovanni Fidanza, que se convirtió después en fray Buenaventura, une su nombre al de Bagnoregio en la conocida presentación que hace de sí mismo en la Divina Comedia. Diciendo: "Yo soy el alma de san Buenaventura de Bagnoregio, que en los altos cargos siempre pospuse los cuidados temporales" (Dante, Paraíso XII, 127-129), subraya cómo, en las importantes tareas que desempeñó en la Iglesia, pospuso siempre el cuidado de las realidades temporales al bien espiritual de las almas. Aquí, en Bagnoregio, pasó su infancia y su adolescencia; después siguió a san Francisco, hacia quien albergaba especial gratitud porque, como escribió, cuando era niño lo había "arrancado de las fauces de la muerte" (Legenda Maior, Prologus, 3, 3) y le había predicho "Buena ventura", como ha recordado hace un momento vuestro alcalde. Con el Poverello de Asís supo establecer un vínculo profundo y duradero, obteniendo de él inspiración ascética y genio eclesial. De este ilustre conciudadano vuestro custodiáis celosamente la insigne reliquia del "Santo Brazo", mantenéis viva la memoria y profundizáis la doctrina, especialmente mediante el Centro de Estudios Bonaventurianos fundado por Bonaventura Tecchi, que anualmente promueve cualificados congresos de estudio dedicados a él.
No es fácil sintetizar la amplia doctrina filosófica, teológica y mística que nos ha dejado san Buenaventura. En este Año sacerdotal desearía invitar especialmente a los sacerdotes a entrar en la escuela de este gran doctor de la Iglesia para profundizar en su enseñanza de sabiduría enraizada en Cristo.
A la sabiduría, que florece en santidad, él orienta cada paso de su especulación y tensión mística, pasando por los grados que van desde la que él llama
"sabiduría uniforme", relativa a los principios fundamentales del conocimiento,
a la "sabiduría multiforme", que consiste en el misterioso lenguaje de la Biblia,
y después a la "sabiduría omniforme", que reconoce en toda realidad creada el reflejo del Creador,
hasta la "sabiduría informe", o sea, la experiencia del íntimo contacto místico con Dios, en cuanto que el intelecto del hombre roza en silencio el Misterio infinito (cf. J. Ratzinger, San Bonaventura e la teologia della storia, ed. Porziuncola, 2006, pp. 92 ss).
Al recordar a este profundo buscador y amante de la sabiduría, desearía expresar además aliento y estima por el servicio que, en la comunidad eclesial, los teólogos están llamados a prestar a la fe que busca el intelecto, a la fe que es "amiga de la inteligencia" y que se convierte en vida nueva según el proyecto de Dios.
Del rico patrimonio doctrinal y místico de san Buenaventura me limito esta tarde a sacar alguna "pista" de reflexión, que podría resultar útil para el camino pastoral de vuestra comunidad diocesana. Fue, en primer lugar, un incansable buscador de Dios desde que estudiaba en París, y siguió siéndolo hasta la muerte. En sus escritos indica el itinerario a recorrer. "Puesto que Dios está en lo alto —escribe— es necesario que la mente se eleve a él con todas las fuerzas" (De reductione artium ad theologiam, n. 25). Traza así un camino de fe arduo, en el que no basta "la lectura sin la unción, la especulación sin la devoción, la búsqueda sin la admiración, la consideración sin la alegría, la diligencia sin la piedad, la ciencia sin la caridad, la inteligencia sin la humildad, el estudio sin la gracia divina, el espejo sin la sabiduría divinamente inspirada" (Itinerarium mentis in Deum, prol. 4).
Este camino de purificación compromete a toda la persona para llegar, a través de Cristo, al amor transformante de la Trinidad. Y dado que Cristo, desde siempre Dios y para siempre hombre, lleva a cabo en los fieles una nueva creación con su gracia, la exploración de la presencia divina se convierte en contemplación de él en el alma "donde él habita con los dones de su incontenible amor" (ib., iv, 4), para ser al final transportados en él. Por lo tanto, la fe es perfeccionamiento de nuestras capacidades cognoscitivas y participación en el conocimiento que Dios tiene de sí mismo y del mundo; la esperanza la advertimos como preparación al encuentro con el Señor, que marcará el pleno cumplimiento de la amistad que desde ahora nos une a él. Y la caridad nos introduce en la vida divina, haciendo que consideremos hermanos a todos los hombres, según la voluntad del Padre celestial común.
Además de buscador de Dios, san Buenaventura fue seráfico cantor de la creación, que, tras las huellas de san Francisco, aprendió a "alabar a Dios en todas y por medio de todas las criaturas", en las cuales "resplandecen la omnipotencia, la sabiduría y la bondad del Creador" (ib., I, 10). San Buenaventura presenta una visión positiva del mundo, don de amor de Dios a los hombres: reconoce en el mundo el reflejo de la suma Bondad y Belleza que, tras la estela de san Agustín y san Francisco, afirma ser Dios mismo. Todo nos ha sido dado por Dios. De él, como de fuente originaria, brota lo verdadero, lo bueno y lo bello. Hacia Dios, como a través de los peldaños de una escalera, se sube hasta alcanzar y casi aferrar el Sumo Bien y hallar en él nuestra felicidad y nuestra paz. ¡Qué útil sería que también hoy se redescubriera la belleza y el valor de la creación a la luz de la bondad y de la belleza divinas! En Cristo, el universo mismo —observa san Buenaventura— puede volver a ser voz que habla de Dios y nos impulsa a explorar su presencia; nos exhorta a honrarlo y a glorificarlo en todas las cosas (cf. ib., I, 15). Se advierte aquí el alma de san Francisco, cuyo amor por todas las criaturas compartió nuestro santo.
San Buenaventura fue mensajero de esperanza. Una bella imagen de la esperanza la encontramos en una de sus predicaciones de Adviento, donde compara el movimiento de la esperanza con el vuelo del ave, que despliega sus alas lo más ampliamente posible y para moverlas emplea todas sus fuerzas. En cierto sentido toda ella se hace movimiento para elevarse y volar. Esperar es volar, dice san Buenaventura. Pero la esperanza exige que todos nuestros miembros se pongan en movimiento y se proyecten hacia la verdadera altura de nuestro ser, hacia las promesas de Dios. Quien espera —afirma— "debe levantar la cabeza, dirigiendo a lo alto sus pensamientos, a la altura de nuestra existencia, o sea, hacia Dios" (Sermo XVI, Dominica I Adv., Opera omnia, IX, 40a).
El señor alcalde en su discurso ha planteado la cuestión: "¿Qué será de Bagnoregio mañana?". En verdad todos nos preguntamos por nuestro futuro y el del mundo, y este interrogante tiene mucho que ver con la esperanza, de la que todo corazón humano tiene sed. En la encíclica Spe salvi observé que no basta, en cambio, una esperanza cualquiera para afrontar y superar las dificultades del presente; es indispensable una "esperanza fiable" que, dándonos la certeza de llegar a una meta "grande", justifique "el esfuerzo del camino" (cf. n. 1). Sólo esta "gran esperanza-certeza" nos asegura que, a pesar de los fracasos de la vida personal y de las contradicciones de la historia en su conjunto, nos custodia siempre el "poder indestructible del Amor". Así que cuando lo que nos sostiene es esta esperanza, jamás corremos el riesgo de perder la valentía de contribuir, como han hecho los santos, a la salvación de la humanidad, abriéndonos nosotros mismos y el mundo para que entre Dios: la verdad, el amor, la luz (cf. n. 35). Que san Buenaventura nos ayude a "desplegar las alas" de la esperanza que nos impulsa a ser, como él, incesantes buscadores de Dios, cantores de las bellezas de la creación y testigos del Amor y de la Belleza que "mueve todo".
Gracias, queridos amigos, una vez más por vuestra acogida. A la vez que os aseguro un recuerdo en la oración, imparto, por intercesión de san Buenaventura y especialmente de María, Virgen fiel y Estrella de la esperanza, una bendición apostólica especial, que gustosamente extiendo a todos los habitantes de esta tierra bella y rica en santos.
¡Gracias por vuestra atención!