23 oct
13 sept
13 sept

San Pedro, piedra sobre la que se edifica la Iglesia, es presentado como grande y frágil.
Su importancia es indiscutible, pero también lo es su humanidad ambigua.
Esto lo hace relatable: todos tenemos luces y sombras, y Pedro se convierte en espejo para nosotros.
Confiesa a Jesús como Mesías, pero se resiste a aceptar el sufrimiento (Mt 16: "Apártate de mí, Satanás").
Rechaza que Jesús le lave los pies, mostrando que no comprende aún el camino del servicio.
Jesús le advierte: “Satanás ha pedido zarandearte como a trigo”.
Esto muestra que las pruebas y crisis revelan lo peor o lo mejor de nosotros.
Pedro será probado, y caerá, como todos nosotros en nuestras noches frías de fe.
Pedro niega a Jesús tres veces, incluso jurando no conocerlo.
Este momento es un descenso espiritual que lo deja al borde de la desesperación, como Judas.
Jesús no condena: lo restaura con amor y misión.
Tres veces le pregunta: “¿Me amas?” y le encarga: “Apacienta mis ovejas”.
Cada afirmación de amor cura una negación.
Jesús anuncia la forma en que Pedro morirá: “Otro te llevará a donde no quieras”.
Esto simboliza el paso de la inmadurez a la docilidad espiritual: dejarse vestir por el Espíritu y ser conducido al amor verdadero.
Todos somos zarandeados por el mal, todos negamos con hechos o palabras.
Pero también todos podemos escuchar la voz de Cristo que nos pregunta con ternura: “¿Me amas?”
Y, si respondemos sinceramente, aunque temblando, nos confía su misión: “Apacienta mis ovejas.”


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