23 oct
13 sept
13 sept

La primera lectura habla de ese Reino que trae el niño Dios donde "Habitará el lobo con el cordero" (Is 11), en el que "florecerá la justicia y la paz abundará" (Sal 71). Y como dice el evangelio, esto sólo lo descubrirán los sencillos (Lc 10).
Como los franciscanos estamos estos días celebrando la novena de la Inmaculada, quiero ver en la liturgia de hoy el ejemplo que Dios nos da en MARÍA como modelo de los sencillos que queremos conocer ese Reino.
Hoy la Iglesia nos invita a mirar a María como modelo de creyente, cuya sencillez hará posible el Reino de Dios. Es como abrir la ventana (de la Iglesia, de tu casa) por la mañana y dejar que entre la luz limpia del sol que nace, que no hace daño a los ojos, sino que despierta el corazón y te da GANAS DE VIVIR.
Algo así es Nuestra Madre María Inmaculada: la luz de Dios entrando en nuestra historia personal, sin sombra alguna, para recordarnos que estamos llamados a vivir nuestra vida a la luz del día, fuimos creados para la claridad, no para la oscuridad. Para la comunión, no para herirnos, para salvarnos todos juntos,, no para impedirnos la salvación.
María es la mujer que no aprendió el arte amargo de pelear, ni siquiera de desconfiar. Mientras el mundo colecciona agravios, ella colecciona CONFIANZA, y agradecimientos.
Mientras tantos guardamos listas de ofensas, ella guarda palabras de Dios.
Mientras muchos miramos defectos, ella mira posibilidades, en los demás.
El pecado original infectó al ser humano con una especie de miopía espiritual: vemos lo pequeño, lo que estorba, lo que molesta, lo que nos hace daño… y nos cuesta ver lo grande, lo bueno, lo bello del otro, lo bello que ha puesto Dios en los demás. Pero María no heredó esa miopía. Ella ve como Dios ve, por eso reconoce belleza en las mismas personas donde otros vemos problemas y dificultades,
Ella ve una familia, poseedora de un Reino futuro (o presente quizás si miramos este grupo aquí reunido hoy, cada retiro, cada martes) donde otros vemos fracaso fraterno o nos cansamos, tantas veces al día, de ser hermanos.
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Celebrar la Inmaculada hoy, en pleno Adviento, es una invitación a dejarnos “descontaminar” por su mirada. María viene a tomarnos de la mano, con ese tacto que cura sin decir nada, con solo existir, y nos dice:
Hijo, hija… no guardes nada oscuro dentro de ti. No vivas coleccionando heridas. Mira con amor, incluso a quienes te han hecho daño. Perdona para que tu corazón tenga espacio para Dios, que quiere nacer en él. Deja de mirar a los demás como una herida que te hiere, y míralos como una herida que tú puedes sanar, con paciencia y tiempo. Y oración.
Perdonar no es aprobar lo malo; es no dejar que lo malo decida quién eres tú. Es apagar el incendio interior antes de que queme tu paz, tu bondad y tu fe. Y María, que nunca conoció el pecado, sí conoció el dolor… (el que producen los 'enemigos') y nos enseña que el dolor sin resentimiento es fértil: ahí nace Cristo. Si alguien te hiere y tú ves su herida antes que la tuya, ahí Cristo nace.
Adviento es el tiempo de sanar y limpiar la mirada. Dejar de ver lo que falta y empezar a ver lo que nace, y lo que puede nacer por medio de ti (Dios mismo si tú lo quieres). Hoy, mirando a nuestra Madre Inmaculada, os invito a hacer un propósito sencillo, tan sencillo como poderoso:
Que nadie pase por tu vida sin ser sanado, aunque el ofendido/a seas tú.
Que ninguna de tus conversaciones se manche con críticas inútiles, con palabra ninguna que genere división ni dolor. Porque le estás dando trabajo a Cristo, y porque tú mism@ te estás dividiendo/ separando de Cristo.
Que ni siquiera quienes nos hacen daño reciban de nosotros otra cosa que un poco, o mucho, de comprensión.
No se trata de ser ingenuos, sino libres. Como dice un santo franciscano que está confesando en ese lateral: “Cuando no encuentres nada bueno que decir de alguien… ¡haz un esfuerzo mayor!: no digas nada” Porque Dios siempre encuentra algo bueno en nosotros, incluso en días en que ni nosotros mismos nos aguantamos. Y nadie queremos ni debemos estropear las obras de Dios, aunque vayan más lentas de lo que queremos.
Dios miró a María y vio un sí. Un sí limpio, sin peros, sin recelos, sin doble fondo, sin exigencias de recompensas. Por eso celebramos hoy a María, como Madre INMACULADA: porque Dios encontró en ella un corazón donde podía confiar plenamente, una tierra segura donde ser amado, aun siendo imperfectos.
¿A quien de vosotros no os gustaría ser TIERRA SEGURA para los demás? capaces de devolver al malo la inocencia, al herido la salud, al ofendido el perdón... etc.
Pues Dios confía en ti, y te necesita para construir su REINO, para que los lobos sean corderos. Y si Dios confía en nosotros, en ti… ¿no podremos nosotros confiar un poco más en los demás?
Que María Inmaculada nos ayude a mirar con ternura, a hablar con bondad, a perdonar con valentía y a esperar con esperanza.
Que su luz, suave y fuerte, nos limpie por dentro y nos regale esa paz que nace cuando dejamos de ver enemigos y empezamos a ver hermanos, o como decía NP San Francisco, madres los unos para los otros.


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