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HOMILÍA DEL SANTO PADRE LEÓN XIV en la Ordenación de 11 sacerdotes

Basílica de San Pedro

Fiesta de la Visitación de la Bienaventurada Virgen María

– Sábado, 31 de mayo de 2025


1.- Resumen e ideas temas de la homilia

2.- TExto completo


1. 🕊️ Identidad del sacerdote y vínculo con el pueblo

  • El sacerdote es un miembro del pueblo de Dios unido a Cristo Sumo Sacerdote.

  • Su ministerio está profundamente enraizado en la comunidad de la que proviene, a la que pertenece y a la que es enviado.

  • Se exhorta a vivir una vida cercana, transparente y creíble entre el pueblo.


2. 🌱 Dimensión comunitaria y eclesial

  • La vocación y misión del sacerdote solo se entienden en el contexto del Pueblo de Dios.

  • El Concilio Vaticano II es citado como fundamento de esta visión comunitaria y dinámica de la Iglesia.

  • Se destaca que la Iglesia es extrovertida por naturaleza, llamada a salir al encuentro del mundo.


3. 🧎‍♂️ Espiritualidad de la misión

  • El sacerdote debe concebirse como “de Dios” y “para los demás”.

  • Su vocación no es un privilegio, sino una entrega humilde, sin aislamiento ni superioridad.

  • El ministerio debe estar fundado en la oración, la confianza en el Espíritu Santo y el testimonio de vida.


4. 🔥 La misión sacerdotal como servicio liberador

  • La imposición de manos es signo del poder del Espíritu que libera, sana y envía.

  • El sacerdote se convierte en custodio, no dueño, de una misión que no le pertenece: la misión es de Cristo.

  • Su servicio consiste en reunir, reconciliar y animar, no en dominar.


5. ✝️ Jesucristo: modelo y fundamento del sacerdocio

  • Cristo entrega su vida, construye vínculos y confía en el Padre, incluso en la hora de la muerte.

  • El sacerdote debe actuar como Cristo Buen Pastor, que acompaña con misericordia y esperanza.

  • Su autoridad se basa en la pasión, muerte y resurrección de Jesús, y en la fuerza de su envío.


6. 🕯️ Llamado a la credibilidad

  • La Iglesia, herida por muchas situaciones, necesita reconstruir su credibilidad con testigos transparentes.

  • El apóstol Pablo es citado: “Vosotros sabéis cómo me comporté entre vosotros”.

  • Se pide coherencia entre vida y mensaje, como base de la autoridad espiritual.


7. 🤲 Esperanza y reconciliación para un mundo herido

  • Vivimos en un mundo, una humanidad y una creación marcados por el dolor.

  • Pero Jesús Resucitado muestra sus heridas como fuente de perdón y envío.

  • El sacerdote debe ser ministro de esperanza, viendo la realidad con ojos de reconciliación y fe.


8. 💖 El amor de Cristo libera y envía

  • “El amor de Cristo nos apremia”: el sacerdote es poseído por un amor que no posee a nadie.

  • La verdadera riqueza es pertenecer a Dios y compartirlo.

  • Es una misión que no se agota al compartirse, sino que se multiplica.


9. 👣 El sacerdocio común y la figura de María

  • Se honra la vida entregada de los nuevos presbíteros como signo de la unión entre cielo y tierra.

  • María es presentada como modelo del sacerdocio común que une generaciones y exalta a los humildes.

  • Se invoca a la Virgen como Madre de la Confianza y de la Esperanza.




Queridos hermanos y hermanas:

Hoy es un día de gran alegría para la Iglesia y para cada uno de ustedes, ordenandos al presbiterado, junto a sus familiares, amigos y compañeros de camino durante los años de formación. Como lo subraya en varios momentos el Rito de Ordenación, es fundamental la relación entre lo que hoy celebramos y el pueblo de Dios. La profundidad, amplitud e incluso la duración de la alegría divina que ahora compartimos es directamente proporcional a los vínculos que existen y que crecerán entre ustedes, ordenandos, y el pueblo del que provienen, del que siguen siendo parte y al que son enviados. Me detendré en este aspecto, recordando siempre que la identidad del sacerdote depende de su unión con Cristo, sumo y eterno sacerdote.


Somos pueblo de Dios. El Concilio Vaticano II ha vivificado esta conciencia, anticipando de algún modo un tiempo en el que las pertenencias se harían más débiles y el sentido de Dios más difuso. Ustedes son testimonio de que Dios no se ha cansado de reunir a sus hijos, aunque sean diversos, y de constituirlos en una unidad dinámica. No se trata de una acción impetuosa, sino de esa brisa suave que devolvió la esperanza al profeta Elías en la hora del desaliento (cf. 1Re 19,12). La alegría de Dios no hace ruido, pero realmente cambia la historia y nos acerca los unos a los otros. Una imagen de ello es el misterio de la Visitación, que la Iglesia contempla en el último día de mayo. Del encuentro entre la Virgen María y su prima Isabel brota el Magníficat, el canto de un pueblo visitado por la gracia.


Las lecturas que acabamos de escuchar nos ayudan a interpretar lo que también entre nosotros está sucediendo. Jesús, en primer lugar, en el Evangelio no aparece abrumado por la muerte inminente, ni decepcionado por los vínculos rotos o inacabados. Al contrario, el Espíritu Santo intensifica esos vínculos amenazados. En la oración se vuelven más fuertes que la muerte. En lugar de pensar en su propio destino, Jesús pone en manos del Padre los lazos que construyó aquí abajo. ¡Nosotros formamos parte de ellos! El Evangelio nos ha llegado a través de vínculos que el mundo puede desgastar, pero no destruir.


Queridos ordenandos, concíbanse a ustedes mismos al estilo de Jesús. Ser de Dios —siervos de Dios, pueblo de Dios— nos une a la tierra: no a un mundo ideal, sino al mundo real. Como Jesús, son personas de carne y hueso las que el Padre pone en su camino. A ellas conságrense, sin separarse, sin aislarse, sin hacer del don recibido una especie de privilegio. El Papa Francisco nos ha advertido muchas veces de esto, porque el ensimismamiento apaga el fuego del espíritu misionero.


La Iglesia es por naturaleza extrovertida, como lo son la vida, la pasión, la muerte y la resurrección de Jesús. Ustedes harán suyas sus palabras en cada Eucaristía: “por ustedes y por todos”. A Dios nadie lo ha visto jamás. Él se ha dirigido a nosotros, ha salido de sí mismo. El Hijo se ha convertido en su exégesis, en su relato vivo. Y nos ha dado el poder de llegar a ser hijos de Dios. ¡No busquen, no busquemos otro poder!


El gesto de la imposición de las manos, con el que Jesús acogía a los niños y sanaba a los enfermos, renueve en ustedes la fuerza liberadora de su ministerio mesiánico. En los Hechos de los Apóstoles, ese gesto que pronto repetiremos es transmisión del Espíritu creador. Así, el Reino de Dios pone ahora en comunión sus libertades personales, dispuestas a salir de sí mismas, injertando sus inteligencias y sus jóvenes fuerzas en la misión jubilar que Jesús confió a su Iglesia.


En su despedida de los ancianos de la comunidad de Éfeso, cuya lectura hemos escuchado parcialmente, Pablo les transmite el secreto de toda misión: “El Espíritu Santo los ha constituido como custodios” (Hch 20,28). No dueños, sino custodios. La misión es de Jesús. Él ha resucitado, por tanto, está vivo y nos precede. Ninguno de nosotros está llamado a sustituirlo. El día de la Ascensión nos educa en su presencia invisible. Él confía en nosotros, nos deja espacio; incluso llegó a decir: “Les conviene que yo me vaya” (Jn 16,7). También nosotros, los obispos, queridos ordenandos, al involucrarlos hoy en la misión, les hacemos espacio. Y ustedes háganlo con los fieles y con toda criatura, en quienes el Resucitado está cerca y desea visitarnos y sorprendernos. El pueblo de Dios es más numeroso de lo que vemos. No delimitemos sus fronteras.


De san Pablo, de su conmovedor discurso de despedida, quiero subrayar una segunda palabra. En realidad, es la primera de todas. Él puede decir: “Ustedes saben cómo me he comportado con ustedes durante todo este tiempo” (Hch 20,18). ¡Tengamos bien grabada esta expresión en el corazón y en la mente! “Ustedes saben cómo me he comportado”: la transparencia de vida. ¡Vidas conocidas, vidas legibles, vidas creíbles!

Estemos dentro del pueblo de Dios, para poder estar al frente con un testimonio creíble.

Juntos, entonces, reconstruiremos la credibilidad de una Iglesia herida, enviada a una humanidad herida, dentro de una creación herida. 


No somos todavía perfectos, pero es necesario ser creíbles.

El Jesús resucitado nos muestra sus llagas y, a pesar de que son signo del rechazo de la humanidad, nos perdona y nos envía. ¡No lo olvidemos! Él también hoy sopla sobre nosotros (cf. Jn 20,22) y nos hace ministros de esperanza. “De modo que ya no juzgamos a nadie según criterios humanos” (2Cor 5,16): todo lo que ante nuestros ojos aparece roto y perdido, ahora se nos presenta con el signo de la reconciliación.


“El amor de Cristo nos apremia”, ¡queridos hermanos y hermanas! Es una posesión que libera y que nos capacita para no poseer a nadie. Liberar, no poseer. Somos de Dios: no hay mayor riqueza que apreciar y compartir. Es la única riqueza que, al compartirse, se multiplica. Queremos llevarla juntos al mundo que Dios amó tanto, que entregó a su Hijo único (cf. Jn 3,16).


Así, cobra pleno sentido la vida entregada de estos hermanos, que pronto serán ordenados presbíteros. Les damos gracias y damos gracias a Dios que los ha llamado al servicio de un pueblo enteramente sacerdotal. Juntos, en efecto, unimos cielo y tierra. En María, Madre de la Iglesia, brilla este sacerdocio común que enaltece a los humildes, une a las generaciones y nos hace llamar bienaventurados (cf. Lc 1,48.52).


Que ella, la Virgen de la Confianza y Madre de la Esperanza, interceda por nosotros.



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