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La economía del descarte: repensar el valor de la persona más allá de la eficiencia

El Convento de Monteripido en Perugia, lugar impregnado de historia franciscana y cruce de caminos del pensamiento social, ha promovido una importante iniciativa: una mesa redonda dedicada a “La economía del descarte: cuando la eficiencia no basta para definir el valor de una persona”. El evento, que reunió a economistas, empresarios y agentes sociales, generó una reflexión profunda y compartida sobre el valor de la persona en un contexto económico a menudo orientado a la eficiencia a toda costa.


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Los Frailes Menores de Monteripido: promotores de un diálogo urgente

La organización de esta mesa redonda por parte de los Frailes Menores del Convento de Monteripido – comprometidos en promover un diálogo que reúna voces autorizadas para reflexionar sobre temas urgentes de la economía y del mundo contemporáneo – refleja su misión de actualizar el pensamiento franciscano, poniéndose como puente entre las raíces espirituales y los desafíos de hoy.


Dos conceptos clave – promovidos por el Papa Francisco – fueron el hilo conductor de la reflexión:


el tema de la economía del descarte, una de las críticas más incisivas del Papa a la sociedad contemporánea, fruto de una economía de la exclusión;


y el importante movimiento Economy of Francesco, en el cual economistas, empresarios, activistas y promotores de economía sostenible buscan un nuevo modo de entender la economía, inspirados en el espíritu de san Francisco de Asís.


Una economía que no descarte a los frágiles

El hermano Georges Massinelli, guardián del convento y uno de los organizadores del evento, abrió la jornada subrayando el imperativo ético de una economía que no descarte a los frágiles. Recordó el ejemplo de san Bernardino de Siena, quien en Monteripido, en el siglo XV, promovió el Monte de Piedad para combatir la usura, demostrando cómo instrumentos económicos inclusivos pueden transformar la sociedad.

El moderador de la mesa fue don Marco Briazziarelli, director de Cáritas Perugia, quien subrayó el giro conceptual propuesto por el Papa Francisco, que ve el “descarte” como una oportunidad para recomenzar, promoviendo una ecología integral que ponga la dignidad humana en el centro.


El verdadero valor del trabajo: el florecimiento de la persona

El debate giró en torno a una pregunta fundamental:¿Cuál es el verdadero fin del trabajo?

Hoy, a menudo se piensa que el trabajo sirve sobre todo para generar riqueza. En este modelo, los más “capaces” producen bienes y servicios, mientras que los más frágiles quedan excluidos de la producción y reciben solo una parte de lo que otros han creado. Así, el trabajo se reduce a un instrumento para el consumo. Desde esta lógica, excluir a los frágiles parece “aceptable”.

Sin embargo, el pensamiento del Papa Francisco invita a mirar más allá.Según la ecología integral, el trabajo no es solo una forma de ganar dinero, sino una actividad que permite a cada persona crecer y realizarse plenamente. Impedir que los frágiles participen en la producción es negarles esta oportunidad fundamental de florecer. La mesa redonda subrayó que una economía justa debe incluir a todos, porque el trabajo es un derecho y una necesidad para la dignidad de cada persona.


La fragilidad del otro da sentido a la vida

Entre las voces más significativas, destacó la del hermano Marco Asselle, franciscano y economista. En su intervención desmanteló el mito de la eficiencia a toda costa, cuestionando el sistema tecnocrático que se centra solo en el “saber hacer” (el know-how), en lo funcional y útil, midiendo el valor de las personas únicamente por su capacidad de producir.

“Trabajamos mucho el know-how, pero quien es frágil nos pregunta: ¿para qué hacemos lo que hacemos? —insistió fr. Marco—. El frágil no pide competencia, sino sentido. No solo un ‘por qué’, sino un ‘para quién vivir’. El beneficio es importante, pero está al servicio de una misión. No podemos contentarnos con vivir para nuestro propio bienestar limitado”.

Aquí entra en juego el capital espiritual, una dimensión profunda que permite encontrar el sentido de las cosas. Y es precisamente aquí donde la fragilidad adquiere un papel crucial. Cuidar del frágil da sentido a nuestra propia existencia. Los seres humanos no son máquinas para ser evaluadas por su productividad.


Fr. Marco ilustró esto recordando el encuentro de san Francisco con el leproso. Antes de eso, Francisco era un joven exitoso y admirado. Pero el leproso –símbolo de fragilidad y de ser “descartado”– se le presenta como un espejo: un recordatorio de su propia vulnerabilidad. Cuidar de ese hombre enfermo, superar su repulsión y miedo, le reveló el sentido auténtico de la vida, transformando lo que era amargo en dulzura.


Un coro de voces para un nuevo paradigma

También intervinieron otros ponentes de gran nivel:

  • Luca Ferrucci, economista de la Universidad de Perugia, señaló datos alarmantes sobre la pobreza entre personas con empleo y la urgencia de un modelo que incluya a los frágiles en la creación de valor.

  • Francesca Di Maolo, presidenta del Instituto Seráfico de Asís, desafió el modelo asistencialista mostrando cómo la discapacidad genera valor:

    “Nuestros chicos no son ‘asistidos’, sino co-creadores de proyectos. La inclusión es posible cuando se rompe el esquema del asistencialismo”.

  • Salvatore Bartolucci, empresario de la construcción y diácono, compartió el proyecto “Reconstruir el futuro”, que forma a presos como albañiles especializados, restaurando dignidad y reduciendo la reincidencia: un verdadero modelo de justicia social.


Hacia un nuevo futuro: la fragilidad como recurso

La jornada concluyó con un fuerte llamado a la responsabilidad colectiva:

La fragilidad no es una excepción, es una condición humana universal.

Acoger el desafío del Papa Francisco implica repensar la economía desde los últimos, no como problemas que hay que resolver, sino como protagonistas activos en la construcción de un futuro más justo y humano.

El encuentro de Monteripido ha abierto así nuevos “talleres de resurrección”, demostrando que una economía inclusiva no solo es posible, sino necesaria.

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