23 oct
13 sept
13 sept

La fiesta de San Pedro y San Pablo cae este año en domingo, lo cual permite una meditación especial sobre su figura y legado en la Iglesia.
Roma fue el centro de todo, senados, templos, mercados, ... lleno de lugares emblemáticos del Imperio: el foro, el circo máximo, el coliseo, la colina palatina…
Roma, en su apogeo, fue el centro del mundo conocido: símbolo del poder humano, de la grandeza imperial y del dominio político y cultural.
Hacia el año 60, llega a esa Roma todopoderosa un pescador galileo llamado Simón, al que Jesús llamó Kefas (Pedro = roca).
Su mensaje no era de poder, sino de un Rey crucificado y resucitado, Jesús de Nazaret, verdadero Kyrios (Señor), no César.
Pedro fue martirizado en el circo de Nerón (no el Máximo), probablemente crucificado cabeza abajo. Murió humilde y pobre, y fue enterrado en la colina Vaticana.
Todo el poder de Roma ha quedado en ruinas: foro, coliseo, palacios… desaparecieron como imperio.
Pero la Iglesia, fundada sobre Pedro, no solo perdura, sino que está presente en todo el mundo.
El Papa actual (sucesor n.º 266 de Pedro) fue visto recientemente desde la misma basílica construida sobre la tumba de Pedro.
En el evangelio del día, Pedro profesa la fe: “Tú eres el Cristo”, y Jesús le dice: “Tú eres roca, y sobre esta roca edificaré mi Iglesia”.
Aunque parezca increíble, Roma cayó y la Iglesia permanece. La promesa de Cristo se ha cumplido: “las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”.
Inspirado por San Agustín, la pregunta de hoy es:
¿A qué ciudad pertenecemos?
La ciudad del hombre, fundada en el amor propio y la violencia.
La ciudad de Dios, fundada en el amor divino, la caridad, el perdón.
Roma actual es un testimonio visible de ese contraste: las ruinas del poder humano y la vitalidad de la Iglesia viva.
La pregunta final: ¿Qué ciudad eliges? ¿A qué rey sirves? ¿Qué piedra es tu cimiento?
Esa es la única pregunta que realmente importa.


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