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Mensaje para el Domingo del Mar. (13 de julio de 2025)

+ Antonio Valín Valdés

Obispo de Tui-Vigo


María guía y esperanza nuestra

Queridas hermanas, queridos hermanos:

 

A final del pasado año, el Papa Francisco, unido a toda la Iglesia, abría el Jubileo del año 2025 con el lema “La esperanza no defrauda” (Rom 5,5). En la bula de

convocación nos recordaba que en el corazón de cada persona anida la esperanza como deseo y expectativa del bien, aun ignorando lo que traerá consigo el mañana. La imprevisibilidad del futuro hace surgir sentimientos

contrapuestos: de confianza al temor, de la serenidad al desaliento, de la certeza a la duda (SNC 2). Incluso con estos sentimientos, el Papa nos animaba a que este año fuese ocasión para reavivar la esperanza, porque la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado (Rom 5,1-2.5). La esperanza nace del amor y se funda en el amor que brota del Corazón de Jesús traspasado en la cruz, y como nos dice san Pablo, la esperanza cristiana no engaña ni defrauda, porque está fundada en la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos nunca del amor divino (Rom 8, 35.37-39). He aquí el porqué nuestra esperanza no cede ante las dificultades: porque se fundamenta en la fe, se nutre en la caridad, y de este modo hace posible que sigamos adelante en la vida (SNC 3). El apóstol sabe muy bien que la vida humana está hecha de alegrías y penas, de dificultades y gozos, pero sabe también, que el amor se pone a prueba cuando aumentan las dificultades y la esperanza parece derrumbarse frente al sufrimiento. En tales ocasiones, en medio de la oscuridad se percibe una luz que brota de la cruz y resurrección de Cristo.

En este contexto del Año Jubilar, tiempo de gracia y renovación, tiempo de espera y esperanza, celebramos la Fiesta de las gentes del mar, la fiesta de

la Virgen del Carmen, una ocasión entrañable en la que, como cada año, elevamos nuestra oración y mirada a María; oramos con vosotros y por vosotros.

Queremos proclamar con especial fuerza, en este tiempo, a María, guía y esperanza nuestra.

Vosotros, que conocéis de cerca la incertidumbre de las travesías, la fuerza de las mareas y la fragilidad de la vida en el mar, sabéis también lo que significa confiar

en una presencia que acompaña, protege y sostiene.

María, la Madre del Señor, ha sido desde siempre faro en la noche, estrella

que guía a los navegantes, consuelo en la soledad y fortaleza en las dificultades, regazo tierno de amparo, y compañía en la distancia.

La esperanza cristiana no es ingenuidad ni evasión: es certeza de que Dios no abandona nunca a su pueblo; el mar no es sólo prueba, también es promesa. En cada red lanzada, en cada larga jornada laboral, en la inseguridad en medio

de tantos conflictos, en la precariedad laboral, en las duras condiciones de trabajo o en la distancia... está también presente la acción silenciosa de Aquel que calmó la tempestad y que navega con nosotros en la barca de la vida tendiéndonos una mano.

El papa Francisco nos recuerda que estamos llamados a redescubrir la esperanza en los signos de los tiempos que el Señor nos ofrece (SNC 7) y escrutar a fondo esos signos e interpretarlos a la luz del Evangelio (GS 4). También nos urge a ser nosotros signos tangibles de esperanza. Hay muchos retos en el mundo del mar, que tantos vivís en el día a día, que tantas familias sufren, y que como Iglesia queremos vivir y acompañar: el problema de la salud mental de los trabajadores del mar, la regulación y seguridad de los marineros y pescadores; la mejora de las

embarcaciones, la siniestralidad,... aquí nos toca levantar la voz, proféticamente, para recuperar a la persona como centro de todo, buscando su dignidad personal, laboral y familiar, antes que cualquier ganancia o búsqueda exacerbada de productividad, y salir al encuentro de las gentes del mar en todas sus vertientes. Al mismo tiempo, es urgente una conversión ecológica para cuidar la Casa común y enfrentarse a los retos que ésta nos pide a toda la sociedad, trabajando juntos para construir el bien común, y así ser signos tangibles de esperanza.

 En este Año Jubilar, la esperanza encuentra en María, la Madre de Dios su testimonio más alto. En ella, vemos que la esperanza no es un mero optimismo, sino un don en el realismo de la vida. A lo largo de su vida, como madre y creyente, como discípula fiel de su Hijo, en los gozos y en las oscuridades, María repite el sí dado a Dios en la anunciación, sin perder la esperanza y la confianza en el Señor. Ella es la Stella maris que confía y espera en todo acontecimiento de la vida por muy escabroso que sea, y viene en nuestro auxilio, sostiene e

invita a confiar y a seguir esperando en todo momento y en toda realidad.

A quienes trabajáis en el mar, a vuestras familias, a quienes velan por vuestra seguridad, y a todos cuantos ofrecéis apoyo espiritual, social o humano en los puertos, os recordamos y felicitamos en esta fiesta de la Virgen del Carmen, agradeciendo todo vuestro trabajo diario y vuestro esfuerzo e interés en la promoción, cuidado y mejora de las gentes del mar. Sois signos tangibles de

esperanza en medio de nuestra Iglesia y mundo. Que María nos sostenga a todos en la esperanza, cobije en la dificultad y nos acerque siempre a su Hijo Jesús, puerto de salvación.

Feliz día de las Gentes del mar, feliz Día de la Virgen del Carmen.

Vuestro amigo y hermano

+ Antonio Valín Valdés

Obispo de Tui-Vigo

Promotor del Apostolado del Mar

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Cardenal M. Czerny SJ  

Prefecto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral

Queridos hermanos y hermanas:

Una vez al año, las comunidades católicas de todo el mundo conmemoran a la gente de mar durante sus asambleas litúrgicas dominicales.

La segunda semana de julio se inicia, de hecho, con el Domingo del Mar, una jornada dedicada a una reflexión que lleva al corazón de la Iglesia el trabajo, a menudo realizado de manera invisible, de miles de marinos, quienes transcurren la mayor parte de su vida lejos de sus familias y comunidades, y sin embargo contribuyen significativamente a la economía y al desarrollo de los pueblos.


Tal y como se expresa de manera inolvidable en la Constitución Gaudium et spes del Concilio Vaticano II, de la que este año se celebra el sexagésimo aniversario: «Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón» (GS 1).


Por esta razón, deseamos que todos los que trabajan en el mar sepan que se hallan en el corazón de la Iglesia y que no están solos en sus reivindicaciones de justicia, dignidad y alegría.

Efectivamente, un desarrollo humano integral comprende a todos los seres humanos en todas sus dimensiones: físicas, espirituales y comunitarias. En los lugares en los que se proclama el Evangelio y se acoge la presencia de Jesús resucitado, el mundo no puede permanecer inalterado. De hecho, aquel que venció al pecado y a la muerte afirma: «Mira, hago nuevas todas las cosas» (Ap 21,5).

En este año jubilar, estimados hermanos y hermanas, la novedad que anuncian los cristianos debe cuestionar aún más radicalmente el orden establecido, porque el Reino de Dios nos insta a la conversión:

romper las cadenas, perdonar las deudas, redistribuir los recursos, encontrarse en la paz, son gestos humanos valientes, pero a la vez posibles. Reavivan la esperanza. Desde el principio hemos aprendido que: «quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve» (1 Jn 4,20). De este modo, toda la Iglesia está llamada también a interrogarse sobre las actuales condiciones laborales en los puertos y en las embarcaciones, incluyendo los derechos de los trabajadores, las condiciones de seguridad y la asistencia tanto material como espiritual que se les proporciona. En una creación herida y en un mundo en el que aumentan los conflictos y las desigualdades, amar al Dios de la vida implica comprometerse con la vida. La vida, en efecto, es siempre algo concreto: la vida de una persona, la vida que se va gastando en relaciones que, si no resultan liberadoras, se convierten en algo opresivo, y si no hacen florecer, resultan humillantes. Centremos, pues, nuestra atención en los factores subyacentes de nuestras economías, en quienes contribuyen a su funcionamiento diario, a menudo sin obtener beneficios personales y se

enfrentan más bien a situaciones de discriminación y peligro.


Queremos reconocer a los marinos como “peregrinos de la esperanza”, así nos define a todos el lema del Jubileo 2025. Conscientes o no de ello, encarnan el deseo de todo ser humano, de todo pueblo o fe religiosa, de vivir una vida digna, a través del trabajo, el intercambio y los encuentros. No se han quedado inmóviles: han tenido la necesidad y la audacia de partir, como tantos hombres y mujeres de los que habla la Sagrada Escritura. Gente que viaja, dentro del viaje de la vida. “Esperanza” es la palabra que siempre debe recordarnos cuál es nuestra meta: no somos vagabundos sin destino, sino hijas e hijos cuya dignidad nadie ni nada podrá borrar jamás. Por lo tanto, somos hermanos y hermanas. Venimos de la misma casa y volveremos a la misma casa: una patria sin fronteras ni aduanas, donde no existen privilegios que generen divisiones, ni injusticias que causen

sufrimiento. Dado que esta conciencia es firme e indestructible, podemos tener esperanza. Ya hoy la solidaridad entre nosotros y entre todos los seres vivos

puede fortalecerse y manifestarse con mayor intensidad. «La esperanza cristiana, de hecho, no engaña ni defrauda, porque está fundada en la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos nunca del amor divino» (Spes non confundit 3).


Me gustaría expresar mi más sincero agradecimiento a los marinos cristianos y a todos sus compañeros de otras religiones y culturas. Ustedes son peregrinos de la esperanza cada vez que trabajan con atención y amor, cada vez que mantienen vivos los lazos con sus familias y sus comunidades, cada vez que, ante las injusticias sociales y medioambientales, se organizan para reaccionar y responder con valentía y de manera constructiva. Les pedimos que actúen también como puentes entre países enemigos y sean profetas de paz. El mar une todas las tierras, las invita a contemplar el horizonte infinito, a sentir que la unidad siempre puede prevalecer sobre el conflicto. Pido a las comunidades eclesiales, en particular a las diócesis con territorio marítimo, fluvial o lacustre, que desarrollen la atención al Mar como un entorno físico y espiritual que invita a la conversión.

María, Estrella del Mar, orienta e ilumina nuestra esperanza.

Cardenal M. Czerny SJ

Prefecto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral



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