23 oct
13 sept
13 sept

La Iglesia conmemora estos días los 1700 años del Concilio de Nicea (año 325 d.C.). Un episodio crucial en la historia que resumimos en 10 de sus grandes aportes fundamentales, muchos de los cuales siguen siendo pilares hasta hoy:
El Concilio declaró que Jesucristo es consustancial (de la misma naturaleza) con el Padre, refutando la herejía arriana que sostenía que Jesús era una criatura inferior a Dios.
Se formuló el Credo Niceno, base del credo que se reza hoy en la misa. Resume la fe cristiana en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. De hecho, se convirtió en una herramienta de unidad doctrinal y litúrgica universal.
El concilio consolidó la doctrina sobre la Santísima Trinidad, estableciendo la plena divinidad del Hijo como igual al Padre. Este fue un paso clave hacia el desarrollo posterior de la teología trinitaria.
La divinidad del Espíritu Santo fue definida solemnemente por la Iglesia en el Primer Concilio de Constantinopla en el año 381 d.C.,
“Y [creemos] en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida,
que procede del Padre,
que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria,
y que habló por los profetas.”
el Filioque (“y del Hijo”) se añadió más tarde en Occidente al Credo para expresar que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo. Se empieza a usar litúrgicamente en el Credo en algunas regiones de Hispania (España y Galia) durante el Concilio de Toledo XI (año 675) para combatir el arrianismo. Se afirmaba que el Hijo también comparte plenamente la divinidad y por tanto el Espíritu procede de ambos.
El Filioque nos separó de la iglesia de Oriente que afirma que : En Oriente (Iglesias ortodoxas), el Padre es el único principio o fuente dentro de la Trinidad.
El Credo de Nicea-Constantinopla (381) fue considerado intocable por los orientales.
Se condenó formalmente la enseñanza de Arrio, que negaba la divinidad de Cristo. Esto protegió la fe cristiana de caer en un semi-monoteísmo y reafirmó la centralidad de Cristo como verdadero Dios y verdadero hombre.
El concilio buscó frenar la división en la Iglesia provocada por las disputas teológicas. Sentó las bases para futuros concilios que mantendrían la unidad de la fe católica.
Nicea estableció una fórmula común para celebrar la Pascua, separándola del calendario judío. Así se garantizó la unidad litúrgica en la Iglesia universal.
El Concilio de Nicea fue el primer concilio ecuménico de la historia, con obispos de todo el mundo cristiano conocido. Marcó un modelo para resolver cuestiones doctrinales y disciplinares mediante el consenso colegial de la Iglesia.
El emperador Constantino convocó el concilio, iniciando una nueva era de relación entre Iglesia y Estado. Si bien fue complejo, permitió a la Iglesia tener voz pública y legalidad, saliendo de la clandestinidad.
El concilio reafirmó la importancia del colegio de obispos como garantes de la fe, un principio que sigue vigente en el gobierno de la Iglesia católica.
Aunque el concilio trató temas teológicos, también abordó cuestiones disciplinarias, como la readmisión de herejes arrepentidos y normas para el clero, promoviendo una Iglesia visible, unida y sacramental.

Usando la imagen del Arca de la Alianza con dos ángeles, San Buenaventura propone:
Primer ángel (Antiguo Testamento): Dios es Ser (Yo soy el que soy).
Segundo ángel (Nuevo Testamento): Dios es Amor (1 Jn 4,8).
Ambos nombres son verdaderos: Ser y Amor no se excluyen, sino que se iluminan mutuamente.
Si Dios es amor, entonces dentro de su unidad debe haber:
Amante (el Padre)
Amado (el Hijo)
Amor compartido (el Espíritu Santo)
Jesús habla como enviado del Padre y también actúa con autoridad divina:
Perdona pecados, interpreta la Ley, se presenta como superior al Templo.
A través de Él, los discípulos comienzan a entender que Dios es trino:
El Padre, el Hijo y el Espíritu enviado en Pentecostés.
Génesis 1: “Hagamos al hombre a nuestra imagen”.
Proverbios 8: Sabiduría personificada preexistente con Dios.
Estas figuras se reinterpretan cristianamente como anticipaciones del Hijo.
Tertuliano acuña el término Trinitas (tres + unidad).
San Agustín propone una analogía psicológica:
Mente, autoconocimiento y amor propio:
Mente = Padre
Notitia sui = Hijo
Amor sui = Espíritu Santo
Esta triada dentro de la mente humana refleja la imagen de la Trinidad en nosotros.
En el bautismo, somos insertados en la vida trinitaria.
Vivimos como hijos en el Hijo, en relación con el Padre, movidos por el Espíritu.
La Trinidad no es una abstracción, sino la base de toda vida cristiana.
Jesús manda a bautizar “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.
Por tanto, la Trinidad es el corazón de la misión y de la vida cristiana.
¡Celebrar la Trinidad es celebrar todo lo que somos en Cristo!



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