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Comprar, acumular, consumir no es suficiente. Necesitamos alzar los ojos, mirar a lo alto, a las cosas celestiales

El papa León XIV ha oficiado este domingo desde Tor Vergata, a las afueras de Roma, la misa del Jubileo de los Jóvenes, su primer gran evento internacional tras su elección como sumo pontífice el pasado 8 de mayo.


León XIV ha animado a "aspirar a cosas grandes" y a no caer en el conformismo o el mero consumismo a todos los jóvenes congregados en la explanada de Tor Vergata para la misa final.

"Aspiren a cosas grandes, a la santidad, allí donde estén. No se conformen con menos. Así verán crecer cada día la luz del Evangelio, en ustedes mismos y a su alrededor", ha dicho el pontífice durante su homilía desde el gran escenario del campamento de Tor Vergata.

Durante la misa, que ha clausurado una semana de actos y celebraciones con miles de jóvenes llegados a todo el mundo por el Año Santo, el papa ha sostenido que "la plenitud de nuestra existencia no depende de lo que acumulamos ni de lo que poseemos", sino que "está unida a aquello que sabemos acoger y compartir con alegría".

"Comprar, acumular, consumir no es suficiente. Necesitamos alzar los ojos, mirar a lo alto, a las cosas celestiales", ha aseverado en su homilía, leída en italiano, inglés y en español ante la multitud y en la que animó a practicar la humildad, el perdón y la paz.


El papa ha llamado a los jóvenes a seguir "las huellas del Salvador"

León XIV ha hablado de la fragilidad humana, comparándola con la renovación constante de la naturaleza: "La fragilidad forma parte de la maravilla que somos", ha dicho.

"Así vive el campo, renovándose continuamente, e incluso durante los meses fríos del invierno, cuando todo parece callar, su energía vibra bajo tierra y se prepara para explotar en miles de colores durante la primavera", ha comparado el pontífice.

"También nosotros, queridos amigos, somos así; no hemos sido hechos para una vida donde todo es firme y seguro, sino para una existencia que se regenera constantemente en el don, en el amor", ha asegurado.

El pontífice ha concluido su mensaje confiando a los jóvenes a la Virgen: "Con su ayuda, al regresar a sus países en los próximos días, sigan caminando con alegría tras las huellas del Salvador y contagien con entusiasmo y fe a quienes encuentren", ha emplazado.


León XIV se acuerda de Ucrania y Gaza

El papa León XVI ha mostrado su solidaridad con los jóvenes que sufren la guerra en todo el mundo, en especial con los de Gaza y Ucrania. "¡Estamos con la gente joven de Gaza y con los jóvenes de Ucrania! Con todos aquellos países ensangrentados por la guerra", ha proclamado antes del rezo del Ángelus.

El pontífice ha defendido que la amplia participación en este evento juvenil demuestra que "otro mundo es posible". "En comunión con Cristo y en nuestra esperanza de paz por el mundo, estamos más cerca que nunca de los jóvenes que sufren los más serios males, causados por otros seres humanos", ha sostenido el papa, suscitando el aplauso de la multitud.

León XIV se ha dirigido a los jóvenes para decir que son "pruebas de que un mundo diferente, de fraternidad y amistad, es posible". Un mundo, ha asegurado, "en el que los conflictos no sean resueltos con las armas y con el diálogo".


Tor Vergata, donde Juan Pablo II clausuró la Jornada Mundial de la Juventud

Tras presidir el sábado una multitudinaria vigilia en ese mismo lugar, esta mañana el pontífice aterrizó de nuevo en helicóptero en torno a las 7.40 hora local. Después ha recorrido la zona en el papamóvil saludando a los que se encontraban en el lugar hasta llegar al gran escenario desplegado.

El pontífice ha dado "los buenos días" en italiano, inglés, español, francés y alemán y ha expresado su deseo a los asistentes de que "hayan descansado un poco" durmiendo al raso. En Tor Vergata han pasado la noche cientos de miles de jóvenes de 146 países del mundo llegados a Roma por este evento del Año Santo.

La elección del campus universitario de Tor Vergata como sede de la misa no es casual: fue también el lugar donde Juan Pablo II celebró la clausura de la Jornada Mundial de la Juventud en el año 2000. De este modo, León XIV recoge simbólicamente ese testigo, marcando una nueva etapa en el liderazgo espiritual de la Iglesia Católica.


Respuesta del Papa a tres preguntas de tres jovenes, en la Vigialia de Tor Vergata:


Homilía completa del domingo 3 de agosto:

Queridos jóvenes:

Después de la Vigilia que vivimos juntos ayer por la tarde, volvemos a encontrarnos hoy para celebrar la Eucaristía, Sacramento del don total de sí que el Señor ha hecho por nosotros. Podemos imaginar que recorremos, en esta experiencia, el camino realizado la tarde de Pascua por los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-35).


Primero se alejaban de Jerusalén atemorizados y desilusionados; se iban convencidos de que, después de la muerte de Jesús, ya no había nada más que hacer, nada que esperar. Y, en cambio, se encontraron precisamente con Él, lo acogieron como compañero de viaje, lo escucharon mientras les explicaba las Escrituras, y finalmente lo reconocieron al partir el pan.

Entonces, sus ojos se abrieron y el gozoso anuncio de la Pascua encontró lugar en sus corazones. La liturgia de hoy no nos habla directamente de este episodio, pero nos ayuda a reflexionar sobre aquello que allí se narra: el encuentro con el Resucitado que cambia nuestra existencia, que ilumina nuestros afectos, deseos y pensamientos.

                    

La primera lectura, del Libro de Qohélet, nos invita a tomar contacto, como los dos discípulos de los que hemos hablado, con la experiencia de nuestros límites, de la finitud de las cosas que pasan (cf. Qo 1,2;2,21-23); y el Salmo responsorial, que le hace eco, nos propone la imagen de «la hierba que brota de mañana: por la mañana brota y florece, y por la tarde se seca y se marchita» (Sal 90,5-6).

Son dos referencias fuertes, quizá un poco impactantes, pero que no deben asustarnos, como si fueran argumentos “tabú”, que se deben evitar. La fragilidad de la que hablan, en efecto, forma parte de la maravilla que somos. Pensemos en el símbolo de la hierba: ¿no es hermosísimo un prado florecido?


Ciertamente, es delicado, hecho con tallos delgados, vulnerables, propensos a secarse, doblarse, quebrarse; pero, al mismo tiempo, son reemplazados rápidamente por otros que florecen después de ellos; y los primeros se vuelven generosamente para estos alimento y abono, al consumirse en el terreno. Así vive el campo, renovándose continuamente, e incluso durante los meses fríos del invierno, cuando todo parece callar, su energía vibra bajo tierra y se prepara para explotar en miles de colores durante la primavera.


También nosotros, queridos amigos, somos así; hemos sido hechos para esto. No para una vida donde todo es firme y seguro, sino para una existencia que se regenera constantemente en el don, en el amor. Y por eso aspiramos continuamente a un “más” que ninguna realidad creada nos puede dar; sentimos una sed tan grande y abrasadora, que ninguna bebida de este mundo puede saciar.


No engañemos nuestro corazón ante esta sed, buscando satisfacerla con sucedáneos ineficaces. Más bien, escuchémosla. Hagámonos de ella un taburete para subir y asomarnos, como niños, de puntillas, a la ventana del encuentro con Dios. Nos encontraremos ante Él, que nos espera; más bien, que llama amablemente a la puerta de nuestra alma (cf. Ap 3,20). Y es hermoso, también con veinte años, abrirle de par en par el corazón, permitirle entrar, para después aventurarnos con Él hacia los espacios eternos del infinito.


San Agustín, hablando de su intensa búsqueda de Dios, se preguntaba: «¿Qué es, entonces, esa cosa tan esperada [...]? ¿La tierra? No. ¿Algo que se origina en la tierra, como el oro, la plata, el árbol, la mies, el agua? [...] Todas estas cosas causan deleite, son hermosas, son buenas» (Sermón 313/F, 3). Y concluía: «Busca a quien las hizo: él es tu esperanza» (ibíd.). Pensando, luego, en el camino que había recorrido, rezaba diciendo: «Y he aquí que tú [Señor] estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te andaba buscando [...]. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y ahuyentaste mi ceguera; exhalaste tu fragancia y respiré, y ya suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed; me tocaste, y me abrasé en tu paz» (Confesiones, 10, 27).


Son palabras muy hermosas, que nos recuerdan lo que decía el Papa Francisco en Lisboa, durante la Jornada Mundial de la Juventud, a otros jóvenes como ustedes: «Cada uno está llamado a confrontarse con grandes preguntas que no tienen [...] una respuesta simplista o inmediata, sino que invitan a emprender un viaje, a superarse a sí mismos, a ir más allá [...], a un despegue sin el cual no hay vuelo. No nos alarmemos, entonces, si nos encontramos interiormente sedientos, inquietos, incompletos, deseosos de sentido y de futuro [...]. ¡No estamos enfermos, estamos vivos!» (Discurso en el encuentro con los jóvenes universitarios, 3 agosto 2023).

Hay una inquietud importante en nuestro corazón, una necesidad de verdad que no podemos ignorar, que nos lleva a preguntarnos: ¿qué es realmente la felicidad? ¿Cuál es el verdadero sabor de la vida? ¿Qué es lo que nos libera de los pantanos del sinsentido, del aburrimiento y de la mediocridad?


Durante los días pasados ustedes han tenido muchas experiencias hermosas. Se han encontrado entre coetáneos provenientes de diferentes partes del mundo, pertenecientes a culturas distintas. Han intercambiado conocimientos, han compartido expectativas, han dialogado con la ciudad a través del arte, la música, la informática y el deporte. Después, en el Circo Máximo, acercándose al Sacramento de la Penitencia, han recibido el perdón de Dios y le han pedido su ayuda para una vida buena.


De todo esto se puede deducir una respuesta importante: la plenitud de nuestra existencia no depende de lo que acumulamos ni de lo que poseemos, como hemos escuchado en el Evangelio (cf. Lc 12,13-21); más bien, está unida a aquello que sabemos acoger y compartir con alegría (cf. Mt 10,8- 10; Jn 6,1-13). Comprar, acumular, consumir no es suficiente. Necesitamos alzar los ojos, mirar a lo alto, a las «cosas celestiales» (Col 3,2), para darnos cuenta de que todo tiene sentido, entre las realidades del mundo, sólo en la medida en que sirve para unirnos a Dios y a los hermanos en la caridad, haciendo crecer en nosotros “sentimientos de profunda compasión, de benevolencia, de humildad, de dulzura, de paciencia” (cf. Col 3,12), de perdón (cf. ibíd., v. 13) y de paz (cf. Jn 14,27), como los de Cristo (cf. Flp 2,5). Y en este horizonte comprenderemos cada vez mejor lo que significa que «la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (Rm 5,5).


Muy queridos jóvenes, nuestra esperanza es Jesús. Es Él, como decía san Juan Pablo II, «el que suscita en vosotros el deseo de hacer de vuestra vida algo grande, [...] para mejoraros a vosotros mismos y a la sociedad, haciéndola más humana y fraterna» (XV Jornada Mundial de la Juventud, Vigilia de oración, 19 agosto 2000). Mantengámonos unidos a Él, permanezcamos en su amistad, siempre, cultivándola con la oración, la adoración, la comunión eucarística, la confesión frecuente, la caridad generosa, como nos han enseñado los beatos Pier Giorgio Frassati y Carlo Acutis, que próximamente serán proclamados santos. Aspiren a cosas grandes, a la santidad, allí donde estén. No se conformen con menos.

Entonces verán crecer cada día la luz del Evangelio, en ustedes mismos y a su alrededor. Los encomiendo a María, la Virgen de la esperanza. Con su ayuda, al regresar a sus países en los próximos días, en cada parte del mundo, sigan caminando con alegría tras las huellas del Salvador, y contagien a los que encuentren con el entusiasmo y el testimonio de su fe. ¡Buen camino!


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Resumen de la homilía:

  1. El encuentro con el Resucitado: El texto comienza comparando la experiencia vivida por los discípulos de Emaús con la de los jóvenes, destacando el poder transformador del encuentro con Cristo Resucitado. Este encuentro ilumina y cambia nuestras vidas.

  2. La fragilidad humana: La primera lectura del libro de Qohélet habla de la finitud de las cosas y la fragilidad humana, utilizando la metáfora de la hierba que florece y luego se seca. El texto invita a aceptar esta fragilidad como parte de la belleza y regeneración de la vida.

  3. La sed de sentido: Los jóvenes son llamados a no conformarse con lo material, como comprar, acumular o consumir, sino a aspirar a un “más” profundo que solo se encuentra en Dios. Esta sed de sentido solo se puede satisfacer en Él, quien nos invita a abrir el corazón y buscar el encuentro con Él.

  4. La verdadera felicidad: La plenitud de la vida no se encuentra en lo que poseemos, sino en lo que damos y compartimos con los demás. La verdadera felicidad se encuentra en vivir con amor y caridad, siguiendo el ejemplo de Cristo.

  5. La esperanza en Jesús: La esperanza de los jóvenes debe estar puesta en Jesús, quien les inspira a hacer de su vida algo grande, mejorando a sí mismos y a la sociedad. Se les anima a mantener su fe viva mediante la oración, la adoración y la generosidad.

  6. El camino de la santidad: El mensaje concluye alentando a los jóvenes a aspirar a la santidad, sin conformarse con menos, y a ser testigos de su fe con alegría y entusiasmo, siguiendo las huellas del Salvador.


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