13 sept
13 sept
Hoy la Iglesia nos invita a mirar la vida y el mensaje de San Agustín, ese buscador incansable de la verdad que terminó encontrando en Dios el descanso de su corazón.
San Agustín nos habla desde su propia experiencia: fue un hombre que buscó la felicidad en muchas partes —en los honores, en la sabiduría humana, en los placeres—, pero nada llenaba el vacío que llevaba dentro. Finalmente pudo decir:“Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti.”
Ese es su mensaje eterno: el corazón humano solo se sacia en Dios.
Todos nosotros conocemos esa inquietud.
El joven que busca identidad.
El adulto que corre de tarea en tarea sin encontrar paz.
El anciano que se pregunta si su vida ha tenido sentido.
San Agustín nos recuerda que la inquietud no es un problema, sino una señal de que hemos sido creados para más.
Dios mismo la puso ahí para que lo busquemos.
Agustín descubrió algo fundamental: él no podía salvarse por sí mismo. La fuerza de voluntad, los esfuerzos humanos, no bastaban. Fue la gracia de Cristo la que le abrió los ojos y le dio la fuerza para cambiar.
Su mensaje nos libera de la arrogancia de pensar que nos salvamos solos y, al mismo tiempo, de la desesperación de creer que no podemos cambiar. ¡Con Cristo siempre hay esperanza!
Agustín, que conoció los caminos de muchas filosofías y religiones, terminó abrazando la fe católica. Encontró en la Iglesia una madre que le dio la Escritura, los sacramentos y la comunidad de fe. Para él, amar a Cristo y amar a la Iglesia eran inseparables.
También hoy, en tiempos de tantas divisiones y críticas, san Agustín nos enseña a permanecer en la Iglesia con amor filial, porque es allí donde recibimos a Cristo vivo.
Una de sus frases más célebres dice: “Ama y haz lo que quieras.” No es una invitación a la anarquía, sino una brújula: si en tu corazón está el amor verdadero —ese que se aprende en Cristo crucificado—, todo lo que hagas será bueno.
El amor es la medida de nuestra fe, de nuestras palabras, de nuestras obras.
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