13 sept
13 sept
El 8º domingo del Tiempo Ordinario gira en torno al desapego espiritual y la evanescencia de las cosas terrenales.
La vida está llena de cosas buenas (un atardecer, una comida, una conversación), pero ninguna de ellas dura.
El libro del Eclesiastés (Qohelet) —“Vanidad de vanidades, todo es vanidad”—, explica que todo lo terrenal es como una burbuja: hermoso, pero fugaz.
Como en la parábola del rico insensato, el hombre que acumula bienes pensando en su propio confort acaba perdiéndolo todo al morir.
Aferrarse a los bienes materiales o a los honores es inútil, porque todos moriremos y no nos llevaremos nada de este mundo.
San Pablo en la carta a los Colosenses da la clave:
“Pongan el corazón en los bienes de arriba, no en los de la tierra”.
La vida cristiana no consiste en despreciar el mundo, sino en vivirlo con ligereza, disfrutándolo sin poseerlo, sabiendo que nuestra verdadera meta está en el cielo.
Lo único que perdura es el amor, todo lo demás es polvo en nuestros dedos
En el cielo no necesitaremos fe ni esperanza, porque veremos y alcanzaremos.
Pero el amor sí perdura, porque el cielo es amor total.
"Las únicas cosas que llevamos al cielo son las que hemos dado en la tierra."
No pongas tu alma en lo que pasa, sino en lo que permanece.Todo debe pasar… pero el amor no pasa.
Introducción: la espiritualidad de alto octanaje Comparación con el joven rico: cumplir los mandamientos es bueno, pero no basta. Imagen...
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