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La oración y la Sagrada Familia de Nazaret

BENEDICTO XVI, AUDIENCIA GENERAL

Sala Pablo VI Miércoles 28 de diciembre de 2011

   

La oración y la Sagrada Familia de Nazaret

 

Queridos hermanos y hermanas:

 

El encuentro de hoy tiene lugar en el clima navideño, lleno de íntima alegría por el nacimiento del Salvador. Acabamos de celebrar este misterio, cuyo eco se expande en la liturgia de todos estos días. Es un misterio de luz que los hombres de cada época pueden revivir en la fe y en la oración. Precisamente a través de la oración nos hacemos capaces de acercarnos a Dios con intimidad y profundidad. Por ello, teniendo presente el tema de la oración que estoy desarrollando durante las catequesis en este período, hoy quiero invitaros a reflexionar sobre cómo la oración forma parte de la vida de la Sagrada Familia de Nazaret. La casa de Nazaret, en efecto, es una escuela de oración, donde se aprende a escuchar, a meditar, a penetrar el significado profundo de la manifestación del Hijo de Dios, siguiendo el ejemplo de María, José y Jesús.

 

Sigue siendo memorable el discurso del siervo de Dios Pablo VI durante su visita a Nazaret. El Papa dijo que en la escuela de la Sagrada Familia nosotros comprendemos por qué debemos «tener una disciplina espiritual, si se quiere llegar a ser alumnos del Evangelio y discípulos de Cristo». Y agrega: «En primer lugar nos enseña el silencio. Oh! Si renaciese en nosotros la valorización del silencio, de esta estupenda e indispensable condición del espíritu; en nosotros, aturdidos por tantos ruidos, tantos estrépitos, tantas voces de nuestra ruidosa e hipersensibilizada vida moderna. Silencio de Nazaret, enséñanos el recogimiento, la interioridad, la aptitud a prestar oídos a las secretas inspiraciones de Dios y a las palabras de los verdaderos maestros» (Discurso en Nazaret, 5 de enero de 1964).

 

De la Sagrada Familia, según los relatos evangélicos de la infancia de Jesús, podemos sacar algunas reflexiones sobre la oración, sobre la relación con Dios. Podemos partir del episodio de la presentación de Jesús en el templo. San Lucas narra que María y José, «cuando se cumplieron los días de su purificación, según la ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor» (2, 22). Como toda familia judía observante de la ley, los padres de Jesús van al templo para consagrar a Dios a su primogénito y para ofrecer el sacrificio. Movidos por la fidelidad a las prescripciones, parten de Belén y van a Jerusalén con Jesús que tiene apenas cuarenta días; en lugar de un cordero de un año presentan la ofrenda de las familias sencillas, es decir, dos palomas. La peregrinación de la Sagrada Familia es la peregrinación de la fe, de la ofrenda de los dones, símbolo de la oración, y del encuentro con el Señor, que María y José ya ven en su hijo Jesús.

 

La contemplación de Cristo tiene en María su modelo insuperable. El rostro del Hijo le pertenece a título especial, porque se formó en su seno, tomando de ella también la semejanza humana. Nadie se dedicó con tanta asiduidad a la contemplación de Jesús como María. La mirada de su corazón se concentra en él ya desde el momento de la Anunciación, cuando lo concibe por obra del Espíritu Santo; en los meses sucesivos advierte poco a poco su presencia, hasta el día del nacimiento, cuando sus ojos pueden mirar con ternura maternal el rostro del hijo, mientras lo envuelve en pañales y lo acuesta en el pesebre. Los recuerdos de Jesús, grabados en su mente y en su corazón, marcaron cada instante de la existencia de María. Ella vive con los ojos en Cristo y conserva cada una de sus palabras. San Lucas dice: «Por su parte [María] conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» (Lc 2, 19), y así describe la actitud de María ante el misterio de la Encarnación, actitud que se prolongará en toda su existencia: conservar en su corazón las cosas meditándolas.


Lucas es el evangelista que nos permite conocer el corazón de María, su fe (cf. 1, 45), su esperanza y obediencia (cf. 1, 38), sobre todo su interioridad y oración (cf. 1, 46-56), su adhesión libre a Cristo (cf. 1, 55). Y todo esto procede del don del Espíritu Santo que desciende sobre ella (cf. 1, 35), como descenderá sobre los Apóstoles según la promesa de Cristo (cf. Hch 1, 8). Esta imagen de María que nos ofrece san Lucas presenta a la Virgen como modelo de todo creyente que conserva y confronta las palabras y las acciones de Jesús, una confrontación que es siempre un progresar en el conocimiento de Jesús.


Siguiendo al beato Papa Juan Pablo II (cf. Carta ap.  Rosarium Virginis Mariae) podemos decir que la oración del Rosario tiene su modelo precisamente en María, porque consiste en contemplar los misterios de Cristo en unión espiritual con la Madre del Señor. La capacidad de María de vivir de la mirada de Dios es, por decirlo así, contagiosa. San José fue el primero en experimentarlo. Su amor humilde y sincero a su prometida esposa y la decisión de unir su vida a la de María lo atrajo e introdujo también a él, que ya era un «hombre justo» (Mt 1, 19), en una intimidad singular con Dios. En efecto, con María y luego, sobre todo, con Jesús, él comienza un nuevo modo de relacionarse con Dios, de acogerlo en su propia vida, de entrar en su proyecto de salvación, cumpliendo su voluntad. Después de seguir con confianza la indicación del ángel —«no temas acoger a María, tu mujer» (Mt 1, 20)— él tomó consigo a María y compartió su vida con ella; verdaderamente se entregó totalmente a María y a Jesús, y esto lo llevó hacia la perfección de la respuesta a la vocación recibida. El Evangelio, como sabemos, no conservó palabra alguna de José: su presencia es silenciosa, pero fiel, constante, activa. Podemos imaginar que también él, como su esposa y en íntima sintonía con ella, vivió los años de la infancia y de la adolescencia de Jesús gustando, por decirlo así, su presencia en su familia. José cumplió plenamente su papel paterno, en todo sentido. Seguramente educó a Jesús en la oración, juntamente con María. Él, en particular, lo habrá llevado consigo a la sinagoga, a los ritos del sábado, como también a Jerusalén, para las grandes fiestas del pueblo de Israel. José, según la tradición judía, habrá dirigido la oración doméstica tanto en la cotidianidad —por la mañana, por la tarde, en las comidas—, como en las principales celebraciones religiosas. Así, en el ritmo de las jornadas transcurridas en Nazaret, entre la casa sencilla y el taller de José, Jesús aprendió a alternar oración y trabajo, y a ofrecer a Dios también la fatiga para ganar el pan necesario para la familia.

 

Por último, otro episodio en el que la Sagrada Familia de Nazaret se halla recogida y unida en un momento de oración. Jesús, como hemos escuchado, a los doce años va con los suyos al templo de Jerusalén. Este episodio se sitúa en el contexto de la peregrinación, como lo pone de relieve san Lucas: «Sus padre solían ir cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua. Cuando cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre» (2, 41-42). La peregrinación es una expresión religiosa que se nutre de oración y, al mismo tiempo, la alimenta. Aquí se trata de la peregrinación pascual, y el evangelista nos hace notar que la familia de Jesús la vive cada año, para participar en los ritos en la ciudad santa. La familia judía, como la cristiana, ora en la intimidad doméstica, pero reza también junto a la comunidad, reconociéndose parte del pueblo de Dios en camino, y la peregrinación expresa precisamente este estar en camino del pueblo de Dios. La Pascua es el centro y la cumbre de todo esto, y abarca la dimensión familiar y la del culto litúrgico y público.

 

En el episodio de Jesús a los doce años se registran también sus primeras palabras: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre? (2, 49). Después de tres días de búsqueda, sus padres lo encontraron en el templo sentado entre los doctores en el templo mientras los escuchaba y los interrogaba (cf. 2, 46). A su pregunta sobre por qué había hecho esto a su padre y a su madre, él responde que hizo sólo cuánto debe hacer como Hijo, es decir, estar junto al Padre. De este modo él indica quién es su verdadero Padre, cuál es su verdadera casa, que él no había hecho nada extraño, que no había desobedecido. Permaneció donde debe estar el Hijo, es decir, junto a su Padre, y destacó quién es su Padre. La palabra «Padre» domina el acento de esta respuesta y aparece todo el misterio cristológico. Esta palabra abre, por lo tanto, el misterio, es la llave para el misterio de Cristo, que es el Hijo, y abre también la llave para nuestro misterio de cristianos, que somos hijos en el Hijo. Al mismo tiempo, Jesús nos enseña cómo ser hijos, precisamente estando con el Padre en la oración. El misterio cristológico, el misterio de la existencia cristiana está íntimamente unido, fundado en la oración. Jesús enseñará un día a sus discípulos a rezar, diciéndoles: cuando oréis decid «Padre». Y, naturalmente, no lo digáis sólo de palabra, decidlo con vuestra vida, aprended cada vez más a decir «Padre» con vuestra vida; y así seréis verdaderos hijos en el Hijo, verdaderos cristianos.

 

Aquí, cuando Jesús está todavía plenamente insertado en la vida la Familia de Nazaret, es importante notar la resonancia que puede haber tenido en el corazón de María y de José escuchar de labios de Jesús la palabra «Padre», y revelar, poner de relieve quién es el Padre, y escuchar de sus labios esta palabra con la consciencia del Hijo Unigénito, que precisamente por esto quiso permanecer durante tres días en el templo, que es la «casa del Padre». Desde entonces, podemos imaginar, la vida en la Sagrada Familia se vio aún más colmada de un clima de oración, porque del corazón de Jesús todavía niño —y luego adolescente y joven— no cesará ya de difundirse y de reflejarse en el corazón de María y de José este sentido profundo de la relación con Dios Padre. Este episodio nos muestra la verdadera situación, el clima de estar con el Padre. De este modo, la Familia de Nazaret es el primer modelo de la Iglesia donde, en torno a la presencia de Jesús y gracias a su mediación, todos viven la relación filial con Dios Padre, que transforma también las relaciones interpersonales, humanas.

 

Queridos amigos, por estos diversos aspectos que, a la luz del Evangelio, he señalado brevemente, la Sagrada Familia es icono de la Iglesia doméstica, llamada a rezar unida. La familia es Iglesia doméstica y debe ser la primera escuela de oración. En la familia, los niños, desde la más temprana edad, pueden aprender a percibir el sentido de Dios, gracias a la enseñanza y el ejemplo de sus padres: vivir en un clima marcado por la presencia de Dios. Una educación auténticamente cristiana no puede prescindir de la experiencia de la oración.

Si no se aprende a rezar en la familia, luego será difícil colmar ese vacío.

Y, por lo tanto, quiero dirigiros la invitación a redescubrir la belleza de rezar juntos como familia en la escuela de la Sagrada Familia de Nazaret. Y así llegar a ser realmente un solo corazón y una sola alma, una verdadera familia. Gracias.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI  A UN CONGRESO SOBRE LA FAMILIA   Sala Clementina  Viernes 16 de mayo de 2008

 

 Queridos hermanos y hermanas:  

 

Gracias...

 

Este encuentro tiene lugar con ocasión de la celebración anual de la Jornada internacional de la familia, que fue ayer, 15 de mayo. Para subrayar la importancia de esta Jornada, habéis organizado un congreso con un tema de gran actualidad: "La alianza por la familia en Europa: el asociacionismo protagonista", para confrontar las experiencias entre las diversas formas de asociaciones familiares y con el objetivo de sensibilizar a los gobernantes y a la opinión pública sobre el papel central e insustituible que desempeña la familia en nuestra sociedad. En efecto, como con razón observáis, una acción política que desee mirar con clarividencia el futuro no puede menos de situar a la familia en el centro de su atención y de su programación.

 

Este año, como bien sabéis, se celebra el 40° aniversario de la encíclica  Humanae vitae y el 25° de la promulgación de la  Carta de los derechos de la familia, presentada por la Santa Sede el 22 de octubre de 1983. Estos dos documentos están idealmente unidos entre sí, porque, si el primero subraya con fuerza, yendo con valentía contra corriente con respecto a la cultura dominante, la calidad del amor de los esposos, no manipulado por el egoísmo y abierto a la vida, el segundo pone de relieve los derechos inalienables que permiten a la familia, fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, ser la cuna natural de la vida humana.

 

En particular, la  Carta de los derechos de la familia, dirigida principalmente a los gobiernos, ofrece, a quien está investido de responsabilidad en orden al bien común, un modelo y un punto de referencia para la elaboración de una adecuada legislación política de la familia. Al mismo tiempo, se dirige a todas las familias estimulándolas a que se unan en la defensa y promoción de sus derechos. Y vuestro asociacionismo, al respecto, puede constituir un instrumento muy oportuno para realizar mejor el espíritu de la citada  Carta de los derechos de la familia.

 

El amado Pontífice Juan Pablo II, con razón llamado también el "Papa de la familia", repetía que "el futuro de la humanidad se fragua en la familia" (Familiaris consortio, 86). Subrayaba con frecuencia el valor insustituible de la institución familiar, según el plan de Dios, Creador y Padre. También yo, al inicio de mi pontificado, el 6 de junio de 2005, en la apertura de la asamblea de la diócesis de Roma, dedicada precisamente a la familia, reafirmé que la verdad del matrimonio y de la familia hunde sus raíces en la verdad del hombre y ha tenido su realización en la historia de la salvación, en cuyo centro están las palabras: "Dios ama a su pueblo".

 

En efecto, la revelación bíblica es ante todo expresión de una historia de amor, la historia de la alianza de Dios con los hombres. He aquí por qué la historia del amor y de la unión entre un hombre y una mujer en la alianza del matrimonio fue asumida por Dios como símbolo de la historia de la salvación. Precisamente por esto, la unión de vida y de amor, basada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, que constituye la familia, representa un bien insustituible para toda la sociedad, que no se debe confundir ni equiparar a otros tipos de unión.

 

Sabemos bien cuántos desafíos afrontan hoy las familias, cuán difícil es realizar, en las condiciones sociales modernas, el ideal de fidelidad y de solidez del amor conyugal, tener hijos y educarlos, y conservar la armonía del núcleo familiar. Si, gracias a Dios, existen ejemplos luminosos de familias sólidas y abiertas a la cultura de la vida y del amor, no faltan lamentablemente, e incluso están aumentando, las crisis matrimoniales y familiares. Muchas familias, que se encuentran en condiciones de preocupante precariedad, elevan, a veces incluso de forma inconsciente, un grito, una petición de ayuda que interpela a los responsables de las administraciones públicas, de las comunidades eclesiales y de las distintas agencias educativas.

 

Por eso, es cada vez más urgente el compromiso de unir fuerzas para sostener, con todos los medios posibles, a las familias desde el punto de vista social y económico, jurídico y espiritual. En este contexto me complace subrayar y alentar algunas iniciativas y propuestas presentadas en vuestro congreso. Me refiero, por ejemplo, al plausible empeño de movilizar a los ciudadanos en apoyo de la iniciativa por "una fiscalización a medida de la familia", a fin de que los gobiernos promuevan una política familiar que ofrezca a los padres la posibilidad concreta de tener hijos y educarlos en la familia.

 

Para los creyentes, la familia, célula de comunión que constituye el fundamento de la sociedad, es como una "pequeña iglesia doméstica", llamada a revelar al mundo el amor de Dios. Queridos hermanos y hermanas, ayudad a las familias a ser signo visible de esta verdad, a defender los valores inscritos en la naturaleza humana y, por tanto, comunes a toda la humanidad, esto es, la vida, la familia y la educación. Esos principios no derivan de una confesión de fe, sino de la aplicación de la justicia que respeta los derechos de cada hombre.

 

Esta es vuestra misión, queridas familias cristianas. Que jamás desfallezca vuestra confianza en el Señor y la comunión con él en la oración y en la referencia constante a su Palabra. Así seréis testigos de su amor, no contando simplemente con recursos humanos, sino apoyándoos firmemente en la roca que es Dios, vivificados por el poder de su Espíritu.

 

Que María, Reina de la familia, Estrella luminosa de esperanza, guíe el camino de todas las familias de la humanidad. Con estos sentimientos, de buen grado os bendigo a vosotros, aquí presentes, y a cuantos forman parte de las diversas asociaciones que representáis.


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"La cuestión de la correcta relación entre el hombre y la mujer hunde sus raíces en la esencia más profunda del ser humano y sólo a partir de ella puede encontrar su respuesta"


El Santo Padre Benedicto XVI pronunció el 6 de Junio de 2005 un importante discurso sobre el matrimonio y la familia con ocasión de la ceremonia de apertura de la asamblea eclesial de la diócesis de Roma


Destacamos aquí algunas de las ideas más significativas de ese discurso para facilitar que se conozca en profundidad lo que el Papa nos dice sobre el matrimonio y sobre la familia, instituciones esenciales para cada persona, para la entera sociedad humana y también para la edificación de la Iglesia.


+Esta realidad humana fundamental (la familia) se ve sometida hoy a múltiples dificultades y amenazas, y por eso tiene especial necesidad de ser evangelizada y sostenida”.


+“…las familias cristianas constituyen un recurso decisivo para la educación en la fe, para la edificación de la Iglesia como comunión y (por) su capacidad de presencia misionera en las situaciones más diversas de la vida, así como para ser levadura, en sentido cristiano, en la cultura generalizada y en las estructuras sociales”.


+“Para poder comprender la misión de la familia en la comunidad cristiana y sus tareas de formación de la persona y transmisión de la fe, hemos de partir siempre del significado que el matrimonio y la familia tienen en el plan de Dios, creador y salvador”.


+“El matrimonio y la familia no son, en realidad, una construcción sociológica casual, fruto de situaciones históricas y económicas particulares. Al contrario, la cuestión de la correcta relación entre el hombre y la mujer hunde sus raíces en la esencia más profunda del ser humano y sólo a partir de ella puede encontrar su respuesta”


+“…no se puede separar de la pregunta antigua y siempre nueva del hombre sobre sí mismo: ¿quién soy?, ¿qué es el hombre? Y esta pregunta, a su vez, no se puede separar del interrogante sobre Dios: ¿existe Dios? y ¿quién es Dios?, ¿cuál es verdaderamente su rostro?”.


+“…el hombre es creado a imagen de Dios, y Dios mismo es amor. Por eso, la vocación al amor es lo que hace que el hombre sea la auténtica imagen de Dios: es semejante a Dios en la medida en que ama”.


+“…el hombre es alma que se expresa en el cuerpo y cuerpo vivificado por un espíritu inmortal. (…) …el cuerpo del hombre y de la mujer tiene, por decirlo así, un carácter teológico…”


+“…la sexualidad humana no es algo añadido a nuestro ser persona, sino que pertenece a él. Sólo cuando la sexualidad se ha integrado en la persona, logra dar un sentido a sí misma”.


+“…la totalidad del hombre incluye la dimensión del tiempo, y el "sí" del hombre implica trascender el momento presente: en su totalidad, el "sí" significa "siempre", constituye el espacio de la fidelidad”.


+“…la libertad del "sí" es libertad capaz de asumir algo definitivo. Así, la mayor expresión de la libertad no es la búsqueda del placer (…) …la auténtica expresión de la libertad es la capacidad de optar por un don definitivo, en el que la libertad, dándose, se vuelve a encontrar plenamente a sí misma”.


+“…el "sí" personal y recíproco del hombre y de la mujer abre el espacio para el futuro, para la auténtica humanidad de cada uno y, al mismo tiempo, está destinado al don de una nueva vida”.


+“…el matrimonio como institución no es una injerencia indebida de la sociedad o de la autoridad, una forma impuesta desde fuera en la realidad más privada de la vida, sino una exigencia intrínseca del pacto del amor conyugal y de la profundidad de la persona humana”.


+Las diversas formas actuales de disolución del matrimonio, como las uniones libres y el "matrimonio a prueba", hasta el pseudo-matrimonio entre personas del mismo sexo, son expresiones de una libertad anárquica, que se quiere presentar erróneamente como verdadera liberación del hombre”.


+“Esa pseudo-libertad se funda en una trivialización del cuerpo, que inevitablemente incluye la trivialización del hombre. Se basa en el supuesto de que el hombre puede hacer de sí mismo lo que quiera (…) El libertarismo, que se quiere hacer pasar como descubrimiento del cuerpo y de su valor, es en realidad un dualismo que hace despreciable el cuerpo, situándolo —por decirlo así— fuera del auténtico ser y de la auténtica dignidad de la persona”.


+“…la unión de Dios con el hombre asumió su forma suprema, irreversible y definitiva (en Cristo). Y así se traza también para el amor humano su forma definitiva, el "sí" recíproco, que no puede revocarse: no aliena al hombre, sino que lo libera de las alienaciones de la historia, para llevarlo de nuevo a la verdad de la creación”.


+“El valor de sacramento que el matrimonio asume en Cristo significa, por tanto, que el don de la creación fue elevado a gracia de redención. (…) …del mismo modo que la encarnación del Hijo de Dios revela su verdadero significado en la cruz, así el amor humano auténtico es donación de sí y no puede existir si quiere liberarse de la cruz”.


+“…el envilecimiento del amor humano, la supresión de la auténtica capacidad de amar se revela, en nuestro tiempo, como el arma más adecuada y eficaz para separar a Dios del hombre, para alejar a Dios de la mirada y del corazón del hombre”.


+“…la voluntad de "liberar" de Dios a la naturaleza lleva a perder de vista la realidad misma de la naturaleza, incluida la naturaleza del hombre, reduciéndola a un conjunto de funciones, de las que se puede disponer a capricho para construir un presunto mundo mejor y una presunta humanidad más feliz; en cambio, se destruye el plan del Creador y, en consecuencia, la verdad de nuestra naturaleza”.


+“En el hombre y en la mujer, la paternidad y la maternidad, como el cuerpo y como el amor, no se pueden reducir a lo biológico: la vida sólo se da enteramente cuando juntamente con el nacimiento se dan también el amor y el sentido que permiten decir sí a esta vida. Precisamente esto muestra claramente cuán contrario al amor humano, a la vocación profunda del hombre y de la mujer, es cerrar sistemáticamente la propia unión al don de la vida y, aún más, suprimir o manipular la vida que nace”.


+“…la edificación de cada familia cristiana se sitúa en el contexto de la familia más amplia, que es la Iglesia, la cual la sostiene y la lleva consigo, y garantiza que existe el sentido y que también en el futuro estará en ella el "sí" del Creador. Y, de forma recíproca, la Iglesia es edificada por las familias, "pequeñas Iglesias domésticas", como las llamó el concilio Vaticano II, utilizando una antigua expresión patrística”.


+“En la obra educativa, y especialmente en la educación en la fe, que es la cumbre de la formación de la persona y su horizonte más adecuado, es central en concreto la figura del testigo: se transforma en punto de referencia precisamente porque sabe dar razón de la esperanza que sostiene su vida, está personalmente comprometido con la verdad que propone. El testigo, por otra parte, no remite nunca a sí mismo, sino a algo, o mejor, a Alguien más grande que él, a quien ha encontrado y cuya bondad, digna de confianza, ha experimentado. Así, para todo educador y testigo, el modelo insuperable es Jesucristo, el gran testigo del Padre, que no decía nada por sí mismo, sino que hablaba como el Padre le había enseñado”.


+“…la Familia de Nazaret ha de ser para nuestras familias y para nuestras comunidades objeto de oración constante y confiada, además de modelo de vida”.


+“En la actualidad, un obstáculo particularmente insidioso para la obra educativa es la masiva presencia, en nuestra sociedad y cultura, del relativismo que, al no reconocer nada como definitivo, deja como última medida sólo el propio yo con sus caprichos; y, bajo la apariencia de la libertad, se transforma para cada uno en una prisión”


+“…es evidente que no sólo debemos tratar de superar el relativismo en nuestro trabajo de formación de las personas; también estamos llamados a contrarrestar su predominio destructor en la sociedad y en la cultura. Por eso, además de la palabra de la Iglesia, es muy importante el testimonio y el compromiso público de las familias cristianas, especialmente para reafirmar la intangibilidad de la vida humana desde la concepción hasta su término natural, el valor único e insustituible de la familia fundada en el matrimonio, y la necesidad de medidas legislativas y administrativas que sostengan a las familias en la tarea de engendrar y educar a los hijos, tarea esencial para nuestro futuro común".


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Papa Francisco y sus pensamientos sobre las familias

 

Luego de su viaje a Irlanda on motivo del Encuentro Mundial de las Familias, el Papa Francisco dejó varias frases para todas las familias del mundo, que valen la pena ser recordadas por su carácter evangélico y formativo.

 

1. En la familia siempre se encuentra a Jesús: “El Evangelio de la familia es verdaderamente alegría para el mundo, ya que allí, en nuestras familias, Jesús siempre puede ser encontrado; él vive allí, en simplicidad y pobreza, como lo hizo en la casa de la Sagrada Familia de Nazaret”.

 

2. La familia es el lugar más importante para transmitir la fe: “El primer y más importante lugar para transmitir la fe es el hogar, a través del sereno y cotidiano ejemplo de los padres que aman al Señor y confían en su palabra”.

 

3. La familia debe tener como base el perdón: “Gestos pequeños y sencillos de perdón, renovados cada día, son la base sobre la que se construye una sólida vida familiar cristiana. Los niños aprenden a perdonar cuando ven que sus padres se perdonan recíprocamente. Si entendemos esto, podemos apreciar la grandeza de la enseñanza de Jesús sobre la fidelidad en el matrimonio”.

 

4. La familia manifiesta toda su belleza si está “anclada” al amor de Dios: “El matrimonio cristiano y la vida familiar manifiestan toda su belleza y atractivo si están anclados en el amor de Dios, que nos creó a su imagen para que podamos darle gloria como iconos de su amor y de su santidad en el mundo”.

 

5. La familia genera paz: “En toda sociedad, las familias generan paz, porque enseñan el amor, la aceptación y el perdón, que son los mejores antídotos contra el odio, los prejuicios y la venganza que envenenan la vida de las personas y las comunidades”.

 

8. La familia que reza unida permanece unida: “Como enseñaba un buen sacerdote irlandés, ‘la familia que reza unida permanece unida’ e irradia paz. Una familia así puede ser un apoyo especial para otras familias que no viven en paz”.



La familia en el corazón del Papa Francisco


La familia ha sido siempre un pilar fundamental en la enseñanza de la Iglesia Católica. El Papa Francisco, con su estilo pastoral y cercano, ha dedicado numerosas reflexiones a este tema, recopiladas en la obra Pensieri sulla famiglia. Este libro reúne pensamientos y enseñanzas que iluminan la importancia de la familia en la vida cristiana y en la sociedad contemporánea.


1. La familia, “hospital de campaña” y lugar de misericordia

  • El Papa Francisco destaca que la familia es la primera escuela donde se aprende a amar. Es en el seno familiar donde se enseñan y se viven valores como la paciencia, el perdón, la alegría y la entrega. La familia es el lugar donde cada miembro es amado por sí mismo y aprende a amar a los demás.

  • El Papa presenta la familia como el “primer lugar donde se aprende a amar”.

  • En Amoris Laetitia (AL), afirma que la Iglesia debe acompañar, discernir e integrar a las familias en todas sus situaciones.

  • La familia no es un ideal inalcanzable, sino una “obra artesanal” del amor cotidiano.

2. Una espiritualidad del hogar

  • Inspirado en su exhortación apostólica Amoris Laetitia, el Papa subraya que la alegría del amor que se vive en las familias es también el júbilo de la Iglesia. La familia es un don de Dios y una oportunidad para vivir el Evangelio en lo cotidiano, en los pequeños gestos de cada día.

  • Francisco insiste en que Dios habita en la alegría simple de las casas: una comida compartida, una caricia, una oración por la noche.

  • El Espíritu Santo obra en las familias “imperfectas pero perseverantes”.

  • La santidad tiene rostro de abuela que reza, de papá que trabaja, de mamá que enseña con amor.

3. Educar en la ternura y en la paciencia

  • En su estilo entrañable, el Papa dice que en las familias hay que aprender tres palabras mágicas: permiso, gracias y perdón.

  • La ternura es una fuerza revolucionaria, dice Francisco, que puede cambiar el mundo desde los gestos pequeños del hogar.

4. Familia misionera y protagonista

  • No se trata solo de proteger a la familia: ¡hay que enviarla como discípula misionera!

  • Una familia cristiana es luz en el barrio, levadura en la masa, testigo alegre del Evangelio.

  • Francisco pide que las parroquias estén cerca de las familias, no como inspectores, sino como compañeros de camino.

5. Desafíos concretos y respuestas proféticas

  • El Papa no ignora las dificultades que enfrentan las familias en el mundo actual: crisis económicas, migraciones, conflictos, entre otros. Sin embargo, invita a mirar con esperanza y a confiar en la gracia de Dios que sostiene y fortalece a las familias en medio de las pruebas.

  • El Papa no idealiza: reconoce heridas, rupturas, violencias, soledades.

  • Pero propone una pastoral que no condena, sino que acompaña y levanta.

  • La misericordia es la “credencial” del cristiano también en lo familiar.


5. La Familia como Iglesia Doméstica

La familia es considerada por el Papa Francisco como una "Iglesia doméstica", un lugar donde se transmite la fe, se ora juntos y se vive la caridad. Es en la familia donde se cultiva la vida espiritual y se prepara a los hijos para ser discípulos misioneros.

6. El Papel de los Abuelos y los Mayores

El Papa resalta la importancia de los abuelos y las personas mayores en la transmisión de la fe y la sabiduría. Ellos son un tesoro para la familia y la sociedad, y su presencia aporta estabilidad y continuidad entre generaciones.


Conclusión

Pensieri sulla famiglia es una obra que invita a redescubrir la belleza y la misión de la familia en el plan de Dios. A través de sus reflexiones, el Papa Francisco ofrece una guía para vivir con alegría, esperanza y compromiso la vocación familiar, siendo luz y sal en el mundo.


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 PAPA FRANCISCO

 AUDIENCIA GENERAL  Miércoles 17 de junio de 2015

 

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

 

En el itinerario de catequesis sobre la familia, hoy nos inspiramos directamente en el episodio narrado por el evangelista san Lucas, que acabamos de escuchar (cf. Lc 7, 11-15). Es una escena muy conmovedora, que nos muestra la compasión de Jesús hacia quien sufre —en este caso una viuda que perdió a su hijo único—; y nos muestra también el poder de Jesús sobre la muerte.

 

La muerte es una experiencia que toca a todas las familias, sin excepción. Forma parte de la vida; sin embargo, cuando toca los afectos familiares, la muerte nunca nos parece natural. Para los padres, vivir más tiempo que sus hijos es algo especialmente desgarrador, que contradice la naturaleza elemental de las relaciones que dan sentido a la familia misma. La pérdida de un hijo o de una hija es como si se detuviese el tiempo: se abre un abismo que traga el pasado y también el futuro. La muerte, que se lleva al hijo pequeño o joven, es una bofetada a las promesas, a los dones y sacrificios de amor gozosamente entregados a la vida que hemos traído al mundo. Muchas veces vienen a misa a Santa Marta padres con la foto de un hijo, de una hija, niño, joven, y me dicen: «Se marchó, se marchó». Y en la mirada se ve el dolor. La muerte afecta y cuando es un hijo afecta profundamente. Toda la familia queda como paralizada, enmudecida. Y algo similar sufre también el niño que queda solo, por la pérdida de uno de los padres, o de los dos. Esa pregunta: «¿Dónde está papá? ¿Dónde está mamá?». —«Está en el cielo». —«¿Por qué no la veo?». Esa pregunta expresa una angustia en el corazón del niño que queda solo. El vacío del abandono que se abre dentro de él es mucho más angustioso por el hecho de que no tiene ni siquiera la experiencia suficiente para «dar un nombre» a lo sucedido. «¿Cuándo regresa papá? ¿Cuándo regresa mamá?». ¿Qué se puede responder cuando el niño sufre? Así es la muerte en la familia.

 

En estos casos la muerte es como un agujero negro que se abre en la vida de las familias y al cual no sabemos dar explicación alguna. Y a veces se llega incluso a culpar a Dios. Cuánta gente —los comprendo— se enfada con Dios, blasfemia: «¿Por qué me quitó el hijo, la hija? ¡Dios no está, Dios no existe! ¿Por qué hizo esto?». Muchas veces hemos escuchado esto. Pero esa rabia es un poco lo que viene de un corazón con un dolor grande; la pérdida de un hijo o de una hija, del papá o de la mamá, es un gran dolor. Esto sucede continuamente en las familias. En estos casos, he dicho, la muerte es casi como un agujero. Pero la muerte física tiene «cómplices» que son incluso peores que ella, y que se llaman odio, envidia, soberbia, avaricia; en definitiva, el pecado del mundo que trabaja para la muerte y la hace aún más dolorosa e injusta. Los afectos familiares se presentan como las víctimas predestinadas e inermes de estos poderes auxiliares de la muerte, que acompañan la historia del hombre. Pensemos en la absurda «normalidad» con la cual, en ciertos momentos y en ciertos lugares, los hechos que añaden horror a la muerte son provocados por el odio y la indiferencia de otros seres humanos. Que el Señor nos libre de acostumbrarnos a esto.

 

En el pueblo de Dios, con la gracia de su compasión donada en Jesús, muchas familias demuestran con los hechos que la muerte no tiene la última palabra: esto es un auténtico acto de fe. Todas las veces que la familia en el luto —incluso terrible— encuentra la fuerza de custodiar la fe y el amor que nos unen a quienes amamos, la fe impide a la muerte, ya ahora, llevarse todo. La oscuridad de la muerte se debe afrontar con un trabajo de amor más intenso. «Dios mío, ilumina mi oscuridad», es la invocación de la liturgia de la tarde. En la luz de la Resurrección del Señor, que no abandona a ninguno de los que el Padre le ha confiado, nosotros podemos quitar a la muerte su «aguijón», como decía el apóstol Pablo (1 Cor 15, 55); podemos impedir que envenene nuestra vida, que haga vanos nuestros afectos, que nos haga caer en el vacío más oscuro.

 

En esta fe, podemos consolarnos unos a otros, sabiendo que el Señor venció la muerte una vez para siempre. Nuestros seres queridos no han desaparecido en la oscuridad de la nada: la esperanza nos asegura que ellos están en las manos buenas y fuertes de Dios. El amor es más fuerte que la muerte. Por eso el camino es hacer crecer el amor, hacerlo más sólido, y el amor nos custodiará hasta el día en que cada lágrima será enjugada, cuando «ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto, ni dolor» (Ap 21, 4). Si nos dejamos sostener por esta fe, la experiencia del luto puede generar una solidaridad de los vínculos familiares más fuerte, una nueva apertura al dolor de las demás familias, una nueva fraternidad con las familias que nacen y renacen en la esperanza. Nacer y renacer en la esperanza, esto nos da la fe. Pero quisiera destacar la última frase del Evangelio que hemos escuchado hoy (cf. Lc 7, 11-15). Después que Jesús vuelve a dar la vida a ese joven, hijo de la mamá viuda, dice el Evangelio: «Jesús se lo entregó a su madre». ¡Esta es nuestra esperanza! Todos nuestros seres queridos que ya se marcharon, el Señor nos los devolverá y nos encontraremos con ellos. Esta esperanza no defrauda. Recordemos bien este gesto de Jesús: «Jesús se lo entregó a su madre», así hará el Señor con todos nuestros seres queridos en la familia.

 

Esta fe nos protege de la visión nihilista de la muerte, como también de las falsas consolaciones del mundo, de tal modo que la verdad cristiana «no corra el peligro de mezclarse con mitologías de varios tipos», cediendo a los ritos de la superstición, antigua o moderna (cf. Benedicto xvi, Ángelus del 2 de noviembre de 2008). Hoy es necesario que los pastores y todos los cristianos expresen de modo más concreto el sentido de la fe respecto a la experiencia familiar del luto. No se debe negar el derecho al llanto —tenemos que llorar en el luto—, también Jesús «se echó a llorar» y se «conmovió en su espíritu» por el grave luto de una familia que amaba (Jn 11, 33-37). Podemos más bien recurrir al testimonio sencillo y fuerte de tantas familias que supieron percibir, en el durísimo paso de la muerte, también el seguro paso del Señor, crucificado y resucitado, con su irrevocable promesa de resurrección de los muertos. El trabajo del amor de Dios es más fuerte que el trabajo de la muerte. Es de ese amor, es precisamente de ese amor, de cual debemos hacernos «cómplices» activos, con nuestra fe. Y recordemos el gesto de Jesús: «Jesús se lo entregó a su madre», así hará con todos nuestros seres queridos y con nosotros cuando nos encontremos, cuando la muerte será definitivamente derrotada en nosotros. La cruz de Jesús derrota la muerte. Jesús nos devolverá a todos la familia.



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Conjunto de catequesis del Papa Francisco sobre la Familia:







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