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Domingo XX T. O. Juan 6. El Pan de Vida.

Estamos leyendo estas semanas el capítulo sexto de Juan, esta sección clave del Nuevo Testamento en la que Juan desarrolla su teología Eucarística, y llegamos hoy al punto culminante de la retórica de este discurso en el que las cosas llegan a un punto crítico, ¿de qué está hablando Jesús?

 

La Iglesia nos pide cada tres veranos que hagamos esta extensa meditación sobre este pasaje porque estamos tratando sobre el sacramento clave, uno de los momentos más importante en la vida de un Católico

 

 

“Jesús dijo a los judíos:

‘Yo soy el pan vivo, que ha bajado del cielo’”.

Se refería al maná de siglos atrás.

“‘Yo soy el pan vivo ...el que coma de este pan vivirá para siempre.

Y el pan que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida’’”.

 

Ahora, podríamos acostumbrarnos a eso.

Lo hemos escuchado por dos mil años en la tradición Cristiana, pero imagina su audiencia. Imagina una audiencia de judíos del primer siglo escuchando este vocabulario:

 

“Entonces los judíos se pusieron a discutir entre sí:

‘¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?’”.


Para comprender esto, tenemos que desplazarnos a su esquema mental.

Si miras al Antiguo Testamento, existen prohibiciones frecuentes contra la ingesta de la carne de animales con sangre.

Un par de ejemplos:

Génesis capítulo 9, versículo 4: “Sólo se abstendrán de comer la carne con su vida,

es decir, con su sangre”. 

Aquí está Levítico 3, 17,1: “Este es un decreto irrevocable a lo largo de las generaciones ...no deberán comer grasa ni sangre”.

Deuteronomio 12,23: “Sólo tendrás que abstenerte de comer la sangre, porque la sangre es la vida, y tú no debes comer la vida junto con la carne”.

 

Esta prohibición en contra de la ingesta de carne con sangre, era una manera de honrar a Dios porque la sangre era vista como la vida, y la vida estaba muy reservada para Dios, y entonces no teníamos que tomarla por nuestra cuenta para hacerlo.

Imagína entonces a gente que ha sido moldeada por estas leyes durante siglos, que hacen a lo fundamental de la pureza y la normativa dietética del antiguo Israel.

 

Y Jesús vuelve a decir, escucha: “El pan que yo les voy a dar es mi carne, para que el mundo tenga vida”.

 

Entonces, esta es la situación: Quiere que comamos Su carne, que obviamente tiene sangre.

No puedo hacer eso en el caso de un animal.

¿Cómo podría hacerlo con un ser humano?”. 

No solo les resulta repugnante sino que es religiosamente ofensivo.

Es repugnante religiosamente utilizar este vocabulario.

Aquí continua entonces, es el clímax retórico de este discurso, las afirmaciones que se hicieron resumiendo la enseñanza de Jesús y la reacción negativa instintiva, con lo cual se esperaría, si existe aquí una incomprensión de lo que significa, una interpretación equivocada de Su expresión, él lo podría aclarar.

 

Recuerda cuando le habló a Nicodemo, “A menos que un hombre nazca de nuevo”, y Nicodemo: “Bueno, ¿cómo podría un hombre regresar al vientre de su madre?”. Jesús no está hablando en un plano físico.

 

¿Por qué no realiza aquí una aclaración similar?

Porque escucha lo que dice.

“Yo os aseguro:”,eso en clave significa, “Escuchad, esto es realmente importante y realmente cierto”.

“Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no podréis tener vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna”

 

El griego aquí es muy instructivo porque la palabra usual que se utilizaría en griego, para comer, al modo en que los seres humanos se reúnen alrededor de la mesa para comer, es phagein.

 

No utiliza ese verbo, sin embargo.

Usa el vergo trogaine, y trogaine es la manera en que come un animal.

Significa algo parecido a roer.

Entonces objetaron esa especie de realismo de carácter físico que usó.

“¿A qué te refieres con comer tu carne y beber tu sangre?”.

 

Él no da explicaciones.

No apela a una metáfora.

No, él intensifica el lenguaje.

“Yo os aseguro: Si no comeis la carne del Hijo del hombre”, y luego añade, “y no bebeis su sangre”.

 

Tenían todas estas prohibiciones en contra de la ingesta de carne con sangre, así que por si lo olvidaran, se lo recuerda, “y si no bebéis su sangre, no podréis tener vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna”.

Allí está.


Este es el fundamento de lo que nosotros llamamos, en la tradición Católica, la doctrina de la Presencia Real, de que Jesús no está solo presente simbólicamente, presente mediante una metáfora.  

Él está real, verdadera y sustancialmente presente bajo los signos de pan y vino.

Creo que está expresado de la manera más completa aquí en Juan 6.

Es que, el Vaticano II, por si piensas que esta es una especie de doctrina pasada de moda, piénsalo de nuevo, el Concilio Vaticano II afirma la presencia de Cristo de muchas maneras.  

El Vaticano II dice que Cristo está efectivamente presente en la Palabra proclamada.

Es cierto.

Es por ello que hacemos la procesión con las escrituras y cantamos y echamos incienso sobre las escrituras.


Afirma la presencia de Cristo en la comunidad reunida.

“Cuando dos o tres estén reunidos en mi nombre, allí estaré yo en medio de ellos”.

 

El Vaticano II afirma la presencia de Cristo en los pobres.


Y en la persona del sacerdote en la misa.

Es por esa razón que en una liturgia más importante, echaremos incienso sobre la persona del sacerdote porque él, en un sentido, personifica la presencia de Cristo.  

Todas estas son presencias reales, que no son presencias falsas.


Pero el Vaticano II distingue entre todas ellas y el modo cualitativamente diferente de la presencia en la Eucaristía, que, de nuevo, es real, verdadera y sustancial.

 

No que las otras no sean auténticas, pero existe una diferencia cualitativa entre todos esos otros modos de presencia y esta.

Es conocido que Tomás de Aquino dijo que, “El virtus Christi, el poder de Cristo, está presente en todos los otros sacramentos”.

Piensa en el agua del bautismo.

Piensa en el aceite que se usa en la confirmación, en el matrimonio, en una boda. Me refiero a que el poder de Cristo está presente en todos esos sacramentos.

Pero luego él dice, “En la Eucaristía, ipse Christus está presente”.

Eso significa Cristo mismo.  

No solo su poder.  

Eso está en todos los sacramentos.  

Cristo mismo.  

 

Luego de que bautizamos un bebé y bendecimos el agua, bautizamos un bebé en el agua, pero no guardamos el agua ni hacemos una genuflexión ante ella. No, fue una portadora para ese momento del virtus Christi, el poder de Cristo.

Luego de la confirmación, tengo una pequeña reserva de aceite. No la coloco en el tabernáculo y me arrodillo.

No.

Durante la ceremonia, fue un portador del virtus Christi.

No es ipse Christus.


Pero la Eucaristía lo es.  

A menos que mordisqueéis la carne del Hijo del hombre y bebáis Su sangre, no tendréis vida en vosotros.

  

Es por eso que no pueden decir de la Eucaristía, “Oh, es un signo maravilloso, estimulante entre muchos”.

Como, “Ey, Sé que estás a favor de la Eucaristía, pero estoy realmente a favor de la presencia de Cristo entre los pobres”.

“Sé que la Eucaristía significa mucho para ti, pero, realmente estoy frente a la presencia de Cristo en las Escrituras”.

No, no, no pueden interpretarlo así.

No es una presencia entre muchas.

Están todas las demás y luego está la Eucaristía.

 

Juan Pablo II, “Ecclesia De Eucaristia, la Iglesia vive de la Eucaristía”.

No diría eso sobre ningún otro sacramento, pero puedo decirlo sobre la Eucaristía, que es el cuerpo mismo de Cristo.

De acuerdo.

 

Asisto a Misa y se pronuncian estas palabras y esto para mí todavía luce como pan y como vino.

¿A qué te refieres con que es realmente la presencia de Cristo?”.

Bueno, he aquí una aclaración importante.

Respecto al cambio Eucarístico, nunca hablamos de algo que se pueda verificar empíricamente.

La Iglesia dice, “Jesús esta real, verdadera y sustancialmente presente”.

¿Qué significa eso?

Significa que en el centro o cimiento más profundo de su ser, el pan ha cambiado a la sustancia del cuerpo de Cristo, incluso cuando, para usar el lenguaje clásico, los accidentes permanecen, como un sofisticado modo de decir que las apariencias permanecen.

El asunto allí es que nunca van a discernir este cambio analizando los elementos Eucarísticos como, “Oh, oh, lo vi. Lo vi”. O, “coloquémoslo bajo el microscopio, y miremos qué se puede ver”.

No, no.


El cambio no está al nivel empíricamente verificable.

Y esto es lo interesante.

De cierto modo, es indicativo del prejuicio de nuestro tiempo, que tendemos a fusionar lo real y lo empírico,

¿cierto? Tenemos una mentalidad proclive a lo científico.

Entonces, qué es real, bueno, lo que pueden medir las ciencias.

Lo que nuestros sentidos pueden ver y lo que las ciencias pueden medir con sus instrumentos, eso es lo real.  

Todo lo demás es como, no lo sé, es como blando, subjetivo, indefinido.

Pero eso que tenemos ahora es un empobrecimiento.

Antes del período moderno, la gente comprendía estos diferentes niveles de realidad.

Comprendían una cierta jerarquía ontológica.

Existe ciertamente el nivel del ser que podemos ver con nuestros sentidos y medir con nuestros instrumentos, pero el ser no se limita a eso.  

¡Dios nos libre!  

De hecho, incluso las ciencias hablan sobre cosas que son reales, pero que no podemos ver.  

Ahora con mayor razón, piensen en los místicos y filósofos, poetas, teólogos, que hablan de dimensiones de realidad que son eminentemente reales, pero que no podemos ver.

No pueden ver un número, por ejemplo.

Pueden ver un número de cosas.

 

Y entonces la Iglesia habla de sustancia, llámenlo la dimensión más profunda de la realidad de algo, que ha cambiado en este caso.

 

Joseph Ratzinger dijo, “Dios ha tomado esos elementos, el pan y el vino, en la raíz más profunda de su ser, y ha hecho ahora de esas apariencias, portadoras de Su presencia. El cambio no es empírico, sino que el cambio es a nivel de la sustancia”.


En el imaginario bíblico, las cosas son lo que Dios dice que son, ¿cierto?

Dios habla, y luego las cosas suceden.

Esa es una forma poética de decir que el conocimiento de Dios fundamenta la realidad de las cosas.

Dios no mira al mundo y, luego, lo conoce —al modo que nosotros lo hacemos.  

Sino que Dios conoce al mundo, y luego, es.

 

Lo que Dios dice, es.

¿Quién es Jesús?

Bueno, si él fuera solo un profeta entre muchos, un filósofo religioso más, bueno, entonces Él podría hablar con palabras metafóricamente elevadas, y las hallaríamos fascinantes.

Pero eso no es lo que Él es.

Jesús es Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero.  

Por lo tanto, lo que dice, es.  

“Esto es mi cuerpo. Esta es mi sangre”, Dios por tanto tomando estos elementos desde la raíz misma de su ser y haciéndolos portadores de Su presencia.

Esa es nuestra Fe Eucarística.




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