23 oct
13 sept
13 sept

Es una de las fiestas más grandes del año litúrgico, junto con la Navidad y la Pascua.
Celebra el descenso del Espíritu Santo sobre los Apóstoles: el nacimiento de la Iglesia.
El Espíritu se manifiesta como viento impetuoso y lenguas de fuego: no se ve, pero se perciben sus efectos.
Como el viento, no se ve directamente, pero se notan sus efectos en el mundo y en las personas.
El Espíritu transforma, impulsa y llena de entusiasmo.
San Pablo enumera nueve frutos que son señales claras de la acción del Espíritu en una persona:
Amor: Voluntad orientada al bien, empezando por el amor a Dios y a todo lo que Él ama.
Si no hay amor, la religión no funciona.
Alegría: Brota de poseer el bien amado, es la bandera del Espíritu Santo.
Se nota incluso en medio del sufrimiento.
Paz: Serenidad profunda al estar en comunión con Dios.
No depende de las circunstancias externas.
Paciencia (longanimidad): Capacidad de soportar dificultades y personas difíciles por amor.
“Soportar con paciencia a los molestos” es una obra de misericordia.
Amabilidad (mansedumbre): La caridad cotidiana, visible en gestos simples.
La cortesía es una forma concreta de amor.
Bondad / Generosidad: Deseo de difundir el bien recibido.
El bien se derrama por naturaleza.
Fidelidad: Cumplir lo prometido, ser confiable y leal.
Es un signo de amor estable y maduro.
Mansedumbre: Control del enojo; no reaccionar con violencia ante la ofensa.
No es debilidad, sino dominio interior por amor.
Templanza / Castidad: Autocontrol, especialmente sobre la sexualidad.
No es puritanismo, es respeto al otro como persona, no como objeto.
No se compran ni se conquistan con esfuerzo humano.
Se reciben como gracia, por medio de:
La oración
La participación en los sacramentos
La apertura al Espíritu Santo. Ven Espíritu Santo.
Cuando el Espíritu habita en una persona, estos frutos brotan naturalmente, como el fruto de un árbol sano.
¡Feliz Pentecostés! ¡Que el Espíritu dé mucho fruto en ti!


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