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Epifanía. Obispo R.Barron

Epifanía, en griego significa “aparición intensa”. “Phanein” significa “aparecer” en griego, y “epi”, que significa “en la cima de”, es una forma de intensificar. Recuerden que les hablé antes sobre esto, que en el Padrenuestro, tenemos la breve frase “ton arton, ton epiousion”, que significa “pan supersubstancial”.

Así que “epiphanein” significa algo que ha aparecidopero de un modo muy intenso, no simplemente captando nuestra atención sino revelando algo de enorme importancia. De eso trata la epifanía.

Para los reyes magos por supuesto, primero fue la estrella que hizo esta aparición extraordinaria, pero es mucho más que eso. El sentido del relato es que no fue la estrella la epifanía verdadera. Fue este bebé. Viajaron buscando un rey y encontraron este niñito. Esa fue la “epiphania”. Esa fue una aparición extraordinaria.

Pienso que el día de fiesta está destinado a señalarnos que tendríamos que estar atentos de un modo similar a estos momentos de irrupción,cuando algo se revela tan poderosamente que finalmente nos habla de Dios.

Les daré algunos ejemplos de mi propia vida. La primera ocurrió siendo un jovencito en la preparatoria Fenwick en las afueras de Chicago cuando escuché por primera vez sobre Santo Tomás de Aquino y uno de sus argumentos para la existencia de Dios. Lo asimilé, pero fue mucho más que eso, otra lección, como “¿Tiene eso algún interés?”. No. Para mí fue como una epifanía de verdad. Fue una manifestación hiperintensa de la verdad. Me motivó tanto que me envió en una especie de misión. Y no es broma si digo que nunca he dejado ese camino hasta este momento que estoy grabando estas palabras. Es a causa de que siendo un jovencito, tuve una epifanía, esta manifestación de verdad.

Una segunda vez sucedió alrededor del mismo período, cuando estaba en la preparatoria, y me encontré por primera vez a Shakespeare. Leímos en clase “Romeo y Julieta”. Se nos asignaron diferentes secciones y las leímos en voz alta, y comprendí probablemente el nueve por ciento de lo que estaba leyendo. Pero ese primer encuentro con Shakespeare fue como una epifanía para mí. Fue tan hermoso y fue tan extraño en su complejidad que sencillamente quedé impresionado. Fue una fuente de asombro para mí que tal cosa pudiera existir. Fue una epiphania, esta manifestación extraordinaria.

Sé que les he relatado este evento que me sucedió el 12 de junio de 1989, cuando llegué a París por primera vezpara comenzar mis estudios de doctorado y a pesar del cansancio del viaje y el cambio horario, me dirigí a Notre Dame y observé el gran rosetón norte. Y es una cosa deslumbrantemente hermosa. Quiero decir, cualquiera que lo vea admitiría eso. Pero para mí, fue más que eso. Fue una epiphania. Fue una manifestación de tal esplendor y tal belleza trascendente que me envió a una misión. Quiero decir, regresé cada día a ese sitio para mirarlo. Gran parte de mi vida he utilizado esa imagen en mis pláticas y predicaciones y escritos. Fue una manifestación intensamente poderosa. Eso es una epifanía.

Creo que recientemente hablé sobre ello en un sermón, pero la primera vez —de nuevo, probablemente estaba en la preparatoria o en la universidad— la primera vez que escuché “Like a Rolling Stone” de Bob Dylan. No fue sólo una canción que me gustó. Hubo un montón de canciones antes que aquella que me gustaron, que me atrajeron. Nací y me crie con el rock and roll, lo que ahora llamamos rock clásico,y están todas esas canciones. Las escucho ahora en Spotify. Voy al rock de los 70 o el rock clásico. Eso es lo que todavía me gusta escuchar. Pero “Like a Rolling Stone” de Bob Dylan fue mucho más que eso. No fue simplemente una canción que me gustó. Es una canción que conmocionó hasta los cimientos de mi vida. Sencillamente abrió una puerta tras otra y una ventana tras otra. Fue una epiphania. Fue una manifestación de algo de gran intensidad.

Les daré otro ejemplo. Muchos años más tarde cuando estaba filmando la serie Catolicismo, y recorrimos el mundo y fuimos a lugares maravillosos. Todos fueron estupendos. Pero hubo un viaje que hicimos. El primer tramo fue a India —estuvimos filmando el episodio de la Madre Teresa— y luego en el recorrido de regreso nos detuvimos en África. Bueno, en Calcuta que es la ciudad más espantosamente desesperante que conocí —nunca experimenté nada como la pobreza y la indigencia de Calcuta— y en el corazón mismo de aquello, en el corazón mismo de aquello, están las hermanas de la Madre Teresa; todavía están allí en la Casa central. La Madre Teresa misma está enterrada allí, pero las hermanas tienen todavía su base allí. Y las filmamos mientras realizaban su trabajo en algunas de las peores condiciones que he visto, realizando algunos de los trabajos del hogar más difíciles que he visto. Recuerdo a una hermana muy joven,y estaba sacando parásitos del oído de alguien mientras filmábamos. Pero esta fue la epifanía. No tanto el trabajo que estaban haciendo. La epifanía fue las sonrisas en los rostros de estas jóvenes que estaban en esa ciudad realizando ese trabajo. Las filmamos, y pienso que es una de las glorias de la serie, el ver esos rostros sonriendo. Esa fue una manifestación del bien a tan extraordinario nivel de intensidad que fue una epifanía.

Mencioné que en el mismo viaje fuimos de India a África, porque estaríamos filmando el 3 de Junio en Namugongo.Eso es en Uganda. Fue el sitio del martirio de Charles Lwanga y sus compañeros. Conocen la terrible y maravillosa historia de este joven y sus compañeros que no se rindieron antes este rey tiránico. Defendieron su fe Cristiana, y por ello fueron ejecutados. Charles Lwanga fue quemado vivo en aquel lugar. Y en la actualidad —¿tal vez ciento cuarenta años más tarde de aquella historia?— más de un millón de personas se reúnen en aquel sitio, Namugongo, a la sombra del lugar en que fue martirizado, para celebrar su fe Católica. Pienso que nada en todo aquel proceso de filmación de esa serie me impresionó más que aquello. Fue una epiphania. Fue una manifestación de algo de extraordinario poder.

Les daré uno más. Esto fue hace ya veinticinco años. Estaba en un retiro en Big Sur. Era un monasterio Camaldulense. Estos son religiosos muy serios, muy focalizados y el monasterio está junto a la costa. Sur de San Francisco, Monterrey, por esa zona. Y cuando estás allí se te asigna tu propia cabañita y cada una mira hacia el Océano Pacífico. Así que al final del día, el sol baja. Y en ese tiempo estaba en Chicago, donde hay contaminación lumínica por todas partes. He visto estrellas, por supuesto, pero cuando miraba hacia afuera desde mi pequeña área allí, y simplemente miraba el Océano Pacífico, verdaderamente por primera vez en mi vida, vi las estrellas tal como aparecen en esas cartas y fotografías astronómicas. Vi realmente el esplendor de las estrellas por primera vez en mi vida, y tuve esa sensación apabullante de ser un minúsculo puntito en este infinito océano de tiempo y espacio. Quiero decir, esa experiencia nunca me ha abandonado. Me afecta hasta el presente. Fue una epiphania.

Escuchen, mi punto es que —y este fue en verdad el punto de James Joyce, porque su personaje, recuerdan, luego de ver a la joven, dijo, “Oh, Dios celestial”. Porque cuando tienen una experiencia intensificada del bien (eso es lo que me sucedió en Calcuta y en Namugongo), tienen una experiencia intensificada de la belleza (ese es el rosetón norte), tienen una experiencia intensificada de la verdad (ese es Tomás de Aquino), cuando eso les sucede, están ante la presencia de la fuente de toda la verdad, de toda la bondad y toda la belleza.

Esas epifanías son aquellos momentos en que aunque la luz está detrás de todas las cosas, de repente brilla con un fulgor particular. Tal vez el mejor ejemplo de esto en el Nuevo Testamento sea la Transfiguración, cuando repentinamente vieron la luz que estaba detrás de la humanidad de Jesús. Nosotros también tenemos esas experiencias. No podemos controlarlas. Ninguna de esas experiencias que acabo de describir son algo que podría controlar o podría hacer suceder nuevamente. No, fue como una gracia. Así que dos cosas.

Regresemos ahora a los magos. Tuvieron una epiphania. La primera fue ver la estrella, pero la segunda fue ver al niño. Pero tuvieron que ocupar quien sabe cuánto tiempo —¿días, meses, años?— escrutando el cielo nocturno en busca de signos.

Bueno, esa es una gran parte de la vida espiritual. Es por esa razón que hablamos de rezar todos los santos días, asistir a Misa todas las semanas, tal vez todos los días, regresando una y otra vez. ¿Qué estamos haciendo cuando rezamos? Estamos siendo solícitos. Estamos siendo solícitos, estamos observando.

Luego lo segundo: los magos, una vez que vieron la gran estrella, se pusieron en marcha, actuaron. Una vez que el Señor irrumpe en sus vidas, saboreen el momento y síganlo todo el recorrido hasta la fuente de los que es verdadero y bueno y bello. Esa es la mejor manera de responder a una epiphania. A una epifanía.


Y Dios los bendiga.

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