IV y último domingo de Adviento,
que cae este año en el día anterior a Navidad,
y la Iglesia nos propone hoy a David como imagen del REDENTOR:
No podemos comprender a Jesús al margen del Antiguo Testamento.
La Iglesia reconoció eso desde muy temprano . Lidió contra un hombre llamado Marción, que dijo, “deshagámonos del Antiguo Testamento. Tenemos esta revelación nueva”.La Iglesia le dijo no a eso.
Cuando se abstrae a Jesús del Antiguo Testamento, se tiene a un Jesús maestro de verdades eternas, un ejemplo ético. Pero fundamentado en el Antiguo Testamento, tenemos una imagen de Jesús completa.
Observad cuántas veces se hace referencia a David en el Nuevo Testamento.
Comenzando en el Evangelio de Mateo, la genealogía es dividida en tres grupos de catorce generaciones. En hebreo, cada número se relaciona con una letra, cada letra con un número.
Catorce era el número que corresponde a “Dawid” o a David.
¿Qué está diciendo Mateo a través de esta larga genealogía?
14= David, 14= David, 14= David.
Ha llegado el David definitivo.
Cuán a menudo se lo llama a Jesús el “mashiach”, el Mesías.
Pablo lo hace todo el tiempo: “christos” en su griego, “el ungido”.
Esa es una forma de decir David.
2 Samuel, capítulo 7 revela esta magnífica profecía.
Recuerda que David había dicho “Construiré una casa para el Señor. Estoy viviendo en un palacio de cedro y el Señor está en una tienda de pieles, y voy a construirle una gran casa”.
Y Natán, el profeta, vuelve y dice,
“No, no. Eso no es lo que Dios desea”.
El hijo de David construirá eventualmente ese gran templo, pero Dios le hace a David una promesa que lo hace cambiar de idea.
Le dice, “Tú quieres construirme una casa, pero yo voy a construirte una casa".
Y se refiere a la dinastía de David. Se refiere a esta larga línea de reyes que surgirá a partir de David.
Y dice esta extraordinaria frase que “uno que saldrá de tus entrañas reinará para siempre”.
Una profecía extraordinaria, que obsesionó a Israel, incluso luego del cautiverio de Babilonia cuando la dinastía de David fue cercenada, cuando terminaron los reyes davídicos.
De algún modo supieron y creyeron en esta profecía de que un hijo de David reinaría para siempre.
Es por esta razón que el profeta Miqueas dice:
“De ti, Belén de Efratá, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel”.
Pero ¿por qué Miqueas atrae la atención hacia Belén de Efratá, este pequeño poblado?
Porque era la ciudad de David.
Y es que Miqueas cree en la profecía de 2 Samuel 7:
“De ti saldrá el que reinará para siempre”.
Y luego dice Miqueas, señalando que no estamos hablando simplemente de un personaje humano, terrenal, del mundo:
“Él”, este nuevo rey, “se mantendrá de pie y os apacentará con la fuerza del Señor ... porque él será grande hasta los confines de la tierra. ¡Y él mismo será la paz!”.
No estamos hablando de algún rey de Judea, un rey mundano, terrenal, meramente humano.
No, no.
Este personaje místico, este nuevo David.
David fue un rey, sí, pero fue también un sacerdote.
¿Recuerdas esa escena evocativa en que David marcha a rescatar el arca de la alianza, que ha sido robada a Israel por los Filisteos?
Marcha a rescatarla, y la trae de regreso a su ciudad santa de Jerusalén.
Se coloca el efod, que era el uniforme o vestimenta de un sacerdote, y luego realiza una especie de danza litúrgica delante del arca de la alianza y conduce al pueblo a la ciudad y coloca el arca allí.
Es rey, pero también es sacerdote.
David, David, David.
Los primeros Cristianos, que han conocido a Jesús, que han visto su muerte y su Resurrección, entendieron que él era el cumplimiento de esta profecía de Natán, entendieron que él era el David definitivo que vendría, este rey y este sacerdote.
Ahora, con todo esto en mente, tenemos que leer nuestro Evangelio para este cuarto domingo de Adviento: la versión de Lucas de la Anunciación.
El ángel Gabriel viene de Dios a un poblado de Galilea llamado Nazaret “a una virgen desposada con un varón de la estirpe de David, llamado José”.
Aquí está la conexión con David.
“La virgen se llamaba María. Entró el ángel a donde ella estaba y le dijo: ‘Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo’”.
Y entonces ella se preocupó y se preguntaba qué significaba.
Y el ángel le dice:
"No temas, María, porque has hallado gracia ante Dios”.
Y luego:
“Vas a concebir y a dar a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo;”
“El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y él reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reinado no tendrá fin”.
En el siglo I DC la dinastía davídica había desaparecido hacía más de quinientos años.La dinastía de reyes davídicos había terminado.
Y aún así, había israelitas que todavía creían en la profecía de Natán, y habrían escuchado, habrían comprendido este mensaje angélico, esta verdad imposible, que la profecía de Natán permanecía en pie, de que de la casa de David efectivamente vendrá no un simple gobernante de la tierra.
Escuchad:
“él reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reinado no tendrá fin”.
Este es Jesús.
Este es Jesús quien, sí, es el cumplimiento de la Torá, es el cumplimiento del templo, sí, es el cumplimiento de todos los anhelos de los profetas y patriarcas de Israel, y tal vez por sobre todo ello, es el nuevo y definitivo David, el rey, el rey que ha venido.
Desde el comienzo del Evangelio, todo el recorrido hasta el final encontramos a Jesús reinando anómalamente, extrañamente, desde la cruz, que está erigida allí por los romanos en la ciudad de David, y colocan sobre la cruz “Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum”, Jesús de Nazaret, Rey de los judíos.
Eso es exactamente lo que profetizó Natán, y que este Rey de los judíos sería efectivamente el Rey de todo el mundo. Así es como el Evangelio llega a su clímax, está allí reinando Jesús, coronado con espinas, el signo de su reinado sobre su cabeza, reinando desde la cruz.
David no es sólo un rey, es también un sacerdote. He aquí una conexión muy interesante si miramos más allá de este Evangelio.
Luego de la Anunciación escuchamos que María se encamina presurosa a visitar a su prima Isabel que está embarazada.
¿Dónde vive ella, Isabel?
Oímos, “en un pueblo de las montañas de Judea”.
Retornemos a aquella historia del Antiguo Testamento.
¿Adónde estaba el arca de la Alianza cuando David fue a buscarla?
Estaba en la región montañosa de Judea, y David fue a recuperarla y a traerla a Jerusalén.
¿Acaso no es María la verdadera Arca de la Alianza?
El arca de la alianza albergaba los restos de las tablas en las cuales se habían escrito los Diez Mandamientos.
Era el signo más valioso de la presencia de Dios entre su pueblo.
María, quien lleva dentro de su cuerpo la presencia del Hijo de Dios, es el Arca de la Alianza en el sentido completo, y entonces, por supuesto, ella va al pueblo de las montañas de Judea.
Y luego, Isabel le dice:
“Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno”.
El bebé Juan el Bautista en el seno de su madre salta de alegría por la presencia del Señor.
¿Quién es él en ese momento?
El bebé, no nacido Juan el Bautista es David bailando con abandono desenfrenado en la presencia del arca de la alianza.
Ahora el bebé Juan el Bautista, en presencia de la verdadera Arca de la Alianza, María, realiza su propia versión de la danza de David.
Ved lo que nos está diciendo aquí San Lucas, y la Iglesia nos está pidiendo que veamos:
David, David, David.
El nuevo y definitivo rey ha llegado.
Reina desde esa cruz.
Y el definitivo sacerdote ha llegado.
Qué hacen los sacerdotes, sino reconciliarnos con Dios.
Realizan sacrificios que resuelven el pecado del mundo.
Jesús reina como rey desde la cruz.
Él también realiza un sacrificio en esa cruz, haciendo de la cruz un altar.
Quisiera sugerirles que todo esto estaría sobrevolando las mentes de las personas formadas bíblicamente en el siglo primero.
Cuando experimentaron estas cosas, cuando leyeron estos textos, supieron que el Dios de Israel había realizado su gran obra.
Había logrado su gran propósito.
La profecía de Natán se había hecho realidad.
El rey y el sacerdote, el David definitivo, había venido.
Reina como rey.
Ha realizado un sacrificio que nos reconcilia con Dios.
nosotros deberíamos guardar todo esto en nuestras mentes y corazones cuando nos situamos ya sobre el umbral mismo de la Navidad, que celebra el nacimiento del nuevo y definitivo David. .
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Adviento que torna en NAVIDAD:
Hay tres palabras en el Evangelio de Lucas
1.- PRISA
frente a quedarse el regalo para uno mismo.
Lucas nos dice que los pastores fueron a toda prisa a Belén
Y encontraron a María y a José y al niño recostado en el pesebre.
Los ángeles les habían dicho algo.
Un mensaje de otro mundo, de las alturas.
Y se les dio una tarea. Se los envió en misión.
Y ¡por Dios! que lo hicieron, se movieron.
También María, tras la Anunciación, partió de prisa, la misma palabra, a visitar a su prima Isabel.
Se le había dado un mensaje de un mundo superior.
Fue lema de la JMJ de ese verano en Lisboa, Hay prisa en el aire.
Se le había dado un sentido de misión, y entonces se puso en marcha.
También los tres reyes magos —Evangelio de Mateo.
Ven la estrella, y a pesar de todas las dificultades y obstáculos, se pusieron en marcha.
La Biblia es un libro de misiones. Todas urgentes
Nadie en la Biblia, no hay excepción, nadie en la Biblia recibe una experiencia de Dios sin ser consecuentemente enviado.
Si aparece Dios, Dios revela algo, el mundo superior irrumpe, la respuesta apropiada no es: “Oh, déjame estar aquí y saborearlo”. No.
La respuesta apropiada es, “Ahora, ve” porque estás destinado a ser un testigo hacia los demás de la belleza de esa manifestación.
Esa es la intuición bíblica básica.
—Apostellein significa enviar. Los envía en misión a conta a los demás sobre esto.
John Henry Newman dice que todos hemos sido hechos para un propósito definitivo. A todos se nos ha dado una tarea particular
No estamos aquí inútilmente, o como resultado de un accidente cósmico.
No.
Hemos sido deseados a la existencia por Dios.
¿Por qué te creó?
Porque tiene una misión para ti.
¿Cuál es la misión que te encomendó Dios?
Podría ser la más discreta.
Piensa en la Pequeña Flor, o en esa senda por la que transitan humildes personas.
Eres pequeño a los ojos del mundo, pero grandioso a los ojos de Dios.
Este es el punto.
Una vez que comprendes qué cosa es, muévete, actúa.
No procrastines. No te quedes dormido.
No te entretengas. Muévete, ve de prisa.
No pierdas tiempo.
La vida es corta, y la misión es clara.
Marchad de prisa.
Dedicaos al trabajo que el Señor os ha dado.
“asombrados”.
Frente a desconcierto.
Dice que los pastores, “contaron lo que se les había dicho de aquel niño, y cuantos los oían quedaban asombrados”.
Es cierto, y la Biblia dice esto, que a Dios se lo encuentra en las cosas ordinarias, gente y lugares y eventos ordinarios.
Eso es cierto.
Dios habla a través de la naturaleza.
Los cielos proclaman la gloria de Dios.
Las cosas naturales que nos suceden en esta vida, sí, decimos que Dios habla a través de ellas.
En el corazón de la Biblia está esta afirmación de que Dios irrumpió en el orden natural.
Dios nos ha revelado algo de sí mismo que no sabríamos normalmente.
Al modo en que llegas a conocer a una persona.
Me refiero a que puedes saber mucho de una persona simplemente observándola y tal vez estudiándola un poquito y buscando a esa persona en Wikipedia o Google u otro lugar.
Pero finalmente, esa persona tiene que abrirte su corazón y revelarte algo que nunca hubieras sabido de otra manera, para conocer su motivación.
Esa es la revelación que tiene que existir en el corazón de toda relación humana realmente profunda.
Podemos conocer ciertas cosas sobre Dios a través del orden natural y a través de la historia, .
pero finalmente, Dios nos habla de sí mismo. .
Lo sé, los amaneceres son hermosos y hablan de Dios. .
Pero cuando Dios habla sobre su propia mente y corazón de un modo que nunca hubiéramos adivinado de otra manera, eso es asombroso.
Cuando revela su voluntad y propósito hacia nosotros de este modo personal que nunca hubiéramos conocido de otra manera, la respuesta apropiada es sorpresa y asombro.
G. K. Chesterton realizó un contraste entre las representaciones del Buda, en que el Buda tiene sus ojos cerrados en meditación, y entre, dice Chesterton, las estatuas exteriores de la Catedral Chartres.
Esos personajes no están meditando con los ojos cerrados.
No, tienen sus ojos bien abiertos.
¿Por qué?
Porque están mirando algo que viene del exterior, algo que encontraron tan sorprendente y asombroso que los cambió para siempre y los envió en misión.
Esa es la respuesta correcta, ordinaria, me parece, a la revelación de Dios.
La tercera palabra.
Prisa, asombro.
La tercera palabra es “atesoraba”.
frente a la vanidad de vivir sin memoria ni escucha de la pabra de Dios
Escucha, “María” —y hoy es su gran fiesta, María, Madre de Dios—
“María por su parte, atesoraba todas estas cosas y las meditaba en su corazón”.
¿Qué cosas?
Estas cosas asombrosas.
Piensa en el ángel que se le aparece a María, cuán sorprendente fue eso.
Y causó que ella marchara de prisa a visitar a su prima.
Piensa cuán asombrada debe haber estado cuando escuchó el mensaje de estos pastores sobre el encuentro angélico.
Piensa cuán conmocionada debe haber estado por la visita de los reyes magos, esos sabios que venían de lejos, de muy lejos para adorar al nuevo Rey.
Quiero decir, ¿cómo podría haber comprendido aquello?
Ella no comprendía pero atesoraba esos acontecimientos en su corazón y reflexionaba sobre ellos.
John Henry Newman dijo que María, atesorando los grandes misterios de la Navidad en su corazón se convierte en la patrona de toda la teología.
Eso es la teología, la Iglesia a lo largo de los tiempos, atesorando y sopesando y reflexionando sobre los eventos asombrosos de la salvación.
Así que de prisa, muévete.
Si Dios ha irrumpido en tu vidas de algún modo decisivo, se te ha dado una misión, no te preocupes por lo que diga el mundo. No te preocupes por eso. No te queden obsesionado por tus propias limitaciones.
Muévete, actúa, adelante.
Cuando Dios se manifiesta a sí mismo, la respuesta correcta es asombro.
Y luego saborea, atesora, reflexiona sobre estas cosas asombrosas en tu corazones.
Pienso que de todas estas formas, honramos a María, por sobre todas las cosas, la Madre de Dios.
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